viernes, 8 de abril de 2011

El niño de los zapatos rotos/cuento corto.

Era un niño de 8 años, inquieto y aventurero, no podía permanecer en casa porque le consumía la ansiedad por salir a vagar por las calles de la ciudad. Mientras sus padres se afanaban por atender una casa para estudiantes pobres, dos empleadas domésticas se ocupaban de los otros cuatro niños menores. Nadie se percataba de sus largas ausencias cotidianas, que ocurrían después de llegar de la escuela.

Salvo por los agujeros en los zapatos que delataban sus caminatas extremas y sus parches de papel o cartón dentro de los zapatos, para no pisar el suelo mojado o polvoso con los pies descalzos. Los zapatos se mantenían ocultos a las miradas de sus padres, hasta que era imposible aparentar su mal estado, calamitoso o deplorable.

Venían los regaños por el uso intensivo de los zapátos, que no disculpaban ni siquiera porque también servían para jugar con un balón de trapo, eran zapatos de un niño chico, inquieto y aventurero.

Las largas caminatas incluían no solamente el Centro Histórico de la ciudad, donde vivía el chiquillo; si no que también se atrevía a explorar los extremos de la ciudad: el Hipódromo del Norte y el Hipódromo del Sur, las antípodas de la pequeña ciudad, que para un niño de esa edad, verdaderamente eran extensas travesías llenas de aventuras y peligros.

Las salidas clandestinas de casa cesaron de pronto, el niño advertía peligro por los rostros desencajados de sus padres. Una noche ayudó a quemar en una enorme pira la biblioteca completa de su padre, parecía que era un peligro mortal conservar aquellos libros, que se acumularon por cientos en el patio para ser incinerados. La ciudad se quedaba a oscuras por la situación y el fuego de las constantes quemas de libros, llamaron la atención de los vecinos que de inmediato llamaron a los bomberos municipales.

Unos días más tarde el niño y sus hermanos fueron informados por sus padres, que tendrían que salir huyendo todos de la ciudad, parecía que era un peligro real porque varias noches unos aviones bombardearon la ciudad sin ton ni son.

Ninguno pudo despedirse de sus amigos, condiscípulos y familiares cercanos. La fuga fue de inmediato.

El niño de los zapatos rotos comprendió que era el hijo mayor y que había que asumir el rol paterno, porque el padre desapareció dejando a una mujer y a sus cinco hijos a la deriva.

Ese fue el primer éxodo familiar, histórico, dramático y desgarrador.

Luego vendrían otros éxodos, igualmente demoledores para la familia del niño de ocho años.

Otras ciudades del extranjero acogieron a la familia, y el niño aquel siguió con su ímpetu de aventurarse a caminar por calles extrañas y más largas, se sentía más libre, sin miedo a los aviones que bombardeaban su antigua ciudad.

Los zapatos ahora se desgastaban más rápido que antes y no había forma de reponerlos, no había con qué; el cartón era la solución temporal para tapar los agujeros y las suelas desprendidas.

Ese niño cuando se hizo joven pudo por fin tener unos zapatos decentes, nuevos y resistentes para las caminatas. él se los compró con el fruto de su trabajo de mandadero por el barrio extranjero.

Aquel niño de ocho años que arrancó una noche hacia el norte, enmedio de una guerra que no comprendía, volvió adulto y quiso recorrer aquellas calles del Centro Histórico y visitar los dos Hipódromos, lo intentó y no pudo.

A cada paso por las antiguas calles del centro, una gotas saladas le cubrían el rostro impidiéndole ver con nitidez el camino de antaño, los ojos se empañaban de llanto incontenible. Se acordaba con claridad de sus zapatos viejos, desgastados y sucios de lodo.

Pero olvidó las rutas que transitaba por la ciudad en busca de lo desconocido, rememoró pero sin éxito, la historia cambió la ciudad de su niñez, ahora solo hay ruinas en el Centro Histórico donde la burguesía solía pasear ataviados elegantemente, y que paseaban orondos frente aquel niño de los zapartos rotos

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