lunes, 23 de mayo de 2011

Entre más coja, mejor/cuento corto.

El doctor M. Rivas es uno de los mejores especialistas en ortopedia del Centro Médico Nacional, y jefe de esa Unidad. Desde que hizo el internado y luego la subespecialidad, él sabía que lo que más le llamaban la atención era la ortopedia, los problemas de locomoción.

Se interesó vivamente en los paralíticos y en los afectados de poliomelitis. Hizo una especialidad en Alemania en esos aspectos.

El doctor M. Rivas desarrolló desde joven una atracción sexual por las mujeres cojas, le atraían todas por igual; bastaba que tuvieran una pierna más corta que otra, o una pierna, o las dos, más delgadas; el máximo placer era encontrar a una mujer con una pierna amputada.

Este tipo de pacientes abundan en una ciudad donde el vivía, además esas otras mujeres que venían del interior del país, venían a buscarlo a él directamente, precisamente por su fama como ortopedista.

El doctor M. Rivas las seducía todas de manera galante, sin forzarlas a nada que ellas no consintieran. Eso si, el doctor M. Rivas no tenía relaciones sexuales con las pacientes en el Centro Médico, era muy ético en ese aspecto, respetaba su centro de trabajo.

A todas se las llevaba a un hotel modesto que se encuentra frente al Centro Médico. Lo que más le excitaba al doctor M. Rivas era quitarles las prótesis, las muletas o bajarlas delicadamente de las sillas de ruedas, antes de desnudarlas...

Un día le llevaron a una jovencita del norte del páis, guapísima ella como casi todas las mujeres de aquellos rumbos. Un accidente automovilístico le había hecho perder las dos piernas y quería volver a caminar con una prótesis en ambas extremidades, y aprender a caminar de nuevo.

La emoción del doctor M. Rivas al conocer a esa nueva paciente, lo trastornó por completo, al grado que le propuso a la chica de inmediato que se casara con él; con el argumento médico de que tendría atención directa y permanente en casa.

Ella acepto gustosamente, ya que deseaba volver a caminar.

El día de la boda, el doctor M. Rivas y su prometida, ambos vestidos elegantemente como novios, estaban muy felices, y sus familias muy contentos con ese matrimonio.

La entrada a la iglesia fue algo fuera de serie: ella con su vestido blanco, sentada en su silla de ruedas, conducida por su padre hasta el altar.

Y el doctor M. Rivas entró despació, cojeando levemente, sin perder la sonrisa de rostro. Nadie sabía que él usaba una prótesis en su pierna izquierda; pierna que le fue amputada cuando estudiaba la carrera...

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