lunes, 4 de abril de 2011

Centroamérica: los migrantes por México.

Por Gustavo Sierra


Narcotráfico en México La camioneta frenó en seco pero no pudo evitar el golpe contra el árbol ni el vuelco. En un segundo los 20 inmigrantes hondureños y salvadoreños que viajaban amontonados en la caja cayeron por un barranco. Había llovido mucho y la pendiente se convirtió en una montaña rusa. El barro los hacía resbalar, golpearse contra los arbustos y seguir hacia abajo. Terminaron a la vera de un pequeño río, sucios de pies a cabeza. Magullados pero con todos los huesos en su lugar. Las picaduras de unos enormes insectos y los alacranes venenosos que había por todos lados les hicieron subir la pendiente en menos tiempo que la habían bajado.

Comenzaron a caminar hasta el puesto de El Aguila, en el estado mexicano de Tabasco. Allí se iban a montar al primer tren de carga, conocido como La Bestia o directamente “el tren de la muerte”, que los llevaría hacia el norte, hacia Estados Unidos. Ya llevaban tres días de viaje desde que cruzaron la frontera con Guatemala.
“Creíamos que habíamos pasado lo peor cuando en Tenosique nos corretearon los de la migra mexicana. Si te agarran te vas directo para afuera.

Corrimos cada uno para un lado y terminé en un pantano con otros tres compadres. Escuchábamos que pasaban con los perros buscándonos. Una señora nos avisó que se habían ido y nos ayudó a lavar la ropa. Ahí pudimos montarnos al segundo tren que nos trajo hasta Palenque”, cuenta José Sarmiento, un chico de 23 años, que viene de Santa Bárbara, un pueblo campesino de Honduras y va hacia Jefferson City, en Tennessee, donde vivió por cuatro años y medio hasta que lo expulsaron hace tres meses. Lo esperan Mary, una compatriota de 26 años, y su hijo Wilman Aris, de 3 años.

“Apenas nos habíamos subido al tren aparecieron unos mareros -de la pandilla Mara Salvatrucha que domina estas zonas-y tuvimos que darles unos 100 dólares por cabeza para que nos dejaran en paz. Se bajaron en un momento en que el tren se detiene para cambiar de vías y nosotros pudimos seguir hasta Coatzacoalcos y de ahí hasta acá en Medias Aguas”, sigue contando José mientras comemos unas tortillas con huevos rancheros y nopales, todo muy picante.

Todavía le quedan más de 3 mil kilómetros hacia la frontera estadounidense y traspasar todo el territorio controlado por los diferentes carteles del narcotráfico. Esto sin contar la organización de traficantes que lo espera para hacerlo pasar por New México hasta la ciudad de Albuquerque tras el pago de 3 mil dólares a cada uno si el grupo supera las 10 personas, sino son 5 mil.


José Sarmiento tuvo suerte muchos otros nunca logran completar el viaje. Oficialmente, en los últimos cuatro años desaparecieron unos 5 mil salvadoreños y otros 400 hondureños que intentaban la travesía. Cifras no exageradas si se tiene en cuenta que unos 1 mil salvadoreños, hondureños y guatemaltecos cruzan en forma ilegal la frontera de México cada día con el objetivo de llegar a Estados Unidos.

Es imposible para estos campesinos conseguir una visa mexicana, les piden requisitos como poseer estudios secundarios y pasaporte en regla. En Estados Unidos residen 2,5 millones de salvadoreños que cada año envían unos 3 mil millones de dólares a sus familias, lo que representa el 16% del PBI del país. Los hondureños mandan otros 2.500 millones de dólares, lo que supera el 17% del PBI de su país.


El sacerdote Francisco Pelizzari de la Casa del Migrante de Guatemala, que dirigió otro albergue en los últimos años en Nuevo Laredo, en la frontera mexicana con Estados Unidos, asegura que los secuestros son constantes. “Escucho testimonios permanentes de migrantes que fueron secuestrados, golpeados, que se amenaza a sus familias. Se los llevan y los mantienen como animales en unas casas de seguridad hasta que logran que algún familiar les envíe al menos 500 dólares para que los liberen.

Pero cuando salen están tan afectados sicológicamente que muchos ya no tienen las fuerzas para continuar su viaje”, dice el padre Pelizzari en una entrevista con el diario El Universal.


En Medias Aguas y en Tierra Blanca recojo varios testimonios sobre lo que ocurre pero la gente no quiere que se publique su nombre por temor a las represalias. “Vienen en sus camionetas, son dos o tres camionetas con vidrios polarizados y al menos dos sicarios atrás con sus cuernos (ametralladoras AK47). Obligan a unos 20 o 30 a subirse y se los llevan.

La policía no hace nada y el ejército sólo arma retenes en lugares por donde los narcos nunca pasan”, explica uno de los testigos. Llevan a los migrantes a “casas de seguridad” y hacen el “descarte” de los secuestrados. Si pueden llamar a alguien que les envíe dinero, los mantienen. A los otros los largan en el desierto o, directamente, los matan.

En septiembre del año pasado, en el estado de Tamaulipas aparecieron los cadáveres de 72 migrantes asesinados. Se atribuye la matanza a Los Zetas, uno de los carteles del narcotráfico.

Los sicarios reciben los rescates a través de agencias internacionales de transferencia de dinero de las que ellos mismos tienen las concesiones. “Cuando estábamos secuestrados venía directamente un muchacho con la moto (de la agencia más famosa en todo el mundo) y les entregaba el dinero y la lista de los que lo habían enviado. Entraba el sicario y leía los nombres. Si algún apellido coincidía con el nuestro, nos podíamos levantar e irnos.

De lo contrario, teníamos que seguir ahí donde de noche nos ataban con una cadena al cuello como a los perros”, es otro de los relatos de un hombre que intenta el viaje por sexta vez.

Mientras recorremos el sur de este estado de Veracruz donde las autoridades aseguran que todos estos son “hechos aislados”, el comandante de la Sexta Región Militar, René Aguilar Páez, anunció un exitoso operativo en el que se detuvo a 25 secuestradores y se liberaron 12 víctimas. También dijo que se detiene un promedio de un secuestrador cada tres días y que sólo en los tres primeros meses del año se encontró junto a los 133 sicarios detenidos 228 ametralladoras, 24.474 municiones, 53 granadas de fragmentación y 108 vehículos blindados. Todo esto en un solo estado que no es el “mas caliente”.

En el norte del país estas cifras se multiplican por 10.
Al costado de las vías, en Tierra Blanca, me encuentro con Adela Trimiño, tiene 26 años y dejó cuatro hijos con su madre en Honduras. Un pariente le prometió trabajo en la cocina de un restaurante en Houston, Texas. Este es su cuarto intento por llegar a destino. “Todos creen que el problema es pasar la frontera con Estados Unidos y eso es lo de menos. Lo que cuesta es llegar hasta allá.

Me robaron los mareros, tuve que pagar a la policía mexicana y me salvé por muy poco de que me secuestraran los sicarios... Pero a pesar de todo sigo intentándolo. Es la única esperanza de poder darle de comer a mis hijos”, dice con los ojos aguados y mirando al horizonte.

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