miércoles, 6 de abril de 2011

¿Quiénes son ellas?

Marisa Soleto

Ellas es un pronombre personal de la tercera persona, femenino y plural. También es el título de esta sección, en la que espero poder seguir escribiendo después de este artículo.

Nombrar en femenino es una cuestión que nos cuesta. Nos cuesta en el lenguaje cotidiano. Nos cuesta cuando hablamos en plural y también en singular. Le cuesta al ámbito académico de la lengua, que ha mantenido durante décadas resistencias a los femeninos en muchas palabras, especialmente en el ámbito de las profesiones y que, aún hoy, no reconoce, por ejemplo, la voz “alfarera” en el Diccionario de la RAE.

Durante mucho tiempo, el discurso político o el ámbito de la comunicación han utilizado el singular para referirse de forma genérica a las mujeres. Expresiones como “la situación de la mujer…”, parecían señalar a un sujeto extraño, singular y simbólico provocando, además, una falsa idea de homogeneidad entre todas las mujeres.

Y por no dejar nada fuera, la utilización de femeninos fuera de la regla académica provoca una contestación crítica desproporcionada y mucho mayor que la que provocan otros errores lingüísticos o expresiones mucho más inadecuadas, y si no que se lo digan a quienes se han atrevido a hacer un uso simbólico de la lengua hablando de jóvenas o de miembras.

Definitivamente parece que los femeninos molestan o están de más y nos cuesta usarlos e identificarnos con ellos, incluso a las propias mujeres. Me pregunto si ahí puede estar la razón por la que cuando hay que denominar una sección como ésta, en la que escribimos mujeres, se elige la tercera persona, aquella que no somos nosotras, ni vosotras ni, desde luego, vosotros.

Ellas, un pronombre personal que sólo tiene cabida para nombrar a las mujeres, cuando la conversación tiene lugar entre dos que no lo son. Ellas que hablan de sus cosas. Ellas que nada tienen que ver con… ¿con qué o con quién?

La costumbre y la creencia de que lo que no se nombra no existe y de que el lenguaje es un instrumento importante para la identidad y la apropiación, me hace sentirme incómoda cuando no soy capaz de reconocerme en las palabras que supuestamente me nombran.

También he aprendido que un lenguaje inclusivo no depende sólo de la colocación de vocales al final de las palabras, ni de la reiteración sustantiva y adjetiva. Estoy mal acostumbrada. Es probablemente por esto, y porque la primavera me ha puesto un tanto sensible, que me cuesta reconocerme bajo la denominación de “Ellas”.

Más allá del juego de palabras, confieso que siempre me ha sorprendido la resistencia y la contestación que tiene la demanda de usar la lengua de forma más equilibrada y acorde con nuestro papel actual. Confieso que me gustaría poder reconocerme en los discursos y en las palabras que se usan cuando las cosas me afectan y que el empeño contrario, me hace sospechar sobre otras intenciones no directamente relacionadas con la salvaguarda de las reglas lingüísticas.

Puede que a muchas personas les pueda parecer que ésta es una reivindicación estúpida, pero antes de dejarse llevar por la idea de que sólo las feministas trasnochadas somos capaces de pararnos a defender cosas como éstas párense a pensar dos cosas; la primera, qué pronombre personal hay que utilizar si les pregunto ¿quiénes somos las mujeres? y la segunda, ¿Cuál es la profesión de una mujer que fabrica vasijas de barro cocido? Natural ¿no?

No hay comentarios:

Publicar un comentario