martes, 19 de abril de 2011

El mundo mira mucha televisión.

Después de trabajar y de dormir, la actividad a la que más tiempo dedica la gente en España es a ver la televisión. Sin embargo, este medio tan a mano, tan seductor, no es el que cuenta con la mayor confianza de los ciudadanos. Le superan la prensa escrita y sobre todo la radio, encaramada al grupo de instituciones y medios sociales que inspiran mayor sensación de confianza, según las encuestas de Metroscopia que han servido de base a la publicación Pulso de España 2010.

Un 6% de los ciudadanos prefiere los diarios para informarse

Por la libertad de expresión no pueden vulnerarse principios éticos

El impulso de las nuevas tecnologías no es sinónimo de calidad

"El periodismo ciudadano es una memez", sentencia Luis Arroyo
A partir de estudios demoscópicos (por el momento no existe otro procedimiento para obtener respuestas representativas) se ven desigualdades importantes en credibilidad. De las 28 instituciones o grupos sociales por los que ha preguntado Metroscopia, la confianza en la radio se sitúa claramente por encima de la media, con una nota de 6,5 sobre 10, equiparada a la que merecen las fuerzas policiales o la Seguridad Social. El podio está ocupado por los científicos y la Universidad, que son las instituciones o grupos en los que más confía el conjunto de los ciudadanos, según ese estudio.

Que la opinión pública aproxime la radio al podio es "una prueba clara de la cercanía, calidad y credibilidad de que goza este medio de comunicación", a juicio del sociólogo José Juan Toharia, coordinador del trabajo. "La radio parece que te habla directamente, fomenta la imaginación y es lo más parecido al boca a boca, el método tradicionalmente usado por la gente para informarse o confirmar las cosas que más le importan", argumenta Luis Arroyo, un experto en comunicación política y colaborador de la Fundación Ideas.

La televisión es el medio en el que menos se confía. En el estudio de Metroscopia -que no discrimina por cadenas- obtiene una puntuación media de 4,4 sobre 10, en el mismo saco que instituciones en caída libre, como el Gobierno del Estado o la Iglesia católica, y solo algo mejor que los políticos, la banca o los sindicatos. A pesar de ello, continúa siendo el medio favorito de la gente para informarse. Hace un año, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) situó a los encuestados ante la disyuntiva de escoger un solo medio entre los posibles, y los resultados fueron los siguientes: el 50,2% optó por la televisión, el 28% por Internet, el 14,1% por la radio y el 6% por los periódicos.

Ocurre así a pesar de que una amplia mayoría piensa que la televisión no es buena: para 7 personas de cada 10 (el 69%), la programación es de "poca o ninguna" calidad (Barómetro del CIS, mayo de 2010). El ejército de descreídos aumenta con los años: la programación televisiva era considerada como "muy" o "bastante" vulgar por el 56% en octubre de 2003, 13 puntos menos, según el CIS.

¿Es contradictorio preferir la televisión, y a la vez negarle confianza? No, a juicio de Ricardo Montoro, catedrático de Sociología, que dirigió el CIS entre 2000 y 2004. "La televisión es el gran entretenimiento de millones de personas, y lo es en su sentido más amplio, desde películas a magacines de todo tipo", argumenta. "La radio también entretiene, pero añade un plus de verosimilitud, y no alcanza a tantos millones de personas como la televisión.

La prensa escrita informa y tiene mucha credibilidad, aunque la siguen muchos menos que a la televisión y la radio. Por tanto, la televisión es el gran medio y, por su magnitud, variedad y multitud de audiencia, no tiene tanto crédito como los demás". Este es "el precio que la televisión paga por su enorme extensión", afirma el profesor Montoro, quien de todos modos duda de que sea tan poco verosímil como dicen los encuestados, vista su capacidad de penetración.

Fernando Vallespín, que estuvo al frente del CIS de 2004 a 2008, observa "una cierta contradicción, pero no del todo" en preferir la televisión pese a no confiar mucho en ella. "Lo que dice el CIS es que la mayoría de la gente se informa a través de la televisión, pero no que esta sea un medio al que se otorgue necesariamente confianza. Constata un hecho, no lo valora.

