domingo, 8 de mayo de 2011

Chile vive luna de miel con la literatura.

Chile vive una “maravillosa luna de miel” literaria: Ampuero
Hace 20 años se abrieron las puertas para “los autores que querían publicar sin miedo y para la gente que deseaban leer lo que no habían podido en ese periodo”, cuenta el autor

Ericka Montaño Garfias

Desde hace 20 años la literatura chilena experimenta un nuevo momento. “Hasta hace unas dos décadas fue un país de poetas, no de narradores. Eso no significa que no los haya habido, pero tras el fin de la dictadura surgió una corriente narrativa muy fuerte de hombres y mujeres con temas distintos que podían narrar y publicar con libertad”, señala el escritor chileno Roberto Ampuero, autor de La otra mujer, novela en la que la protagonista no sólo debe enfrentar la infidelidad de su marido, sino abrir los ojos a lo que está viviendo su país: la dictadura, aunque con un giro diferente.

A principios de los 90, añade el profesor de Literatura Latinoamericana de la Universidad de Iowa, “vuelve la democracia a Chile, y los escritores que dentro del país o desde el exilio querían narrar y publicar pueden hacerlo con libertad. No había necesidad de atender a la censura o correr el peligro de que no fuera publicado, pero también estaban los lectores que querían leer lo que no habían podido durante ese periodo, o conocer sobre el exilio. Se abrieron las puertas y hay una luna de miel maravillosa. Eso lo generó esa nueva narrativa en Chile”.

Y aunque el enemigo dictatorial seguía siendo fuerte “ya no había miedo. Eso es lo que hace apasionante a esa nueva narrativa. En ese grupo estábamos 10 o 14 escritores y empieza a atraer más jóvenes y otras generaciones. Hoy la literatura chilena está muy saludable”, señala el creador del personaje de novela negra Cayetano Brulé.

Así llegamos a La otra mujer, novela que promociona en nuestro país, la cual comienza cuando Isabel regresa de un viaje encuentra a su marido muerto, de forma natural, en su cama. Con el paso de los días descubre que le fue infiel. Ella, mujer conservadora, tiene que enfrentarse a la decisión de buscar la verdad y en esa búsqueda descubre también lo que ocurre en su país.

“Se puede pensar que el título, La otra mujer, es por la amante, pero en realidad esa otra mujer también es Isabel, que se convierte en otra cuando decide investigar. Es un camino que le va a ser doloroso y en la marcha se descubre a ella misma. El título es un juego con esas dos alternativas.”

También es un juego de memoria. La historia de Isabel está contenida en una misteriosa novela descubierta por Orestes, un académico, muchos años después en Alemania. Orestes entonces trata de recuperar la historia completa del manuscrito.

Roberto Ampuero también es profesor de Literatura Latinoamericana de la Universidad de Iowa, en Estados UnidosFoto José Antonio López
Me interesaba mucho también, añade, “el tema de la relación entre realidad y ficción. Esto de que vivimos crecientemente en mundos de ficción y no en la realidad, cosa que no pasaba. Pasamos constantemente de la ficción a la realidad: leemos novelas, vamos al cine, estamos en Internet, escuchamos las letras de la música. Todo eso es vida de ficción y una parte pequeña la dedicamos a la realidad misma.

“Esa es la razón del manuscrito dentro de la novela: era importante ver cómo se comportaban los personajes, viendo desde la época de la democracia el pasado dictatorial y la capacidad y posibilidad de recuperar la memoria y de perderla también. No sólo la memoria histórica, también la individual, porque Isabel encuentra amigos que le dicen que mejor olvide la búsqueda de la amante de su marido, que no eche lodo sobre la imagen de su esposo, si ya todo pasó.”

Eso es también un reflejo de lo que ocurría hace unos años, cuando un sector se pronunciaba por olvidar y otro por investigar y recordar.

En La otra mujer le interesaba también un personaje que en términos políticos no fuera el héroe tradicional, el que sabe contra qué luchar. “Me interesaba que este personaje, que vive tranquila y cómoda dentro de la dictadura, fuera descubriendo la realidad, que había una dictadura, pero no desde el análisis político, sino desde las pasiones de los amores, los viejos amores, el primer amor. Quise vincular el tema netamente pasional con la política, con el contexto histórico preciso.”

Dice el autor: “En Chile existieron personas iguales a Isabel, pero que no cambiaron; sin gente como ella otro habría sido el destino de mi país. Ahí es donde está el diálogo con la realidad chilena”.

Hasta hace poco, explica, se planteaba que los chilenos ya estaban saturados por los relatos de lo que fue la dictadura. “Creo que no. De lo que están saturados los lectores es de la forma en la que se ha narrado y lo que necesita es una nueva forma de narrar aquello que fue.”

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