martes, 5 de abril de 2011

El signo de Romberg.

Por René Drucker Colín

En la clínica neurológica, el signo de Romberg se define por un deterioro en la sensación proveniente de las articulaciones y la posición de las extremidades inferiores. La preservación de la posición vertical depende en gran medida de aquellos reflejos cuyas vías provienen de los propioceptores de las extremidades inferiores. Pacientes con este deterioro, cuando cierran los ojos, tenderán a caerse. Asimismo presentan ataxia (inestabilidad en la marcha) sensorial, teniendo dificultad en determinar la posición de las piernas en relación con el piso, situación que se agrava en la oscuridad debido a la disminución de la información visual al cerebro. En pocas palabras, personas con signo de Romberg positivo tienden a perder el piso.

Doy este ejemplo de la clínica neurológica porque parece que va creciendo una lista de personajes públicos que padecen una especie de signo de Romberg “político”. Esta similitud entre un síntoma neurológico y el comportamiento de la clase política mexicana la hice notar hace como nueve años en un artículo en este mismo periódico. Ahora veo que, como casi todos los problemas de tipo neurológico, el tiempo los va agravando.

Desde luego, en un padecimiento médico relacionado con el sistema nervioso uno casi ha aceptado lo inevitable, que es precisamente que el problema se agrave, pues para muchos de estos tipos de padecimientos no hay solución. Pero en la política, uno pensaría que habría estrategias, intentos o movimientos que tendieran a mejorar las situaciones por las cuales atraviesa el país. Sin embargo, lamentablemente esto no sólo no es así, sino que además las esperanzas para el cambio se ven muy debilitadas. Salvo en el discurso.

Ahí sí que hay puras buenas noticias. En la Cámara de Diputados y de Senadores, según los anuncios comerciales de paga, desde luego, se nos informa constantemente que ellos están trabaje y trabaje para implementar leyes que nos favorecen enormemente. Claro, no nos dicen qué tanto éstas se cumplen o no. Pero ya lo sabemos, no mucho.

El secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, hace declaraciones a través de las cuales en realidad no sabemos si tiene conciencia de en qué país vive. Ese señor tiene un signo de Romberg muy pronunciado.

El secretario de Educación, Alonso Lujambio, me parece que de plano también perdió el piso, pues parece, según se publicó por ahí, que dijo que las telenovelas son buen material educativo. Realmente no me consta en lo personal que lo haya dicho, pero si así fue, él y Cordero tendrían que apoyarse fuertemente para no caer, pero en el olvido, al terminar el sexenio.

Pero lo peor de todo es el discurso de Calderón en relación con la seguridad. Me queda claro que el problema de la inseguridad en el país está inmerso en complejísimas vertientes, sobre las cuales yo no tengo ninguna información. Sin embargo, el producto de las estrategias para combatirla no tiene buenos resultados y ciertamente no parece que los tendrá.

La inseguridad va abarcando cada vez mayores territorios y va afectando a sectores cada vez más amplios de la sociedad y las autoridades se ven cada vez menos capacitadas para hacer frente a la red de complicidades por las que atraviesa. Calderón pretende hacernos creer que se magnifica el problema por parte de los ciudadanos. Claro, él está tan protegido que ya perdió el piso.

Los ciudadanos quisiéramos saber cómo es que en un abrir y cerrar de ojos encontraron a los que mataron al agente gringo y hasta el rifle que lo mató y no pueden (o no quieren) encontrar a los que han asesinado a tantos mexicanos(as). Ejemplo: Marisela Escobedo y ahora recientemente al hijo de Javier Sicilia.

Yo no conozco personalmente a Javier, pero me uno a sus sentimientos de impotencia, coraje, decepción y sobre todo, desesperanza. La pregunta que nos hacemos todos es ¿hasta cuándo? Está claro que el problema tiene profundas raíces, pero no es con discursos vacíos y fuera de la realidad que se va a enderezar el curso de los graves acontecimientos que ocurren en el país. Esperemos que el signo de Romberg en la política no siga agravándose.

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