sábado, 19 de marzo de 2011

La suerte del The New York Times.

Por Carlos Puig.

Sucedió hace poco más de 15 años. Imposible saber quién lo hizo primero. Seguramente fue sin mala intención, sin pensar en las consecuencias, impulsados por la emoción del nacimiento de una nueva manera de comunicación que pocos imaginaban crecería como hoy ha crecido.

Pero un día, algún periódico decidió entregar sus notas, sus reportajes, sus fotografías, sus editoriales a sus lectores vía internet de manera gratuita. Bastaba que los lectores tuvieran una computadora y acceso a la red para evitarse hacer lo que habían hecho siempre: pagar por la información.

Aquella decisión que contagió a la enorme mayoría de los medios tuvo varias consecuencias: la primera y más importante es que hizo explotar el número de lectores y permitió a periodistas alcanzar audiencias hasta entonces inimaginables. Que baste un ejemplo: antes de poner sus contenidos en la red, The New York Times tenía poco menos de un millón de ejemplares vendidos cada día. Hoy ha añadido 31 millones de usuarios únicos desde todo el mundo. Su relevancia e influencia se ha multiplicado exponencialmente. Entusiasmados por ese crecimiento en la audiencia, los periódicos y revistas del mundo han pasado la última década metiendo recursos a sus versiones digitales. Más diseño, más capacidad de ancho de banda, redacciones paralelas para alimentar a la red, promoción, publicidad. Todo esto al mismo tiempo que seguían haciendo lo de siempre, es decir, imprimir y distribuir sus productos en la calle.

Los periódicos construyeron entonces un modelo único y a simple vista absurdo. Un producto que se podía conseguir pagando o de manera gratuita. No recuerdo algo similar. Es como si en un supermercado hubiera una manera de salir con una o mil manzanas gratis… o pagándolas.

Por supuesto que exagero. Había una ilusión nunca cumplida. El aumento en audiencia —se pensaba— traería como consecuencia un aumento en la publicidad. Pero internet, con su cruel precisión, acabaría con esas expectativas. Cuando se pone un anuncio en un diario, hay un acuerdo imposible de medir, que los miles que compran ese diario leerán el anuncio de la página 4. Así se cobra, así se paga. En internet se sabe exactamente cuántos vieron, cuántos clickearon en ese anuncio. Se cuentan uno por uno, así se paga, así se cobra. De vuelta al ejemplo de The New York Times. La versión digital tiene 29 millones más de lectores que la impresa. Sólo la cuarta parte de los ingresos del Times viene de lo digital.

Al mismo tiempo, a un lado de la oferta de los periódicos, cargados con pesadas estructuras editoriales que aseguran calidad y confianza, y que siguen produciendo la mejor información del mundo, nacieron ofertas digitales con diferentes estándares, en su mayoría llenas de opinión y refriteando información tomada de las organizaciones editoriales tradicionales.

Esto tuvo el efecto de igualar a los que no son iguales.

En 1999, cuando yo trabajaba en un portal de noticias de internet con redacciones en cinco países, hubo un intento de parte de los proveedores líderes de cuentas de correo electrónico de cobrar un servicio “plus”. Uno que tendría mayor capacidad, sin anuncios. Lo ofrecieron. Recuerdo hoy lo que escuché en una conferencia de la industria: si en un barrio hay un parque de lujo en el que se cobra para entrar: el pasto cuidadísimo, los juegos de los niños a la última moda, con todos los elementos de seguridad, con un policía en una esquina, y a una cuadra hay uno gratuito, con los juegos más viejitos despintados, el pasto crecido y mal regado, que nadie se equivoque. El segundo es el que estará lleno. El intento de algunos de cobrar el correo electrónico “plus” fue un fracaso.

En este proceso, y sobre todo en sociedades con extendido acceso a internet, los diarios se comenzaron a canibalizar a sí mismos y a ser canibalizados por productos de menor calidad. Los anunciantes encontraron una manera más barata y precisa de llegar a sus audiencias y han ido abandonando a los impresos.

En 2011, los periódicos y medios informativos viven una paradoja: nunca han sido tan influyentes. Nunca han tenido tantos lectores. Nunca han tenido tantos problemas económicos. Se han tenido que recortar miles de puestos laborales, y en algunos casos ha sufrido la calidad del producto.

Es ahora The New York Times quien regresa a los orígenes y vuelve a poner en la mesa que un producto de calidad, elaborado con meticulosidad y cuidado debe tener un costo. En unos días, los contenidos del diario más famoso del mundo volverán a costar.

Como tantas cosas en este nuevo mundo, es una apuesta con destino desconocido, pero al menos vuelve a dar valor a lo que es un trabajo valioso.

Hay esta especie entre algunos líderes de organizaciones informativas de que en pocos años no habrá periódicos impresos. La pregunta pertinente, me parece, es si habrá periodismo de calidad —que cuesta—, o si haberlo regalado todos estos años lo hizo inviable. Por el bien de todos, sobre todo de los lectores. Que le vaya bien al Times.

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