lunes, 11 de abril de 2011

El librero de Jerusalén.

La librería de Munzer Fahmi es una referencia clásica en Jerusalén. Cualquier político, diplomático, periodista o trabajador humanitario que se precie ha recorrido con la vista las hileras de libros que descansan en sus estanterías. Libros que diseccionan al milímetro el conflicto de Oriente Próximo junto a novelas o colecciones de arte. Situada en el palacio del siglo XIX que alberga el legendario hotel American Colony, la librería de Fahmi es un remanso de paz en medio de una ciudad enloquecida por la que transitan todo tipo de fanáticos.

La cruda batalla demográfica está en el ADN de la disputa por la ciudad santa
Pero este ambiente idílico y palaciego con olor a libro nuevo no debe despistar al visitante. Fahmi y su librería se han convertido en un símbolo más de la lucha contra la ocupación israelí y de la burocracia que la hace posible.

El conocido librero podría verse pronto obligado a echar el cierre y a emigrar, en virtud de una ley por la que miles de palestinos han tenido que abandonar su lugar de nacimiento. La batalla de Fahmi con la justicia israelí ha despertado la conciencia de intelectuales de medio mundo, incluidos los israelíes. Autores como David Grossman o Amos Oz, junto a otros como Orhan Pamuk o Ian McEwan se han sumado a la campaña para pedir que Munzer Fahmi recupere su residencia y evitar así que Jerusalén Este pierda su pequeño oasis de conocimiento.

Fahmi nació y creció en Jerusalén. Como muchos otros palestinos, este librero accidental pasó una temporada larga de su vida en EE UU, adonde emigró para finalizar sus estudios y donde se quedó a trabajar. Al otro lado del Atlántico le fue muy bien, pero el amor por una chica -colona judía- le llevó en 1993 de vuelta a su tierra. En casi cualquier país del mundo, la vuelta hubiera supuesto pasar por ciertos trámites burocráticos.

En Jerusalén, donde la batalla demográfica forma parte del ADN del conflicto, pasar un tiempo fuera supone para los palestinos perder la residencia y la separación de familias de por vida. Y en esto Fahmi no es una excepción. Se quedó sin permiso de residencia y cada vez que quería venir a ver a su novia, debía entrar con visado de turista.

Un par de años más tarde, ya separado y tras pasar una temporada en Holanda, Fahmi decidió instalarse definitivamente en Jerusalén y dedicarse al negocio de los libros. En 1998 abrió su librería en medio de la euforia posterior a los acuerdos de Oslo y animado por la avalancha de ONG y agencias internacionales que desembarcaron en Jerusalén. La apertura de la librería fue el inicio de una aventura empresarial muy exitosa, pese a algunas voces críticas que acusan al librero de violar los derechos de autor o de inflar los precios.

Desde entonces y hasta hoy, 18 años más tarde, Fahmi se ha visto obligado a entrar y salir del país cada tres meses para no violar las reglas de su visado de turista. "¿Se imagina cuánto tiempo y dinero he gastado en aviones?", pregunta el librero. Hace casi dos meses Fahmi perdió la batalla legal en el Tribunal Supremo. El juez le aconsejó que presentara una apelación "por motivos humanitarios". Así hizo, como consta un acuse de recibo que lleva en la cartera. Una portavoz del Ministerio del Interior israelí niega que tal recurso haya sido presentado.

Al margen de cuestiones burocráticas y de cómo se resuelva el contencioso, lo cierto es que el de Fahmi no es un caso aislado y que son muchos los analistas que consideran que la expulsión es un arma que Israel utiliza para inclinar la balanza demográfica en la ciudad santa de la discordia.

Las expulsiones afectan a miles de los palestinos a los que tras la anexión israelí de Jerusalén Este en 1967 se les entregó un permiso de residencia, revocable si pasan más de siete años en el extranjero. Solo en 2008, hasta 4.577 palestinos perdieron su residencia por esa vía, según la organización HaMoked.

"La situación convierte a los residentes de Jerusalén Este en prisioneros a los que no se les permite abandonar su pequeño y desgraciadamente abandonado rincón del planeta", dice Oded Feller, abogado de la Asociación de los Derechos Civiles en Israel.

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