miércoles, 6 de abril de 2011

México, asesinato en serie.

Por Carlos Martínez García

En medio del dolor Javier Sicilia ha escrito una carta lúcida y devastadora. El cruel y demencial asesinato de su hijo Juan Francisco, ultimado junto con Julio César Romero Jaime, de Luis Antonio Romero Jaime y de Gabriel Anejo Escalera, es resultado, nos dice el padre lacerado, no sólo de la guerra desatada por el gobierno de Calderón contra el crimen organizado, sino del pudrimiento del corazón que se ha apoderado de la mal llamada clase política y de la clase criminal, que ha roto sus códigos de honor”.

La misiva de Sicilia, “Estamos hasta la madre… (Carta abierta a los políticos y a los criminales)”, en la revista Proceso de esta semana, está circulando ampliamente por las redes sociales levantando indignación contra la monstruosa ejecución de los jóvenes y solidaridad con el diagnóstico del escritor.

Javier Sicilia es un gran poeta, notable ensayista, editor, novelista creativo, crítico de quienes consideran ineluctables las fuerzas del industrialismo y el mercado. Católico comprometido se ha identificado con la corriente que cuestiona severamente a la jerarquía de la Iglesia católica. Continuamente ha señalado las deformaciones de la cúpula clerical, a la que ve muy alejada de las enseñanzas y prácticas de Jesús narradas en los evangelios. Esta postura la ha sostenido en dos revistas dirigidas por él: Ixtus y Conspiratio.

Como traductor del teólogo protestante Jaques Ellul (Anarquía y cristianismo, Editorial Jus, 2005), Javier Sicilia no nada más ha trasladado las ideas del personaje a nuestro idioma, sino que lo ha hecho porque se identifica plenamente con la propuesta del autor francés de desconstantinizar al cristianismo, es decir, de alejar a éste de los poderes y recobrar su fuerza subversiva y disidente de los afanes eclesiástico por contemporizar con los sistemas políticos negadores de la libertad.

El escrito producido por Sicilia a raíz del atroz asesinato de su hijo y sus amigos, cuestiona las condiciones sociales que favorecen a las fuerzas de la violencia y la muerte: “Estamos hasta la madre de ustedes, políticos –y cuando digo políticos no me refiero a ninguno en particular, sino a una buena parte de ustedes, incluyendo a quienes componen los partidos–, porque en sus luchas por el poder han desgarrado el tejido de la nación, porque en medio de esta guerra mal planteada, mal hecha, mal dirigida, de esta guerra que ha puesto al país en estado de emergencia, han sido incapaces –a causa de sus mezquindades, de sus pugnas, de su miserable grilla, de su lucha por el poder– de crear los consensos que la nación necesita para encontrar la unidad sin la cual este país no tendrá salida; estamos hasta la madre, porque la corrupción de las instituciones judiciales genera la complicidad con el crimen y la impunidad para cometerlo…”

Además de señalar la mezquindad de la clase política que privilegia la reproducción de sus intereses y prebendas al amparo de un sistema partidista excluyente de la sociedad civil, el poeta identifica a otro sector que hace víctima a la ciudadanía: “De ustedes, criminales, estamos hasta la madre, de su violencia, de su pérdida de honorabilidad, de su crueldad, de su sinsentido. Antiguamente ustedes tenían códigos de honor. No eran tan crueles en sus ajustes de cuentas y no tocaban ni a los ciudadanos ni a sus familias. Ahora ya no distinguen. Su violencia ya no puede ser nombrada porque ni siquiera, como el dolor y el sufrimiento que provocan, tiene un nombre y un sentido.

Han perdido incluso la dignidad para matar. Se han vuelto cobardes como los miserables Sonderkommandos nazis que asesinaban sin ningún sentido de lo humano a niños, muchachos, muchachas, mujeres, hombres y ancianos, es decir, inocentes. Estamos hasta la madre porque su violencia se ha vuelto infrahumana, no animal –los animales no hacen lo que ustedes hacen–, sino subhumana, demoniaca, imbécil. Estamos hasta la madre porque en su afán de poder y de enriquecimiento humillan a nuestros hijos y los destrozan y producen miedo y espanto”.

La misiva de Sicilia argumenta, y compartimos sus razones, que no tenemos paz porque lo que reina es la injusticia, la impunidad, cobijada por buena parte de los poderes oficiales y fácticos. Una de las funciones básicas del Estado es salvaguardar a la ciudadanía de todo tipo de crímenes y delitos que se cometen contra ella, pero cuando deja de cumplir con esa tarea y, además, partes del aparato gubernamental se suman al crimen organizado para vulnerar sistemáticamente los derechos ciudadanos, entonces el panorama es más sombrío.

Desde el agudo dolor el autor de la novela El bautista, que trata sobre Juan el bautista, personaje del Nuevo Testamento decapitado por el delirante poder de Herodes (Mateo 14:1-12), convoca para hoy a la realización de marchas en todo el país para manifestarnos “porque no queremos un muchacho más, un hijo nuestro, asesinado”. Hay que estar ahí, para defender la vida, para resistir el demencial río de muertos, para, como sostiene Sicilia, “devolverle la dignidad a esta nación”.

Además opino que es urgente que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos exija al gobierno medidas precautorias para proteger la integridad de Javier Sicilia. Porque los intereses denunciados por el escritor en su carta pudieran intentar acallarlo de manera violenta.

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