domingo, 10 de abril de 2011

México por Monsiváis.

México según Monsiváis
Carlos Monsiváis



Ni siquiera la mente académica más ambiciosa aspiraría a que un testigo privilegiado del siglo pasado hubiese escrito su crónica entera, siquiera en un tema específico. Sin embargo, y como una vida no alcanza, póstumamente Carlos Monsiváis cumple en parte ese propósito en su obra La cultura mexicana en el siglo XX (El Colegio de México, colección Historia Mínima), ya en circulación. La editora Eugenia Huerta relata que preparó el volumen con base en una de las versiones “casi definitivas” que le entregó el autor, a su vez enfrentado a la monumental tarea de actualizar textos publicados hace mucho acerca del país que leyó, vio y degustó con fruición mientras lo escribía en libros, prólogos y columnas (la última de ellas, Por mi madre, Bohemios, aquí en Proceso).

Pero a la par que satisfizo las expectativas editoriales, Monsiváis remarcó en este volumen su propio perfil intelectual, que abarca sus exploraciones tempranas sobre la literatura, el teatro, el cine y la fotografía, glosa los cambios ideológicos y les hacer lugar a las artes plásticas y a la arquitectura. Sólo se extraña su precursora crítica de la televisión nacional. En cambio, puso énfasis en la historia de la educación pública. Se reproducen aquí, con autorización de El Colegio de México, la “Nota introductoria” del escritor, fechada en enero de 2010, y el capítulo 23: “La educación básica en la era institucional”.



Nota introductoria





En 1977 entregué a El Colegio de México unas “Notas sobre la cultura mexicana” para la Historia general de México. Más de treinta años después, y también desde la crónica de la historia cultural, he revisado y ampliado considerablemente esas notas, y me he beneficiado de un alud de publicaciones, por lo común académicas: obras completas (el caso de los liberales de la Reforma y de figuras como Antonio Caso, Samuel Ramos y José Juan Tablada), ensayos y biografías sobre creadores destacados, discusiones sobre el canon y la conveniencia o inutilidad del uso del término, recuperaciones y olvidos pertinentes, práctica ritual de homenajes a propósito de cincuentenarios y centenarios, y la convicción no tan soterrada: “Clásico es aquél o aquélla de quien me ocupo”. Entre los cambios de percepción, uno primordial: el nacionalismo ya no persuade, pero la atención a lo nacional se acrecienta. Ya no se es nacionalista, pero la atención a lo nacional es obsesiva.

Los acontecimientos y fenómenos de estos años en lo social, lo político y lo económico han tenido vastas consecuencias en la cultura, que a su vez han influido poderosamente en la sociedad. Entre los hechos a destacar, el PRI perdió en dos ocasiones la Presidencia de la República; la derecha insiste en el combate al Estado laico y a las universidades públicas; un buen número de libertades que se daban por muy firmes sufren la acometida del integrismo; la izquierda no ha cesado de dividirse, y las condiciones económicas son muy adversas. Con todo, es ya irrefutable el papel de la cultura (libros, música, teatro, danza, pintura, instalaciones, escultura) en la resistencia a la destrucción de lo ya obtenido y en el desarrollo de las comunidades y las personas.

En el tiempo transcurrido se han revisado las definiciones (interminables) de cultura y, si se quieren panoramas completos, ya es indispensable tomar en cuenta la presencia, mucho más que la influencia, de elementos “extranjeros”. ¿Cómo hablar de cultura mexicana del siglo XX sin mencionar, digamos, la filosofía de la Ilustración, a Freud, Marx, Eliot, Picasso, Chaplin, Stravinski, el jazz, Hemingway, Valéry, Proust, el expresionismo alemán, la generación española del 27, el surrealismo, Neruda, César Vallejo, Eisenstein, Fritz Lang, Hitchcock, John Ford, el socialismo, las variantes del psicoanálisis, el feminismo, la teoría crítica del grupo de Frankfurt, Walter Benjamin, el neorrealismo italiano, el arte pop, el abstraccionismo, Foucault, Borges, Lacan, el minimalismo?

Fuera de los capítulos dedicados al teatro y al cine, he prescindido del examen cada vez más indispensable de la cultura popular. Tampoco he considerado con el detalle necesario a la prensa, un espacio formativo de la sociedad que, entre otras aportaciones, ha sido el campo de experimentación o petrificación del lenguaje. He añadido las notas sobre el marxismo, las consecuencias de las teorías de Freud y la fotografía.