Otra cosa es la evaluación que reciba en contraste con otros medios como la radio o la prensa. Creo que la gente es consciente de que en estos otros pueden encontrar mejor información, pero que no por eso van a dejar de informarse por el medio que tienen más a mano".

La confianza es un concepto sutil, racional. Casa mal con el efecto seductor y persuasivo de la tele. "Si intentamos aplicar principios racionales que proceden del tiempo de la Ilustración, seguramente interpretaremos mal lo que lleva a la gente a ver tanta televisión", argumenta Luis Arroyo. Cita una teoría de Marshall McLuhan: "Los medios masajean el cerebro", en el sentido de adormecerlo. "Es lo que hace Hugo Chávez en Venezuela, cuyos medios lanzan sistemáticamente mensajes contra la oligarquía o el imperialismo.

O Silvio Berlusconi, cuando promueve una programación televisiva en la que la mujer cumple el papel de objeto, construyendo así un orden que pretende que la gente lo acepte como normal. La televisión va a la construcción social de la realidad. No hay que esperar mucho de la confianza en la televisión, su obra se queda en el masajeado de cerebros".

¿Y la prensa? Según el trabajo de Metroscopia, la confianza en los periódicos se sitúa a medio camino entre la que merecen la radio y la televisión. La puntuación media atribuida a la prensa, 5,4 sobre 10, le sitúa en un nivel de confianza similar al de instituciones como el Parlamento y el Tribunal Constitucional. "La ciudadanía ve a los periódicos como órganos políticos, o en todo caso, como parte inherente al sistema político", apunta Toharia. Cabe precisar que en ese estudio no se incluye todavía a Internet.

Si escuchamos a expertos en medios de comunicación o periodistas, es fácil transmitir la sensación de que este sector de actividad sufre una crisis importante. Pero las cifras hablan más bien de un sistema de medios sólidamente asentado, que penetra a fondo en la sociedad. De la población total afectada por el Estudio General de Medios (EGM), que es de 39,5 millones de personas (están excluidos los menores de 14 años), casi todos ven la televisión.

Es verdad que su audiencia global desciende muy ligeramente, pero esa bajada no se explica solo por la velocidad con que se va implantando la utilización de Internet, que cuenta ya con 15,7 millones de usuarios. Respecto a los otros grandes medios, 22,8 millones de personas escuchan la radio y 15 millones dicen leer algún diario, aunque muchos de los periódicos leídos sean gratuitos -lo cual explica que las cifras globales de lectores se sostengan-.

Así pues, el público no da la espalda a los medios, vistos en general. Pero las críticas a sus prácticas indican un malestar preñado de problemas para el futuro.

¿Qué pasa si se echa un vistazo a Estados Unidos, la meca de los medios de comunicación? El Pew Research Center lleva 15 años siguiendo "la confianza" de los norteamericanos en las historias periodísticas. La última entrega de sus trabajos (2009) muestra que la desconfianza se acelera. Solo el 29% de los estadounidenses cree que las organizaciones de noticias -los medios, en definitiva- presentan correctamente los hechos: eran el 55% tres lustros años antes.

Y el 63% opina que a menudo no lo hacen: 15 años atrás solo lo creían así el 34%. Seis de cada 10 personas piensan que las informaciones están filtradas por el partidismo político. Los votantes del Partido Republicano lo creen desde hace años, pero en los últimos tiempos afloran las opiniones negativas sobre la independencia de los medios también entre demócratas.

En España, el estudio de Metroscopia refleja unos votantes de Izquierda Unida particularmente desconfiados hacia los medios de comunicación, sobre todo la televisión. Los del PP valoran ese medio ligeramente mejor que los del PSOE, mientras la radio y la prensa reciben puntuaciones similares en ambos sectores políticos, señal de que cada uno dispone de emisoras o diarios con los que simpatiza más.

