lunes, 11 de abril de 2011

Las ruinas como lección del futuro.

La belleza de un superviviente reside a veces en sus cicatrices. David Chipperfield hizo que los eclécticos restos del Neues Museum, levantado a mediados del siglo XIX en Berlín, se convirtieran en un edificio de futuro. Y lo consiguió sin dejar de contar la historia de sangre y abandono que la ciudad y el propio inmueble habían sufrido. Según el arquitecto británico, su intención fue "llevar emoción a la supervivencia; no solo al horror de la guerra, también a 60 años de erosión".

Así, el viejo edificio levantado por Fiedrich Ausust Stuler puede leerse hoy a capas, con todo su historial de construcción y destrucción conviviendo en un mismo rostro. El milagro fue posible gracias al trabajo, radical pero milimétrico, de David Chipperfield y Julian Harrap, su colaborador. Esa labor, iniciada en 2003, recibió ayer el Premio Mies van der Rohe de la Unión Europea, cuyo jurado reconoció en la obra ganadora la sabiduría con que "aúna el pasado y el presente en una sorprendente mezcla de arquitectura contemporánea, restauración y arte". No es mera retórica.

El Neues Museum, celebérrimo por albergar el busto de Nefertiti, es hoy el museo más importante de la renovada capital alemana. Cuando el año que viene concluya el proyecto de rescate de la isla de los museos del río Spre, el conjunto tendrá pocos rivales en el mundo. En el nuevo museo, Chipperfield quiso recuperar no lo que se perdió durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial sino lo que se salvó del Berlín anterior al nazismo. Por eso, lejos de levantar un memorial o una reproducción histórica, el metódico arquitecto británico consiguió -tras 60 años en que fue usado como almacén, armería o cantera para otros edificios- dar nuevo sentido a aquella extraordinaria ruina.

Le costó una década. Y no una década cualquiera. Mientras el mundo jaleaba el espectáculo de los iconos arquitectónicos, Berlín apostaba por reconstruir su isla de los museos sin levantar la voz y sin que el supuesto futuro acallara el pasado. Con todo, el propio Chipperfield ha admitido que el Neues Museum es un caso singular. Pero subraya que fueron ellos, los arquitectos, quienes lo hicieron serlo: "La ciudad quería una simple reconstrucción, copiar la historia.

Pero lo interesante de Alemania es que la gran sombra que hubo sobre su historia en el siglo XX les ha llevado a tratar de entender las cosas, sus implicaciones". Según el proyectista, a los alemanes les convencen más las ideas que las modas: "Un edificio que ha sufrido tantas pérdidas no puede simplemente repararse. Debes añadir algo más. Cuando los berlineses vieron el resultado dejaron de preocuparse por las formas para valorar el concepto, cabal y sincero, que lo sustenta: no borrar la historia sino mostrar a la vez lo mejor y lo peor de ella".

David Chipperfield (Londres, 1953) siempre ha jugado a la contra. Desde el principio. Cuando en el Londres de los ochenta triunfaba el high tech de Foster y Rogers, él abogaba por una arquitectura sólida y contenida, como brotada del suelo. En Japón, de la mano del modisto Issey Miyake, consiguió sus primeros encargos. Allí trabajó hasta que regresó a Londres para, desde su estudio de hormigón y pavés de Camden Town, dar forma a proyectos como la Ciudad de la Justicia de Barcelona o del edificio Veles i Vents del puerto de Valencia.

La "llamada al orden" que, apagado todo espectáculo, suponen los últimos premios Mies van der Rohe se completa con el galardón a la arquitectura emergente. Este año ha recaído en los gerundenses Ramon Bosch (1974) y Bet Capdeferro (1970) por su Casa Collage, levantada en el centro histórico de Girona a partir de un conjunto de edificios en ruina. En tiempos de crisis, cualquier extravagancia suena a frivolidad.

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