Cubrir un siglo en la vida cultural de un país, así sea de modo descriptivo y sintético, es una tarea inacabable. Por las restricciones de espacio que marca el criterio editorial, no atendí los movimientos y creadores, muy numerosos en ambos casos, de las dos últimas décadas del siglo XX; en la revisión de las obras individuales mi límite fue casi siempre el de los nacidos antes de la década de 1940.

Por un acuerdo con las autoridades de El Colegio de México, el término de estas notas es, aproximadamente, 1980. Le corresponde a otro libro, con los engaños y autoengaños a que se presta el criterio de las décadas, la crónica de lo ocurrido culturalmente a partir de entonces. Agradezco profundamente las críticas de mis compañeros del Seminario de Cultura de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, y también el estímulo de Javier Garciadiego, presidente de El Colegio de México, y de Francisco Gómez Ruiz, director de Publicaciones de la institución. Por último, mi reconocimiento a Eugenia Huerta, editora ejemplar.



C. M.

27 de enero de 2010



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La Revolución, como Anteo, se recupera una vez que toma posesión de su nuevo cargo



A lo largo del siglo XIX los conservadores califican a los profesores de inmodificables, en el mejor de los casos correas transmisoras del conocimiento elemental (alguien tiene que hacerlo y su oficio es mecánico) y, en el peor, meros agitadores que envenenan con su rencor la mente de los niños. Entre 1920 y 1940 la mística del magisterio o, más exactamente, su sentido misionero, contribuyen en gran medida a la integración nacional y la consolidación del Estado, no sin un costo personal y social muy alto para ellos. Pero en el gobierno de Manuel Ávila Camacho la mística y sus practicantes ya estorban. La unificación sindical y la burocratización consiguiente inutilizan el adular a los maestros diciéndoles “nervios de la nación” o “edificadores de la Patria”. Su única importancia –dicen las autoridades con otras palabras– se localiza en niveles discretos, como servidores públicos al tanto de su humilde condición presupuestal y laboral. ¡Ah! Y que se abstengan de prédicas. Desaparece el apóstol y aparece el burócrata de la Federación.

Desde 1940 a los maestros no se les demanda que se sacrifiquen por la nación, porque, según los gobiernos, reciben lo justo. Esto exige un paso previo: “desacralizar” la enseñanza, tan asumida como apostolado por los liberales del siglo XIX, los jacobinos radicales del Constituyente de 1917 y los comunistas en el periodo 1920-1940. Si aún se cree fervorosamente en la escolaridad (“El título profesional es el seguro contra el desempleo”), se desvanece el crédito de los primeros proveedores de esa magia, el conocimiento. Con rapidez se evapora el aura (muy exigua) de los profesores. ¿Cómo creerlos portadores del saber si se atiende a su aspecto, sus modos de vida, su aplastamiento administrativo?

A los profesores, y a la educación en general, los gobiernos los someten al “·criterio-de-los-sexenios”: la renovación en la falsa movilidad. Este es el mensaje ritual: antes de ahora sólo han ocurrido desastres, acepten que empezamos desde cero. A juzgar por los hechos, la calidad de la enseñanza es para los gobernantes un asunto muy menor. Cada secretario de Educación desconoce primero y critica acto seguido lo que le antecedió.


Se discurre: es poquísimo lo avanzado, el presupuesto es muy insuficiente, los planes de enseñanza son inútiles o de eficacia muy selectiva, hay inercia y descuido… ¡¡¡pero ya está aquí el proyecto infalible!!! En cascada se precipitan y se olvidan el Plan de Once Años, la Revolución Educativa, la Reforma Educativa. Los maestros ganan cada vez menos, y la burocracia exige de los maestros adhesión incondicional, servicios político-electorales o incluso el fin de las pretensiones de tener derechos. De golpe, no se discute: la educación es “zona de desastre”.

Es obvio el resultado del ataque a la profesión magisterial, destinada cada vez más a quienes no pueden evitarla (por vocación o por falta de oportunidades). El magisterio es cada vez menos una profesión permanente. Según demasiados jóvenes es una estación de paso. En la imagen que se impone, los maestros son profesionistas a medias, sin derechos políticos, con opciones escasísimas de transformación académica. Por eso, la lucha de la Sección IX de 1956-1958 se libra contra la reducción del magisterio a un sector informe, que transmite con mnemotecnia vacilante lo indispensable, iza la bandera algunos días del año, asiste a festivales tristísimos y vota por quien se le diga. Esto, en la capital; en el resto del país, la función de los maestros es distinta, y en los pueblos son, con frecuencia, líderes naturales, la base persuasiva del PRI.

