martes, 12 de abril de 2011

Chica italiana viene a casarse/cuento corto

Lucrecia, la florentina, cambió de idea, ya no quiso casarse con mi hermano Julio. Resulta que el día que fui a pedir su mano a Italia, me alojé en un hostal del centro de Florencia que ella me recomendó y que hizo la reservación para mi. Así que durante las cinco horas, entre la hora de mi llegada y la hora de la cena en su casa, Lucrecia se apareció en mi habitación y estuvimos juntos, hablando de sus cosas.

Me hizo jurarle que de esta entrevista no se enteraría nadie: ni sus padres ni Julio su prometido. Yo juré haciendo la señal de la cruz con mis dedos y me besé el pulgar doblado.

Hasta hoy cumplí fielmente con su pedido, de mi amada Lucrecia. Revelo la verdad, veinte años después de aquel maravilloso encuentro entre ella y yo. No me sentí nada mal ante mi hermano, por enamorar a su prometida, eso la habíamos hecho de niños muchas veces, nos robábamos las novias, y tan cuates como siempre.

Mi hermano es el bello de los dos, un chico bien parecido, un galán. Enamoró a Lucrecia en un viaje relámpago por Italia, ella era la guía de la comitiva donde iba Julio, en realidad hablaron muy poco y el resto del romance fue por carta y a la distancia; y así fue como creció ese idilio entre Julio Y Lucrecia.

Yo cuando conocí personalmente a Lucrecia me impresionó su belleza y su juventud. Yo había vivido algunos años en Florencia y eso me daba enorme ventaja sobre mi hermano; yo si conocía bien el terreno florentino.

La verdad es que la seduje en mi habitación, y ella estuvo de acuerdo con el asunto Y yo sabiendo que no soy nada guapo hice gala de mis dotes de seductor por medio de la palabra, además dicha en italiano. La convencí y le dije que haríamos la escenificación de la pedida de mano ante su familia, como si nada ocurriera entre nosotros.

Una sola cosa le pedí a Lucrecia: que fuera ella quien le explicara a mi hermano el cambio en su decisión de casarse con él. Sin darle las razones verdaderas del cambio. Y así lo hizo.

Me casé con Lucrecia, como un arrebato más en mi turbulenta vida amorosa, unos meses después de la pedida de mano. Fue a México con sus padres para el casamiento civil y después volvimos todos a Italia para el casamiento religioso.

Mi hermano estaba un poco molesto conmigo, aunque ya no estaba enamorado de Lucrecia. al poco tiempo hablamos y me dijo: hermano me la ganaste en buena lid, adelante, y, que sean felices. Todavía, después de muchos años de aquello, mi hermano cada vez que se acuerda me dice: eres un cabrón. Y yo creo entender el porqué de su dicho.

Solo viví con Lucrecia dos años de feliz matrimonio, porque ella insistía en quedarse a vivir con sus padres en Florencia y yo deseaba viajar por el mundo, y tarde o temprano volver a México, Pensar en volver a México no le gustaba, o quizá la distancia entre Italia y México la abrumaba demasiado.

No tuve hijos con ella. Conocí toda Italia del brazo de ella y todas las rutas ferroviarias del país. Comí pastas en exceso, al igual que quesos y vinos de la casa. Fui feliz con ella pero tuve que dejarla en casa de sus padres, mientras yo volvía a México para tomar un puesto diplomático que me llevó a Chile, donde conocí a la que sería mi futura esposa.

Esa ya es otra historia.

Busqué a Lucrecia en Facebook y la encontré; está casada y tiene cuatro hijos, vive en Florencia en casa de sus padres todavía. Las fotos que tiene en su página revelan a una mujer hogareña y pasada de kilos.

A Lucrecia nunca la olvidaré por lo vivido y lo emocionante de la historia de amor que vivimos antes de la cena de la pedida de su mano, mano que ya había sido dada con ternura y amor.

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