miércoles, 25 de mayo de 2011

Experimentos con humanos.

Experimentos con humanos

José Steinsleger / IV y último

Cuando en 1993, con base en expedientes secretos desclasificados, la periodista Eileen Welsome documentó la historia de casos de radiación en niños huérfanos y mujeres pobres indefensas durante la llamada guerra fría, la secretaria de Energía Hazle O’Leary quedó vivamente impresionada.

Entonces, el gobierno de William Clinton formó una comisión para investigar los casos denunciados por Welsome: 18 adultos irradiados con plutonio, 73 niños de una escuela de Massachusetts que ingirieron radioisótopos radiactivos en la avena del desayuno, una mujer inyectada con plutonio por los médicos del Proyecto Manhattan (el de la bomba atómica, 1945), 829 mujeres negras embarazadas de una clínica de Tenesi que bebieron cocteles vitamínicos con hierro radiactivo, etcétera (“The plutonium files”, Dialy Press, 1999).

Simultáneamente, la profesora Susan Reverby (Wellesley Collage, Massachusetts) descubría los archivos del cirujano John Charles Cutler (1915-2003), responsable de los experimentos médicos en más de mil 500 personas entre soldados, reos, pacientes siquiátricos, prostitutas y niños de Tuskegee, localidad de Alabama (1932-72). Y de los archivos de Tuskegee saltaron los experimentos sobre sífilis y gonorrea en mil 500 guatemaltecos (1946-48), en el marco de un programa patrocinado y ejecutado por el Departamento de Defensa durante el gobierno de Harry Truman.

Álvaro Colom, presidente de Guatemala, calificó de “espeluznantes” y de “crímenes de lesa humanidad” los experimentos realizados por médicos del servicio de salud pública estadunidense, y en octubre pasado la secretaria de Estado, Hillary Clinton, pidió perdón en nombre de su gobierno. El presidente Barak Obama incluso se puso en contacto telefónico con Colom, expresando su “profundo pesar” por lo sucedido.

Sin embargo, los casos de Tuskgee y Guatemala gozaban de viejos antecedentes en el empleo de ciudadanos estadunidenses y extranjeros para investigaciones similares con el virus de la malaria, el VIH, el ébola, radiaciones nucleares y drogas alucinógenas, como el LSD y otras. Un caso famoso y muy comentado tuvo lugar en 1919, en la prisión de San Quintín, donde el médico residente Ll. Stanley experimentaba con los presos más ancianos.

En pleno apogeo del llamado “movimiento eugenésico”, Stanley quería demostrar que se les podía devolver a los viejos el vigor sexual, y para ello realizaba trasplantes de testículos provenientes de ganado o de presos más jóvenes recientemente ejecutados. En noviembre de aquel año, The Washington Post publicó un informe alabando los progresos alcanzados por Stanley para “…restaurar la juventud primaveral, el rejuvenecimiento del cerebro, el vigor de los músculos y la ambición del espíritu”.


En 1935, el servicio de salud pública decidió actuar contra el pelagra (una deficiencia de niacina) después de observar durante 20 años los estragos mortales del mal en la población negra azotada por la pobreza. En 1940, 400 presos de Chicago fueron infectados con malaria para probar los efectos de nuevas drogas contra esa enfermedad.

A finales del decenio de 1940, el gobierno estadunidense prohibió los experimentos radiactivos con humanos, y a mediados de los años 70 excluyó a los presos y enfermos mentales de cualquier experimento médico… oficial. Pero la cosa queda en mera denuncia si los experimentos son impulsados por fundaciones y laboratorios privados. Así se explica la inusual petición de perdón a los afroamericanos y guatemaltecos, víctimas del servicio público de salud y la Oficina Sanitaria Panamericana, hoy conocida como Oficina Panamericana de la Salud.

El comunicado oficial de Washington dice así: “A medida que avanzamos para comprender mejor este atroz suceso, reiteramos la importancia de nuestra relación con Guatemala y nuestro respeto por su pueblo, así como nuestro compromiso con las normas éticas más exigentes en la investigación médica”.

Sin embargo, a las mujeres de Uganda y Nigeria embarazadas que fueron infectadas por el laboratorio estadunidense Pfizer con el virus del VIH, se les negó el fármaco AZT contra el sida, y a 11 niños de Uganda con meningitis se les hizo probar el antibiótico llamado Trovan cuando no se tenía conocimiento de su eficacia. Fallecieron 11 niños y Pfizer se limitó a indemnizar a Nigeria con 75 millones de dólares. Pero en ningún momento reconoció haber cometido irregularidad alguna.

A los puertorriqueños les va peor. Según la investigadora Marta Villaizán Montalvo, el primer experimento humano se realizó en la colonia yanqui en 1904, con un total de mil 158 casos que aparecen citados en la página oficial del Instituto Nacional de la Salud.

Los experimentos médicos y no médicos con humanos continúan realizándose día tras día en el mundo, a pesar de los cuatro delitos capitales imputados por el tribunal de Nüremberg a los nazis (1945-46).

Tales delitos son: 1) crímenes de guerra (asesinatos, torturas y violaciones); 2) crímenes de lesa humanidad (exterminio y muerte en masa); 3) genocidio (contra grupos étnicos determinados), y 4) de agresión premeditada para alterar la paz y la seguridad de los estados soberanos.

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