martes, 21 de diciembre de 2010

Se acabó la era de los Kennedy.

Sin anuncios o despedidas, de forma callada, los Kennedy abandonan, 63 años después de su llegada, Washington, la ciudad de su ascenso al poder, de su éxito y de su amarga caída. Cuando a finales de año el joven congresista por Rhode Island Patrick Kennedy -de 43 años e hijo de Ted- limpie su despacho en el edificio Cannon, al sur del Capitolio, y se lo ceda al republicano que va a ocuparlo en la nueva legislatura, no habrá ningún Kennedy en la Casa Blanca o en el Congreso.

En 1947, por las puertas de ese mismo edificio, cargado con una caja y una maleta, entró John Kennedy, que entonces tenía 29 años. Era el nuevo representante por Massachusetts, un apuesto y carismático veterano de guerra. En seis años sería senador. En 14, presidente. En esos años, John Kennedy erigió una saga, un modelo de familia influyente y poderosa, de abundante riqueza y conciencia progresista.

Los Kennedy fueron, para una nación recién salida de la guerra, lo más parecido a una familia real. Estaba John, el patriarca. Estaban los dos hermanos, los elegidos: Robert, a quien John nombró secretario de Justicia y Ted, a quien cedió su escaño en el Senado cuando se marchó a la Casa Blanca. Y estaba la impecablemente elegante Jackie con quien John se casó en 1953. Jackie, en sus casi tres años como primera dama, dio a Washington lo que le había faltado a la capital desde su fundación: estilo, elegancia, un toque neoyorquino.

En una ciudad necesitada de glamour como Washington, los Kennedy lo fueron todo. El anonimato no era una opción. Aparecían en las portadas de revistas como Life y Parade y defendían reformas políticas en las páginas del Washington Post. La tragedia, sin embargo, les aguardaba desde muy pronto. A John le asesinaron en Dallas en 1963. A Robert, en Los Ángeles en 1968.

Sería Ted el portador del estandarte de los Kennedy hasta su muerte, a causa de un tumor cerebral, en agosto de 2009. Tras diversos intentos fallidos de acceder a la presidencia, Ted siguió en el Senado durante 47 años, defendiendo las ideas progresistas heredadas de su hermano: cobertura sanitaria universal, educación de calidad, reforma migratoria.

La muerte de Ted fue el final de la saga. El más carismático de los miembros de la segunda generación, John John, más un miembro de la jet set que alguien con potencial político, falleció en accidente de avión en 1999. Su hermana, Caroline, intentó ocupar en 2009 el escaño del Senado que Hillary Clinton dejó libre al marcharse a la secretaría de Estado, sin éxito. Su vocabulario y sus modos, extremadamente afectados, hizo pensar a esta nación que tal vez los Kennedy sean, al fin y al cabo, ya cosa del pasado.

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