En un manifiesto de 1958 los profesores de la sección IX del SNTE argumentan: “De acuerdo con las cifras oficiales, en julio de 1956 ganábamos 14 por ciento menos que en 1939, en tanto que en marzo de 1958 la diferencia es más de 35 por ciento” y concluyen:



• Esta situación que señalamos sólo ha conducido a que los maestros resintamos los perjuicios consiguientes en nuestra salud y en la de nuestros familiares, carezcamos de la posibilidad de educar a los hijos, y a que desmerezca nuestra capacidad profesional. Tal estado de cosas exige que le pongamos punto final mediante nuestra lucha unida y combativa.



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La educación laica es el gran patrimonio magisterial. No obstante la burocratización, los maestros defienden la laicidad, el laicismo y el artículo 3º constitucional. Por un tiempo, y luego de su triunfo en lo tocante a la educación sexual, la derecha y el sector clerical no van más allá de ataques desvencijados al laicismo. Pero la aparición de los Libros de Texto Gratuitos reactiva al fundamentalismo conservador. Como se documenta en la investigación de Lorenza Villa Lever (Universidad de Guadalajara, 1988), el debate es fundamental.

En 1962, la primera andanada eclesiástica y empresarial contra los libros de texto desemboca en la derrota de la derecha de Monterrey, humillada por el control sindical y político del presidente Adolfo López Mateos; la siguiente embestida se produce en 1975, como parte de los ataques contra el presidente Luis Echeverría, detestado por su “tercermundismo” y su discurso ocasionalmente “radical”.

Las críticas del Centro Patronal de Nuevo León, por ejemplo, ubican lo que para ellos es la gran amenaza: el “internacionalismo” que “enaltece a héroes de otros países” (El Universal, 6 de enero de 1975). Acto seguido, el obispo de Tlaxcala, Luis Munique Escobar, califica de “socializante y comunizante” el libro de sexto año en “los asuntos referentes a la educación sexual y a la enseñanza de ciencias sociales” (El Día, 23 de enero de 1975), y el un tanto desvaído “progresismo” de los textos es visto como la víspera del asalto al Cuartel Fundidora (o algo así). Luis Guzmán de Alba, presidente de la Asociación de Industriales de Vallejo, no se anda por las ramas:



• Como padre de familia, como mexicano, y tomando en cuenta que el monopolio de la nacionalidad no existe en nuestro país…, considero que el libro de texto gratuito de sexto año, el de ciencias sociales, es tendencioso, marcadamente de tipo socialista-comunista y muchos de sus conceptos no se adaptan a nuestra idiosincrasia nuestra situación nacional. (Novedades, 24 de febrero de 1975)

¿Qué es “nuestra idiosincrasia”? Algo que no necesita demostración, ni siquiera pruebas concretas de existencia. La Unión Nacional de Padres de Familia (UNPF), un membrete a pedido, también se arrebata. En un desplegado muy confuso, ataca los libros de ciencias naturales, porque en ellos se pretende impartir educación sexual. “(Defendemos) el derecho natural de la familia a impartir tal educación y le conferimos a la escuela el carácter de complementaria para dar dicha formación; exigimos que se obre con el consenso de los padres, y no unilateralmente como si se tratara de niños de países totalitarios comunistas”. (Excélsior, 2 de febrero de 1975.)

Las UNPF también censura el libro de ciencias naturales para maestros, sobre todo el de sexto de primaria. Se opone al pronunciamiento sobre “la paternidad responsable” y el uso de anticonceptivos, desconfía de la preparación del profesor que le debe explicar dichas cuestiones a sus hijos y se llama a ofensa porque el gobierno juega con la “dignidad de la persona”, ya que, además de improvisar consejos, pretende “arrebatar el derecho primario de los padres de familia en la educación de sus hijos”. (Excélsior, 3 de febrero de 1975.)

Además, esta Unión de Padres de Familia se indigna porque se aborda la educación sexual solamente desde el punto de vista biológico.



• Si el sexo se viera a través del prisma biológico, en México no se superará el “machismo”, que hace que el hombre vea en la mujer un mero objeto de diversión y que da hasta un 40 por ciento de hijos naturales en varios estados de la República. (Excélsior, 3 de febrero de 1975.)



