miércoles, 6 de abril de 2011

El cine mexicano.

Por Vilma Fuentes

Apenas terminado el Salón del Libro de París, salgo a Toulouse donde tiene lugar el más importante festival de cine latinoamericano de Europa: 220 películas se presentan, sea en retrospectiva, sea en concurso. La primavera se ha adelantado y el sol reina sobre la ciudad rosa” del sur de Francia. Caminarla es hundirse en un prisma de luces irisadas que interrumpen su viaje entre saltos y brotes.

La librería Ombres Blanches me invita a presentar Les Greffiers du diable. Hace algunos años, de paso por esta ciudad de ladrillo rojo y piedra rosa, visité la librería, pues además edita pequeños volúmenes de las joyas de la literatura y yo acababa de leer Histoire vraie, de Montesquieu, rescatada por sus ediciones, la cual cambió profundamente mi visión de la muerte: ¿cómo olvidar la pícara narración de un cínico que no teme morir y es compensado por los dioses con el don de recordar sus vidas anteriores: lazarillo, ratero de baja estafa, prostituta o cortesana de altos vuelos, héroe y traidor? Todos hemos sido o seremos otros.

La plaza del Capitolio es un regalo: a pesar del viento, el famoso Autan, que alza los manteles y servilletas de las mesas al aire libre. Francis Saint-Dizier, quien presenta mi novela en la librería, mexicanista, doctor y antropólogo, dirige el Festival Cines de América Latina. Me recomienda la película que se exhibirá por la noche: El automóvil gris, filme mudo (1919), con diálogos subtitulados en una edición posterior, de Enrique Rosas. Historia de un secuestro, incluye escenas verídicas, como el fusilamiento de los bandidos, filmadas por Rosas. Formidable película, tan al día en estos momentos.

Saint-Dizier observa que Les Greffiers du diable es universal: los personajes son identificables en cualquier lugar o época. Curiosamente, como si se hubiesen puesto de acuerdo, periodistas de radio me dicen lo mismo. Trato de explicar, pues no fue ésa mi intención: al contrario, creí escribir sobre lo más particular.
Yo conocía la película del Indio Fernández, Las abandonadas, inspirada en la banda del automóvil gris: Pedro Arméndariz y Dolores del Río, más regia que nunca en su descenso de la escalinata de un burdel, cubierta de lentejuelas: el brillo metálico acentúa las formas ceñidas por la tela.

En el filme del Indio, los bandidos son más bien “nobles”, roban, no secuestran. Todo el horror del secuestro es representado en el largometraje de Rosas. Más vil que el asesinato, la agonía sin auxilio que se eterniza. A la cual se agrega la tortura de la amenaza y la mutilación.

A mi regreso a París, recibo el dvd del programa de televisión de Justice Hebdo, sobre el caso Cassez, donde participé a pesar de las advertencias de amigos y oficiales. “Es una trampa, vas a servir de marioneta mexicana para avalar la pretendida objetividad francesa”. “Es un programa de expertos jurídicos, te enredarán”. Después de haber protestado contra la parcialidad de una mayoría de medios en Francia que no daban la palabra más que a una parte, decidí participar: no se trataría la inocencia o culpabilidad de Cassez, sino de la situación de Francia por la anulación del año Mexique en France, el presidente de su grupo de sostén quiso alegar la inocencia de esta señora.

Dijo tener la convicción después de haberla visitado. Le pregunté si tuvo tiempo para visitar a las verdaderas víctimas. Masculló un pretexto. Los otros dos participantes, un experto en casación y un especialista en derecho internacional defendieron la posición mexicana. Dominique Rizet, el responsable del programa, no ocultó su indignación ante los insultos a México.

¿Por qué Francia tiene una actitud de respeto a la soberanía de algunos países y de injerencia frente a México? Acaso en el Elysée toman a los mexicanos por indios con plumas como en las películas de vaqueros. No olvidé, cuando dije esto, que arrancar la risa es ganar la polémica con el mejor argumento. Y el viento gira en otro sentido.

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