miércoles, 6 de abril de 2011

Violaciones al paso.

Por Cristina Fallarás.


Este puede parecerle un tema desagradable. Y lo es: piense en su hija.

La primera vez acababa de llegar a Barcelona a estudiar periodismo, 18 años. En eso tuve suerte, porque a otras les toca a los 9. El Cercanías salía de la estación de Francia con rumbo a Masnou, mi destino. La mañana era luminosa y la vía seguía paralela al mar. Cuando una ve un pene que no espera, aquel trozo de carne resulta grotesco, violento y asqueroso.

El tipo sentado un par de sillones más allá movía su mano de arriba abajo sosteniendo su miembro grande y blanco. Me observaba. Supe que me observaba aunque no me atreví a mirarle a los ojos.

La violencia que sentí me provocó arcadas y una repugnante vergüenza.

La segunda vez ocurrió dos veranos después, 20 años. Trabajaba en un bar de la costa catalana, en Calafell, para sacarme algunos ahorros para el curso. Cada noche, cuando hacia las 2 salía de trabajar, un coche seguía mis pasos de vuelta a casa. Las calles del pueblo son estrechas, así que me era muy difícil no ver cómo un tipejo pequeño y pelirrojo con aspecto de batracio se masturbaba al ralentí dentro, frente al volante.

Cuando se lo dije a la policía local, me contestaron que no podían hacer nada a no ser que el tipo saliera del coche y estableciera contacto físico conmigo.

La violencia que sentí me provocó una rabia sorda que aún me dura y una dolorosa vergüenza.

La tercera vez ocurrió hace bien poco, no creo que llegue a un año y el protagonista fue un hombre con el que traté en cierto tiempo por motivos de trabajo, un hombre serio, profesional de reconocida valía. Me encontraba yo dando de cenar a mis hijos, sentada junto a la pequeña, que entonces tenía un año, cuando llegó un mensaje a mi móvil. Agarré el teléfono y tardé algunos segundos en entender que aquello que veía en la pantalla era un pene erecto fotografiado desde arriba.

No doy con las palabras para describir la violencia que sentí, y debería. Se me saltaron las lágrimas, miré a mis hijos y esta vez no tuve vergüenza. Sólo rabia, más rabia. Y más. Violencia pura.

Ya sé que puede parecerle un tema desagradable. Y lo es: piense en su hija.

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