La contradicción es notable: si el machismo ha llegado a provocar este alud de “hijos naturales”, ¿por qué no se declara un fracaso la ausencia de educación sexual? La Unión expresa su desacuerdo ante el modo en que los libros de ciencias naturales se refieren a algunas “prácticas sexuales” como la masturbación:



• La masturbación no es normal ni natural en la adolescencia. ¿Acaso quienes están bien educados por sus padres son anormales o antinaturales?... Afirmaciones tales tienden a exonerar de responsabilidad moral a los jóvenes que se masturban… Además, es inmoral justificar que la masturbación es normal y natural, afirmando que no pueden sustraerse a ella, porque tienen una necesidad biológica, tal necesidad, de existir, será creada patológicamente, como el fumar, las drogas, el adulterio, etcétera… al afirmar que la masturbación está condenada por nuestra “cultura” se está juzgando a las religiones desde el punto de vista del materialismo histórico (en la teoría filosófica del comunismo, las ciencias, las artes y las mismas religiones son modalidades de la estructura económica que tiene la sociedad). (Excélsior, 3 de febrero de 1975.)



El onanismo, fundamento del comunismo y enemigo mortal de la explosión demográfica. Más adelante, en su desplegado, la UNPF reprueba las tesis evolucionistas, exactamente como la derecha norteamericana de la década de 1920 (el ataque al darwinismo) o como George W. Bush:



• La evolución no es un proceso ordenado, planificado o dirigido por algún ser superior o por la naturaleza. No nos oponemos a que se expongan teorías, sino al dogmatismo absurdo de un gobierno que se empeña en introducir el evolucionismo, para negar la existencia y la intervención de Dios, tal como lo dice el libro del maestro del sexto año. Este manifiesto es una expresión de nuestra inconformidad por la violación de nuestros derechos y el mal uso de los fondos públicos; además retamos a los señores de la SEP a que demuestren públicamente que tienen la razón en lo que exponen y que dicen que son verdades absolutas.



El manifiesto termina diciendo:



• Padre de familias: consulta lo que no entiendas con personas de quienes estés absolutamente seguro de su sano juicio y aléjate de los saboteadores o “paleros” que te dirán que todo lo que afirma la SEP está correcto. (Excélsior, 3 de febrero de 1975.)


El desastre educativo (así descrito ritualmente) tiene consecuencias muy importantes en lo cultural: obstaculiza la promoción de lectura en la infancia, aletarda la enseñanza del idioma español, identifica salarios bajísimos con imposibilidad de una enseñanza valedera. Y se fomenta además, gobierno tras gobierno, el fatalismo: la enseñanza, pública o privada, es una catástrofe y la educación que cuenta funciona fuera de la escuela. Esto propicia un lugar común, una falacia en gran medida: la televisión privada es la verdadera Secretaría de Educación Pública. Sin duda, la televisión es un gran elemento formativo, igualado o superado ahora por internet, pero nada sustituye el conocimiento sistemático impartido por la educación elemental. En la televisión nunca se sistematiza.

Los que analizan primero la zona del desastre educativo son los utopistas. Por ejemplo, Iván Illich, el adversario más agudo del mito de la escolarización, en La sociedad desescolarizada:



• El hombre occidental concibe al ciudadano como un ser que “pasó por la escuela”. La asistencia a clases sustituyó la tradicional reverencia al cura. La conversión a la nación, por medio del adoctrinamiento escolar, sustituyó la incorporación a las colonias de España por medio de la catequesis… El sistema escolar ha venido a hacer de puente estrecho por el que atraviesa ese sistema social que se ensancha día a día. Como único pasaje “legítimo” para transitar de la masa a la élite, el sistema coarta cualquier otro medio de promoción del individuo y, mediante la falacia de su carácter gratuito, crea en el individuo una convicción: él es el único culpable de su situación.



Illich señala el proceso: “Conforme la mayoría de la gente pasa del campo a la ciudad, la inferioridad hereditaria del peón es reemplazada por la inferioridad del que no ha terminado un ciclo escolar, y al que se le responsabiliza de su fracaso. Las escuelas racionalizan el origen divino de la estratificación social con mucha más dureza que lo hicieron jamás las iglesias.

El currículum oculto de la escolarización añade prejuicio y culpa a las discriminaciones que una sociedad practica contra muchos de sus miembros y fortalece el privilegio de otros con un nuevo título que les permite ver de modo condescendiente a la mayoría”. Si bien las soluciones ofrecidas por Illich son un tanto vagas, él da cuenta con lucidez de un “axioma” que dura hasta el principio de las grandes crisis de la educación superior: “El que fracasa en la escuela fracasa en la vida”.

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