miércoles, 6 de abril de 2011

¿Patentar la genética?

Por Arnoldo Kraus

En ocasiones, en medicina, los logros de la investigación se acompañan de malas noticias. Los descubrimientos, aunque sean por serendipia, siempre provienen de la inteligencia y la buena voluntad de médicos y científicos. En cambio, los atropellos provenientes de la investigación pueden ser, o intencionales o debidos a la imposibilidad de predecir la totalidad de los acontecimientos asociados a los descubrimientos.

Sobran ejemplos de malevolencia e inquina. Cito tres. La “investigación” realizada por los médicos nazis es la más conocida y la más abominable. La eugenesia, segundo ejemplo, vinculada con la filosofía nazi, es de acuerdo a Francis Galton (1822-1911), “la ciencia para mejorar la composición genética de nuestra especie, no sólo favoreciendo los apareamientos juiciosos sino en cualquier otra medida que propicie el predominio de las mejores características humanas sobre las otras”.

De acuerdo con Galton, por medio de la eugenesia se podrían mejorar los rasgos humanos, favoreciendo la reproducción de familias con “características positivas” y limitando la reproducción de las que tuviesen “características negativas”. Por último, el apego ético de investigadores occidentales cuando son africanos o latinoamericanos los sujetos de la investigación no siempre es idóneo. Los ejemplos previos sirven para ilustrar viejos y no tan viejos tropiezos éticos de la medicina occidental, así como algunos usos inadecuados de la ciencia.

Con el asombroso avance de la medicina pueden surgir otros problemas cuando no se incorporan cánones éticos desde el inicio de la investigación. Si la investigación médica caminase a la par de preguntas éticas apropiadas seguramente habría menos conflictos morales y menos entuertos científicos. Han pasado diez años desde que se publicó la primera aproximación de la secuencia del genoma humano; su secuenciación ilustra algunos conflictos entre ética y ciencia (la secuenciación es la técnica utilizada para conocer el orden del ácido desoxirribonucleico, cuya información es indispensable para conocer el contenido de los genes).

Desde la publicación del primer borrador del genoma humano –el esqueleto que rige el funcionamiento adecuado o inadecuado del ser humano– se han patentado, aproximadamente, 20 por ciento de los genes. De la pregunta crucial, ¿es lícito patentar los genes?, emerge otra pregunta no menos crucial, ¿es lícito patentar la vida humana?

La frontera entre una y otra pregunta es muy tenue, quizás indefinible.
Quienes abogan en favor del derecho a patentar, defienden el esfuerzo del investigador que lo secuenció así como la posibilidad de contar con un arma diagnóstica muy importante, tanto desde el punto de vista científico como del económico –las compañías manufactureras de genes se inclinan más por las bonanzas monetarias. Un ejemplo: hay más de cincuenta compañías privadas que ofrecen sus servicios para detectar los genes de enfermedades como la fibrosis quística y el cáncer de colon.

Quienes se inclinan por los argumentos éticos consideran que la vida, los genes, no son patentables, y argumentan que éstos no pueden tener dueño. Agregan que la determinación de un gen patentado no necesariamente sirve para tratar la enfermedad. Los contenidos de los platillos de la balanza deben pesarse con microgramos (no con gramos): uno de ellos contiene las patentes de genes que no necesariamente son sinónimo de tratamiento ni de diagnóstico; el otro contiene las cuestiones éticas que protegen al individuo pero que podrían retrasar la investigación.

Entre un platillo y otro hay por lo menos dos problemas más. El primero quizás sea infranqueable: en la mayoría de las enfermedades son múltiples los genes que participan en el desarrollo de ésta, ¿qué sucederá si una compañía no desea facilitar la información de sus genes patentados a otro grupo? El segundo sigue la brutal línea divisoria entre medicina para ricos y medicina para pobres: en Estados Unidos la prueba para diagnosticar oportunamente cáncer de mama cuesta 3 mil dólares. El glamour de la ciencia contra la realidad de la pobreza. La carrera imparable de las compañías que buscan patentar genes contra la utilidad práctica de ese conocimiento.

Huelga decir que el conocimiento del genoma humano es útil y seguramente lo será más en el futuro. Huelga también decir que los experimentos nazis son historia, que la idea de la eugenesia ha casi desaparecido –aunque no del todo– y que la mayoría, pero no la totalidad, de la investigación médica se rige por principios éticos. El meollo del asunto, diez años después de la secuenciación del genoma humano se reduce al derecho o no de patentar la vida. Si patentarla servirá para mejorar la vida de la mayoría de los seres humanos, ¡enhorabuena! Si patentar la vida profundizará las fronteras entre los seres humanos, ¿qué seguirá?

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