miércoles, 16 de marzo de 2011

El primer exilio argentino en México.

Por José Steinsleger.

A diferencia de los expatriados por otras dictaduras militares del cono sur (Bolivia, 1971; Uruguay, Chile, 1973), el primer contingente de exiliados argentinos aterrizó en México hacia finales de septiembre de 1974, escapando de la debacle de un gobierno constitucional en descomposición, y de su brazo ejecutor: la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A).

El accionar homicida de la Triple A empezó con la masacre de Ezeiza (20/6/73), y la obligada renuncia del presidente Héctor Cámpora (13/7/73). Durante la presidencia de María Estela Martínez de Perón (1974-76) alcanzó el cllímax, y hasta al golpe militar del 24 de marzo de 1976, la Triple A perpetró poco más de mil 500 asesinatos. Casi todos, escogidos.

Septiembre de 1974 fue un mes fatídico. Día 7: bomba en el domicilio de Raúl Laguzzi (rector de la Universidad Nacional de Buenos Aires), causando la muerte de su bebé de cuatro meses. Día 11: asesinato de Alfredo Curutchet, abogado de presos políticos. Día 16: asesinato de Atilio López, vicegobernador de Córdoba. Día 20: asesinato de Julio Troxler, jefe de la Policía Bonaerense y sobreviviente de los fusilamientos de 1956 (tema del libro Operación Masacre, de Rodolfo Walsh). Día 27: asesinato de Silvio Frondizi, distinguido intelectual marxista y hermano del ex presidente Arturo Frondizi.

En aquel primer contingente destacaban políticos como Ricardo Obregón Cano (ex gobernador de la provincia de Córdoba), Esteban Righi (ex ministro del Interior durante el efímero gobierno de Cámpora); Julio E. Suárez (ex ministro del Interior de San Luis); Rubén Sosa (ex delegado personal de Perón), y Héctor Sandler (diputado nacional), César Calcagno (abogado laboral), Federico Troxler (hermano de Julio y gremialista petrolero).

Junto con ellos, académicos, intelectuales, profesionales y periodistas vinculados a distintas vertientes políticas. A más de un centenar de jovencitos sin chapa política o intelectual, que desde el curioso status de “detenidos a disposición del Poder Ejecutivo”, optaron por el exilio cuando aún podían hacerlo. Varios de éstos se incorporaron después a las luchas revolucionarias de Nicaragua, El Salvador y Argentina.

Las urgencias para legalizar la situación migratoria, la búsqueda de empleo, alojamiento y garantes para alquilar viviendas, y la atención para medio centenar de niños en edad escolar, requerían de un local y una organización acorde con las necesidades. Así nacieron Casa Argentina y el Comité de Solidaridad con el Pueblo Argentino (Cospa).

Hasta inicios de 1978, Casa Argentina funcionó en un vetusto edificio de la colonia Juárez (Roma 1). El profesor Rodolfo Puiggrós, bien conocido en México por su amor incondicional al país, y con múltiples relaciones institucionales y políticas, se puso al frente de las complejas tareas del Cospa.
“Ver al viejo Puiggrós” para resolver dificultades de toda índole, se convirtió en el “karma” de centenares de argentinos. Por esto, entre los que supieron de su entrega y generosidad, duele e indigna que un sosegado “exiliólogo” de pluma sesgada y orejas largas, haya declarado a la prensa de Buenos Aires que el secretario particular de Puiggrós era un “informante diario” de la entonces llamada Dirección Federal de Seguridad.

Audacia, ligereza, celos políticos, mezquindad, rencores soterrados. Antivalores que, fatalmente, nunca faltaron entre los grupos de exiliados. En todo caso, y como secretario de prensa de aquel Cospa inolvidable, creo necesario recordar que Puiggrós contaba con dos asistentes de ética intachable: el periodista mexicano Luis Alberto García Aguirre (su adjunto de cátedra en la UNAM), y el sociólogo platense José Miguel Candia.

Casa Argentina y el Cospa hicieron historia. Los servicios de la guardería infantil, de nutrición y de salud mental, fueron extensivos para los niños de otros exiliados. Y en las actividades culturales y peñas folclóricas, se fundieron latinoamericanos, argentinos y mexicanos con abrazos de solidaridad militante.

Entre septiembre de 1976 y enero de 1977, con motivo de la primera audiencia (hearing) del Congreso de Estados Unidos para tratar las violaciones a los derechos humanos en Argentina, el Cospa me envió a Washington para emprender la tarea de denuncia con dos eminentes abogados de Córdoba: Luis Garzón Maceda y Gustavo Roca, defensores de presos políticos.

En coordinación con la Washington Office on Latin America, el despacho de Mark Schneider (asesor del senador Edward Kennedy), y los comités de argentinos residentes en el país del norte, el equipo se volcó a la tarea de esclarecimiento y denuncia de la naturaleza genocida del régimen dictatorial encabezado por el general Jorge R. Videla.

En julio de 1977, al cumplirse un año de la caída del comandante del ERP Mario Roberto Santucho, Puiggrós se dirigió a los estudiantes de la UNAM y ponderó “…el ejemplo de los revolucionarios auténticos, de los que se entregan a su causa con pasión integral, de los que no miden los riesgos, ni esperan que otros se jueguen por ellos en nombre de una falsa superioridad intelectual”.

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