jueves, 14 de abril de 2011

Las tres divinas personas/ cuento corto

Por Juan José Lara.

Conocì a doña Ifigenia en el ocaso de su vida. Sin embargo conservaba todavìa la huella de su belleza . Tez blanca, voz arrulladora y gràcil figura retocada de remota sensualidad.

Reconstruì su historia con los fragmentos escuchados por casualidad y , otras veces, indagando con avidez con quièn se me ocurriera.

En la lozanìa de la juventud, la persuadiò un finquero de Pàlencia, para que se fuera de tutora de su hijo. El habìa enviudado y, obnubilado por sus encantos, le pidiò ayuda para educar a su muchacho como de doce años. No fuè difìcil de convencer a Doña Ifigenia, entonces alborozada con la idea, pues a la par de la monotonìa de su vida en el pueblo de Las Cruces, el finquero era tan refinado como lo permitìa su rimbombante apellido extranjero.

Despuès de pocos años retornò a cuidar a unos sobrinos suyos, tambièn repentinamente huèrfanos, asì como a encargarse de unas herencias recièn adquiridas. Vivìa a un costado de la iglesia del pueblo, lo que no era por supuesto, la ùnica razòn para que fuera invariablemente religiosa.

Un dia con los primeros tañidos de las campanas llamando a la misa matinal, llegò Rodolfo hijo desde Palencia, ya como de diecisiès años. Entrò a la casa de la que fuera tutora suya Ifigenia y, en medio del estupor de los feligreses que se encontraban en el atrio de la iglesia, salìo despuès de un instante. A punta de revòlver llevaba al padre Luna, en puros calzoncillos, al encontrarlo en pleno regodeo amoroso con doña Ifigenia.

- Aquì les traigo a su curita poque se le olvidaba la hora de la misa.- Dijo gravemente el muchacho y se marchò.

Tengo memoria de ella al encontrarse en el descenso de la vida; cuando la maledicencia la llamaba de todas formas por lo bajo, unos le decìan la Magdalena porque habìa yacido con las Tres Divinas Personas: el Padre, el Hijo y el Espiritu Santo.

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