viernes, 1 de abril de 2011

De la necesidad, virtud

Que todas las naciones sepan, nos quieran bien o no, que pagaremos cualquier precio, soportaremos cualquiera carga, enfrentaremos cualquier dificultad, apoyaremos a cualquier amigo, nos opondremos a todo enemigo, para asegurar la supervivencia y el éxito de la libertad." Hace medio siglo John F. Kennedy pronunciaba estas palabras en el Capitolio en el discurso inaugural de su efímera presidencia.


Hoy, Obama levanta acta del nacimiento de un mundo multipolar que EE UU, debilitado económicamente y con sus ventajas tecnológicas, demográficas y sociales erosionadas por el ascenso de otras potencias emergentes, ya no puede gobernar solo. Ya no es "la nación indispensable", como se pensó a sí misma, pero sí todavía necesaria. La intervención bélica sobre Libia refleja el recalibrado del poder de EE UU realizado por Obama, obligado a hacer de la necesidad virtud.

También va a la guerra, su tercera, pero esta es humanitaria lite, aunque ya aparecen los llamados cínicamente efectos colaterales con víctimas civiles, denunciadas por el Vaticano, frente a la "estúpida" guerra de Irak o a la "necesaria", elegida, de Afganistán. Washington ya no puede pagar cualquier precio y soportar cualquier carga en defensa de la libertad como hacían las presidencias imperiales. La carga y los costes, decenas de millones de euros diarios -un misil Tomahawk cuesta un millón de euros-, los van a soportar también los aliados europeos y un par de petrocracias de la Península Arábiga. A fin de cuentas Libia está en el patio trasero de Europa y su petróleo no interesa a EE UU.

Sin EE UU, Europa no hubiera dado el paso en Libia. París y Londres son liliputienses en el mundo

Obama, el guerrero reacio, el político práctico, piensa ya en su reelección. No la logrará con tres guerras en suelo extranjero. Sabe que para repetir en la Casa Blanca necesita triunfar en la guerra interna. La verdaderamente necesaria, contra el paro, el déficit fiscal, la deuda, la adicción imparable de los norteamericanos al petróleo, la renovación de un país que en muchos aspectos, educación, sanidad, infraestructuras, se ha quedado atrás. Obama duda en Libia, el Pentágono se lo desaconseja, pero actúa por razones humanitarias, por decencia, "no podemos traicionar los valores de Estados Unidos".

En cumplimiento del derecho de proteger a la población civil, con mandato de la ONU, esta vez justamente reivindicadas. Enseguida deja de liderar los ataques y advierte que no lo hará siempre. Asoma el doble rasero. Ya no habla de Bahréin, sede de la V Flota de EE UU, donde la mayoría chií está siendo acosada. Ni de Siria, el aliado de Irán, pieza mayor que Libia en el equilibrio de la región, donde la monarquía hereditaria de los Asad masacra a los opositores para abortar la primavera árabe. No parece que Obama se vaya a caer del caballo en el camino de Damasco. Ni de Arabia Saudí.

Intervenciones de humanitarismo selectivo. La batalla de Libia es, sin embargo, algo más que una intervención moral que sirve para acallar la mala conciencia occidental ante impotencias anteriores: Ruanda, Bosnia o Darfur. Se desarrolla a favor de una de las partes, que no practica la no violencia ghandiana que aplaudimos en Túnez y Egipto como motor ético de las revueltas. De la que Occidente sospecha y duda de si armarla o no: no todo el enemigo de mi enemigo es necesariamente mi amigo.

¿La lucha por Libia es el choque de un dictador brutal contra el pueblo ansioso de libertad y democracia, o es fundamentalmente una guerra civil tribal? Es evidente que la Protección Unificada, ya bajo el paraguas OTAN, sí trata de cambiar el régimen y acabar con Gadafi. Y, por último, pero no menos importante, el petróleo libio y los negocios, sobre todo para los europeos, están también tras la intervención.

Europa, como un todo, no está en Libia ni en el plano mayor del Gran Oriente Medio. Las soberanías nacionales nos matan. "La política común europea de seguridad y defensa está muerta", declara el ministro francés de Exteriores, Alain Juppé. Pero para eso está Sarkozy, una mezcla de Napoleón y De Gaulle, que con sus cazas sobre Bengasi quiere redimir su caída en picado entre los franceses, recobrando la perdida grandeur.

Y también está en la guerra Reino Unido, rememorando la malhadada intervención conjunta con Francia en el Canal de Suez (1956) para evitar su nacionalización. Sin contar con los misiles, las comunicaciones y la información de EE UU, los europeos tampoco hubieran dado el paso adelante en Libia. Londres y París son liliputienses en el mundo global.

Alemania tiene miedo escénico y opta por un espléndido aislamiento. Cada vez parece querer ser más una gran Suiza, abandonando el atlantismo cuando toca mojarse. The Economist resume esta pena de Europa: "Si Sarkozy fuera menos mercurial, Merkel menos propensa al pánico, Zapatero más convincente y Berlusconi menos bufón, Europa estaría menos disminuida".

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