sábado, 21 de mayo de 2011

El cerebro infantil.

Infancia y Sociedad
El cerebro infantil

Andrea Bárcena

La educación es la gran oportunidad de la infancia, y ésta es la gran oportunidad de la sociedad. Sin embargo, las escuelas básicas trabajan menos de 200 jornadas efectivas por año, de las cuales los niños asisten un promedio de cuatro horas diarias. La experiencia escolar, por tanto, es raquítica en la vida de la niñez mexicana. Estos son datos de uno de los peores despilfarros que ocurren en nuestro país.

Hace unos días se presentó en Madrid el libro del filósofo español José Antonio Marina, El cerebro infantil: la gran oportunidad. En ocho capítulos, el autor explora el cerebro infantil, el cual pesa dos por ciento del cuerpo humano, consume 20 por ciento de su energía y bombea cada hora 36 litros de sangre, procesa 10 elevado a 27 bits de información por segundo y posee una impresionante plasticidad: la experiencia cambia nuestras neuronas y por ello está en permanente reconfiguración.

El autor subraya que la función del cerebro –y de la inteligencia, que es su más elaborada creación– es dirigir el comportamiento del organismo para resolver los problemas que afectan a su supervivencia y a su bienestar. También analiza la arquitectura de este órgano: cerebro cognitivo y motor, cerebro emocional, inteligencia consciente e inconsciente. Asimismo, revisa la integración de la personalidad heredada, aprendida y elegida, es decir la educación como formación del carácter. Habla también de la poética del cerebro: “Educar es el único trabajo cuya finalidad es cambiar el cerebro humano cada día. Hay que tenerlo presente para no ser irresponsables”.


Hay que aprender a aprender y a recordar, así como las funciones de la inteligencia cognoscitiva: captar información, representar el mundo, los sistemas operativos y la activación; el lenguaje y la creatividad que precisan de perseverancia, memoria creadora, operaciones mentales flexibles y rápidas, un proyecto creador y la selección de buenas ocurrencias. También hay que aprender sobre sentimientos y emociones, por ejemplo, el aprendizaje del miedo; además, sobre el cerebro ejecutivo con su proyecto como gran motor.

El autor considera –y nosotros con él– que tenemos la responsabilidad de no desperdiciar el tiempo de los niños, de su cerebro en pleno desarrollo, y que la educación, la escuela, debería estar al día en los avances de las neurociencias, que tienden a quedarse en las áreas clínicas.

También recuerda insistentemente que la inteligencia no tiene como finalidad adquirir conocimientos, sino dirigir comportamientos y solucionar problemas. El libro, publicado por Ariel, forma parte de la Biblioteca UP, Universidad de Padres.

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