La crisis tiene que ver con las tácticas periodísticas. Son demasiados años de vulneración de los más elementales principios éticos por parte de los que apelan después a la libertad de expresión para justificar los excesos. Cuando el periodista Iñaki Gabilondo recuerda que la revista Interviú publicó unas fotos de Marta Chávarri en las que "se le levantaba la falda" -así lo describe-, dice: "Aquello no me pareció bien, pero pensé: 'En fin, es la vida: el empresario ha decidido que tiene que vender más de un millón de ejemplares'.

Lo que de verdad me sorprendió fue que la redacción saliera a defender aquello en nombre de la libertad de expresión". Otro ejemplo: los periodistas dedicados a sentar la teoría de la conspiración sobre los atentados del 11 de marzo de 2004 estaban residenciados en el diario El Mundo, pero esa tesis logró una gran reverberación a través de otros medios.

Una supuesta "verdad publicada" se intentó implantar como si fuera "la verdad". Todavía en noviembre de 2006, más de dos años y medio después de la matanza, el 23% estaba en desacuerdo con que los atentados del 11-M hubieran sido obra exclusivamente del islamismo radical. Al 17% de la población le parecía probable que ETA hubiera intervenido; al 15%, que los atentados del 11-M formaran parte de una conjura para derribar al Gobierno del PP; y al 13%, que policías españoles y servicios extranjeros estaban implicados en los atentados (todo ello según datos de Metroscopia).

El impulso formidable de las nuevas tecnologías no es una garantía de mayor calidad o independencia. No se trata solo de decisiones impuestas por los líderes de los medios. Si se leen las noticias abiertas a la participación vía Internet, y por diferentes que sean los temas, se encuentran múltiples comentarios que niegan en bloque lo publicado. O bien, cascadas de opiniones sospechosamente construidas sobre un mismo argumento, en respuesta a campañas, que el anonimato de la Red facilita mucho.

Puede que los grandes partidos políticos hayan cavado un poco más la tumba de su credibilidad, y de paso de la televisión, aplicando a las cadenas privadas las limitaciones en la información a las que ya habían forzado a TVE, esto es: que los periodistas no sean libres para seleccionar la información en los periodos electorales.

Otra cuestión que puede afectar a la confianza es la de los recursos económicos a disposición de los informadores. Cuando el profesor y ensayista británico Timothy Garton Ash rememora los 2.700 profesionales de medios de comunicación que entraron en Kosovo con las fuerzas de "invasión/liberación" -inmediatamente después de las matanzas cometidas por los serbios-, él cree que el olor de la sangre explica que hubiera allí un periodista por cada 800 habitantes.

Pero teme que la especie del corresponsal permanente se encuentre en vías de extinción: "La corresponsalía actual, recortada como corresponde a esta era de austeridad, consiste en un solo enviado que hace todo a la vez, corre de un sitio a otro como el sombrerero loco, intenta desesperadamente cumplir varios plazos cada día, para la web, la versión impresa, el vídeo, el audio, el tuit y el blog; el problema es que el pobre periodista tiene muy poco tiempo para investigar a fondo cada historia, y mucho menos para detenerse a reflexionar", ha escrito.

Algunos sociólogos tampoco creen en novedosas fórmulas ensayadas por medios de comunicación a través de la Red, que eliminan la intermediación periodística para poner en contacto directo a los ciudadanos entre sí. Se refieren a la fórmula del Yo periodista y variantes.

Luis Arroyo se muestra "completamente seguro" de que los profesionales del periodismo seguirán siendo necesarios para establecer el menú de las informaciones cotidianas, "ya sean los 30 minutos de un informativo de televisión o las 60 o 70 páginas de un periódico. Alguien tiene que cumplir la tarea de sopesar, evaluar y establecer la importancia de cada información".

Al menos parece haber consenso en que el caso de los fondos documentales del portal Wikileaks ha resaltado el valor de la criba ejercida por la prensa de calidad. "Todo eso del periodismo ciudadano son memeces", sentencia Arroyo, lapidario.

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