lunes, 11 de abril de 2011

Caifanes, un grupo del recuerdo.

Se decía que se trataba de mero oportunismo económico, que Saúl Hernández no había dejado de vivir de sus glorias pasadas, que rememorar la figura híbrida de los Caifaguares era tardío, que la reconciliación entre el cantante y Alejandro Marcovich se trataba de una falacia… pero miles de almas reunidas parecían no estar equivocadas (ni que decir de los que compraron boletos en reventa hasta de 2 mil pesos o los que dieron el violento portazo que ya se veía venir), el caluroso sábado por la tarde en el que cualquiera pudo haber entrado sin el registro de los policías intimidados por la turba furiosa.

Playeras por doquier, cortes de cabello erizos a lo Robert Smith-Hernández y hasta un altar entre los puestos de souvenirs, demostraron que la década de los 80 no ha muerto y que el culto a Caifanes se encuentra más vivo que nunca, incluso en generaciones recientes.

Con los ánimos hasta el tuétano, el público se regocijaba presenciando los pechos que muchas chicas subidas en hombros mostraban a las pantallas. “¡Chichis pa’ la banda!”, gritaban una y otra vez. No faltaron las egocéntricas que no dejaban de opacar la vista y fueron bajadas de forma intempestiva. Las notas de “Azul casi morado” de Santa Sabina sirvieron de preámbulo y homenaje a Rita Guerrero. El olor lacerante de sudor, tabaco, mariguana y el viento que soplaba, impregnaban el ambiente. Las cervezas de 70 pesos y las botellas de agua de 25 apagaban la sed de la impaciencia.

A las 10:30 de la noche, con diez minutos de retraso, los teclados de Diego Herrera disiparon los humos con “Será por eso”, las desavenencias y hasta la muerte que estuvo a punto de llevarse a Marcovich y al bajista Sabo Romo quedaron superadas. Caifanes por fin había regresado. La pregunta era: ¿qué hacía la diferenia entre esta presentación y la de unos años atrás con Jaguares en este mismo foro? Sus miembros originales reunidos, ya fuera sólo por dinero, con los años a cuestas explayaron su viejo arsenal en una hora y media; los recuerdos salieron a flote con ”Viento”, “Mátenme porque me muero”, “Los dioses ocultos” y “Antes de que nos olviden”, a manera de presagio.

El público conformado en su mayoría por jóvenes de entre 20 y 29 años, que en la infancia escucharon la música de los papás o de algún tío loco, ahora condenados a ver a las mejores bandas del “rock en tu idioma” en reencuentros y facetas decadentes como Soda Stereo o Enanitos Verdes mientras que los adultos contemporáneos viven de la nostalgia y de sus recuerdos almacenados en discos compilatorios o archivos de mp3.

La presencia de algunos iconos finados continuaban en la memoria de esa noche: Rita Guerrero, “una de las mentes más creativas y geniales de este país”, en palabras del vocalista, y el músico Eugenio Toussaint, a quienes dedicaron “Ayer me dijo un ave”. En su discurso pacifista, Hernández hacía referencia a los miles de muertos del sexenio y exhortaba a sus seguidores a tomar conciencia de la problemática del país. Continuaron con “Afuera”, “Aquí no es así”, “Amanece”, “La célula que explota” y la imprescindible “Negra Tomasa”. Para acabar con un abrazo colectivo y el júbilo de los jóvenes que viajaron desde otras partes del país como Tijuana, San Luis Potosí, Puebla o Torreón, congregados desde horas antes bajo el sol. Y de ahí, a tocar a los escenarios del Festival de Coachella en Indio, California.

Este año el Vive Latino se caracterizó por ser más irreverente, con muchos senos al aire, diatribas al gobierno y mayor conciencia ecológica y pacifista. Otras bandas como Jane’s Addiction, a pesar de tener en sus filas a un carismático Perry Farrell y a un virtuoso Dave Navarro, no generaron tanta expectación, así como un Nortec con máscaras estilo Daft Punk; Natalia Lafourcade ya no fue abucheada, los Enanitos Verdes recordaron a su compatriota Gustavo Cerati…y Charly García, con sus kilos de más, aún tiene encanto por desbordar. Así, este festival va ganando mayores alcances y permite a las nuevas generaciones regodearse en los anales del rock hispano, más allá de lo que sus padres o tíos hubieran podido imaginar en el pasado en los espacios clandestinos y los hoyos fonky.

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