martes, 22 de marzo de 2011

Pocas mujeres científicas.

Desde que Londa Schiebinger (Lincoln, Nebraska, 1952) llegó a la Universidad tuvo claro que era lo suyo. Primero como estudiante y después como profesora. "Decidí quedarme en la enseñanza porque se aprende cada día. Me encanta el conocimiento", dice. Se nota. Esta catedrática de Historia de la Ciencia de la Universidad de Stanford (EE UU) interroga curiosa sobre el pescado del menú del día: merluza. Su traducción al inglés -hake- no le dice nada. No hay problema, mejor probarla.

La catedrática de Standford cree que faltan incentivos para las investigadoras
Con ese mismo espíritu se sumergió hace ya más de 30 años en la investigación del papel de las mujeres en la ciencia. "Pensaba centrarme en la filosofía, pero quería hacer algo distinto, y apenas hay datos sobre mujeres científicas", cuenta. ¿Son pocas o no las conocemos? "Las ha habido, y con logros inmensos, pero se las ha invisibilizado". Sus trabajos sobre ello le valieron a Schiebinger hace unos años el premio de investigación Alexander von Humboldt. Fue la primera mujer en ganarlo en Historia de la Ciencia.

Schiebinger no aliña la ensalada. Ni sal, ni aceite, ni vinagre. Nada. Come poco mientras conversa de que tampoco hoy las mujeres lo tienen fácil. El apoyo para fomentar su participación en la investigación aún es escaso y quedan muchos prejuicios, "incluso entre las mujeres", asegura. Las consecuencias de esta desigualdad no son solo teóricas. "Que no haya investigadoras resta su mirada sobre las cosas, distinta de la de los hombres". "No contar con la perspectiva de género en la investigación produce conclusiones sesgadas", sigue.

Deja a un lado la ensalada y escenifica sobre el mantel varios ejemplos de una realidad de la que hablará hoy en el Instituto Cervantes en Madrid: "Hasta hace poco los ensayos clínicos no siempre se hacían con mujeres y los efectos de los fármacos en ambos sexos no son los mismos", cuenta. "Otro ejemplo: el cinturón de seguridad de los coches no está diseñado pensando en la mujer, y menos en el impacto que puede tener un choque en una embarazada".

Llega la merluza. Schiebinger sonríe: "Tiene buena pinta. Nunca había probado este pescado", confirma. Come sin perder el hilo de su discurso. Tiene tres recetas para incrementar el número de mujeres en ciencia y tecnología: "Establecer programas específicos para ello, reformar las instituciones científicas y educativas para fomentar su participación, y superar los prejuicios a través del análisis de la perspectiva de género".

Schiebinger, consultora de la ONU y la Comisión Europea, está entusiasmada con la nueva ley de ciencia española, que pretende incluir la perspectiva de género en las investigaciones. "Si se desarrolla bien, puede convertirse en modelo para otros países".

Pero hacen falta otros apoyos para atraer a las mujeres a la investigación, como jornadas flexibles. "El Estado, las empresas o la Universidad deberían financiar el trabajo doméstico para que se concentraran en su trabajo, porque al final son siempre las mujeres quienes lo hacen", dice.

Ella esperó a estar asentada profesionalmente y a que su esposo y ella ganasen suficiente para contratar ayuda doméstica, para tener hijos. "Por eso los tuve tarde", cuenta. Tiene dos, de 19 y 21 años. "Dos chicos. Uno lleva mi apellido y el otro el de mi esposo. Así lo acordamos antes de que nacieran y les encanta", ríe.

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