domingo, 10 de abril de 2011

Perú: todos desean ser presidentes.

Este domingo 10 de abril se realizaron elecciones presidenciales en Perú. Aquí el escritor nos ofrece su razonada incertidumbre democrática en un país donde “todos quieren ser presidentes”.


Celebro esta experiencia peruana de no saber bien por quién votar. Me parece que declara no una falta de convicciones sino un ejercicio de incertidumbre. Quienes condenan a unos candidatos para celebrar al suyo, ejercitan su derecho a la fe. Pero el método de persuadir a partir de los males del otro produce, en la política como en la publicidad, el efecto contrario. Me temo que la política sea el espacio del efecto contrario: los que ejercen una convicción encarnizada son los que peor se engañan.

Borges dijo ser conservador porque era la única opción política que renunciaba al entusiasmo. No menos irónico es el caso de quienes se declaran “liberales” pero se dedican a descalificar con violencia a quienes no lo son. Ellos son unos señores reposados que creen que la verdad está en medio, y su deportivo escepticismo los hace más civiles y relativistas. El liberalismo descree de las luces extremas, las de los iluminados; cultiva, más bien, una zona gris, esa gama de matices que llamamos tolerancia. Los neo-liberales (o neo-cons) son los marxistas de hoy: están poseídos por convicciones incólumes, autoritariamente jerárquicas, y nos ven a los demás como neófitos en trance de aprendizaje, a punto de ser salvados por la verdad universal del mercado. Hablan de “mantener el modelo” y hacen eco de Alberto Fujimori cuando éste se proclamaba candidato por tercera vez a nombre del “modelo” por preservar.

Ignoran que nosotros somos expertos en dudar. He leído en alguna parte que la democracia se distingue por la incertidumbre. Recuerdo bien el día siguiente a la caída del Partido Revolucionario Institucional mexicano después de 70 años en el poder. Muchos amigos míos vivieron una emoción desconocida: el paso incierto de tener que elegir. Por primera vez, despertaron y el dinosaurio ya no estaba allí.


Por otro lado, votar no es un acto tan privado como se dice. Uno entra a la casilla acompañado de sus simpatías y diferencias, filiaciones y expectativas. Platón dijo ser más amigo de la verdad que de sus amigos. Se ve que no tenía mucho talento para hacer buenos amigos. Los amigos son una forma de la certidumbre, y esa verdad es una ética afectiva. Claro que es una verdad zozobrante, porque la afectividad nos resulta laboriosa, si no bochornosa; por eso los peruanos somos los mejores amigos pero también los peores testigos. César Vallejo, por ejemplo, estuvo rodeado de amigos, pero merecía mejores testigos.

Para responder a la pregunta de por quién, finalmente, votaré, debo confesar que yo habría votado por Manuel Rodríguez Cuadros, a quien conozco desde comienzos de los años setenta, cuando él empezaba su brillante carrera diplomática. Todavía me parece inconcebible que la prensa no le diera el espacio que, democráticamente, merecía como candidato a la Presidencia y como intelectual crítico con un mensaje serio. También conozco a Pedro Pablo Kucinsky, con quien he coincidido en las reuniones anuales del Foro Iberoamericano, del que somos parte. Él es uno de los pocos profesores que puso a prueba sus saberes y dejó, con éxito, las aulas por las finanzas. Él pasa en Lima por un gringo deportivo pero, en verdad, es un limeño de antes. Tiene un sentido del humor tolerante y dice lo que piensa sin insultar al expresidente Toledo, que ya es decir. Habla de las finanzas como quien habla de una obra de arte.

Para complicar mi voto, el otro día, mientras escuchaba a un asesor de Ollanta Humala, me pareció recuperar una cuerda vocal del entusiasmo universitario: la posibilidad de que una izquierda prudente legitime (como en España y en Chile los partidos socialistas) el proceso de desarrollo en su racionalidad social. ¿De qué nos serviría como nación un capitalismo exportador que no reporta y reparte? Sólo haría que la base social acreciente el otro lado del mercado triunfante: el mercado negro, hoy día ocupado por el narcotráfico y la violencia. Mientras hablaba con un colega peruano de estas grandes indecisiones que uno debe tomar, le confesé que estaba estudiando el programa de otro candidato. “Yo también”, me dijo bajando la voz. Lo cual quiere decir que un buen número de peruanos decidiremos a solas, con el lápiz en la mano.



Me preguntó el otro día Carlos Fuentes por qué todos los peruanos quieren ser presidentes de su país. Sospecho, respondí, que para poder hacer otra cosa. Por ejemplo, dar un discurso parado en una piedra. Pero no por vanidad o banalidad, que son lo mismo, sino por el sueño colectivo de construir una casa. Tal vez sea ésta una variante del deseo primario de recuperar una familia. En todo caso, por las razones contrarias.

Al final, votaré en contra, por las dudas.

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