domingo, 3 de abril de 2011

Transitar por la UNAM.

Por José Antonio Rojas Nieto

Desde hace rato se esperaba una iniciativa de transformación académica de la UNAM. Sin ser el único responsable, es evidente que el rector es uno de los más interesados en alentar, propiciar, impulsar, coordinar y proyectar la transformación integral de la universidad. Siempre de cara a un futuro mejor, como el mismo José Narro señaló cuando –a su llegada a Rectoría– presentó 15 líneas para el cambio institucional, esencialmente académico pero también –Narro dixit– de organización y formas de gobierno, normativo, administrativo, de sus relaciones externas y de orden financiero.

Tenemos muchas oportunidades de transformación y crecimiento de la UNAM. En todos esos órdenes. Siempre en servicio a la sociedad que nos sostiene, nos anima, nos exige. Y, sin embargo, hay muestras de que –en ocasiones– no se propicia o impulsa esa transformación. Por trivial que parezca, el reciente reordenamiento vial de Ciudad Universitaria es un ejemplo. Ya no existe –es cierto– el conglomerado de autos estacionados ni el congestionamiento secular.

Pero hoy, la mayor libertad de tránsito, con mucha frecuencia se acompaña con una alta velocidad de autos y autobuses que transitan. Y se traduce en una agresión casi permanente hacia transeúntes, a pesar de la salida tradicional elegida: decenas de semáforos. ¿Fue solución? No se optó por el aliento hacia una mayor conciencia de conductores y transeúntes. Hacia nuevas formas de relación entre ellos. Con respeto mutuo, pero preferencia –que no exclusividad– del tránsito peatonal. Se optó por ese mecanismo tradicional.

En la institución que debe pensar en el futuro, en nuevas formas de convivencia social, en nuevos modelos de organización de la vida cotidiana, se optó por los semáforos. Decenas y decenas de ellos, en todos los circuitos de CU. Se desperdició la oportunidad de probar nuevas formas de gestión del espacio y su tránsito. Los encargados de rediseñar tránsito y vialidad en CU no parecen haber consultado –si es que lo hicieron– ya no sólo a nuestros especialistas de ingeniería de tránsito ni a nuestros arquitectos y urbanistas, sociólogos y politólogos, entre otros académicos e investigadores. Algo podrían haber dicho. ¿Se consultó a profesores y estudiantes? ¿A trabajadores? ¿A quienes visitan nuestra hermosísima Ciudad Universitaria y deben cuidarse de autos y autobuses, a veces a velocidades superiores a 60 e, incluso, 70 kilómetros por hora?

Transitar hoy por CU no tiene ninguna diferencia –y casi implica el mismo riesgo– a transitar por Insurgentes y Reforma; Tlalpan y Taxqueña; Aquiles Cerdán y Tezozomoc, para sólo dar tres ejemplos. En muchos casos se sufre la agresión de conductores hacia transeúntes, pero también de conductores entre sí. ¿Se perdió ya la posibilidad de lanzar a los universitarios a una nueva forma de gestión del tránsito de personas y vehículos en CU? ¿De impulsar un proyecto colectivo, consensuado, creativo, renovado, audaz? Ahí mismo, en plena CU, uno debe cuidarse de no ser atropellado por quienes no sólo no respetan semáforos, sino todos aquellos que bajo la “libertad del verde”, transitan aceleradamente entre Filosofía y Derecho, entre Derecho y Economía, entre Economía y Odontología, entre Odontología y Medicina, entre… No digo más.

Por cierto, para los que piensen que exagero, vayan a CU. Incluso consulten el diagnóstico que llevó al lineamiento número 13 presentado por el rector en enero de 2008: elevar las condiciones de trabajo y el bienestar de la comunidad. Menciona la necesidad de “ordenar, organizar y administrar mejor los estacionamientos de las entidades y dependencias, así como ampliar los programas Pumabús y Bicipuma en las entidades externas a Ciudad Universitaria donde se considere necesario, además de dar un cuidado especial a todas las instalaciones sanitarias, en particular a las destinadas al uso de los estudiantes y los académicos, fortalecer y garantizar la seguridad en las instalaciones universitarias…”

Creo no exagerar al decir que en este asunto –por trivial que parezca el del tránsito y su eficiencia energética y social– va en juego uno de los cometidos centrales de la universidad: cultivar y transmitir valores sociales fundamentales para el ejercicio de la libertad como la tolerancia, el respeto, la honestidad y la lealtad. Con muchos universitarios –estudiantes, profesores, investigadores y trabajadores– saludo la transformación académica de la UNAM que ya se discute en comisiones del Consejo Universitario.

Urge discutirla más ampliamente. Comparto el compromiso de un cambio de fondo en mi facultad, Economía, la del reciente affaire Labastida que rechazo. Y desde ella de toda nuestra universidad. Menos para ponerla a ganar premios y competir con otras públicas de México. Más pare colaborar con ellas y pedirles colaboración para un común desarrollo y un mayor servicio a la sociedad. Va de por medio una sociedad, que reflexiona, investiga, discurre, desarrolla, innova, respeta, tolera, resuelve, alienta, defiende y es intransigente con la inseguridad, la injusticia, la miseria, el autoritarismo y el sojuzgamiento. No menos.

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