sábado, 21 de mayo de 2011

La vida sin Friends.

La vida sin Friends
Por: Guillermo Altares

¿Qué tiene Friends para ser una serie que ha marcado a varias generaciones de espectadores? Con marcado me refiero a que ha entrado a formar parte de nuestros recuerdos casi con la misma intensidad que la realidad, que ha logrado instalarse en nuestras existencias. La serie, que relata la historia de seis amigos en Manhattan, a lo largo de una década, se apoya en unos guiones impresionantes, unos personajes que funcionan muy bien porque se mueven dentro de unas características muy marcadas sin agotarlas nunca, un ingenio imbatible en los gags y unos actores estupendos, desde los seis protagonistas hasta el último secundario. Pero hay algo que convierte a Friends en una ficción invencible: que nos habla de nosotros mismos, es una serie sobre la vida, con la que hemos madurado a la vez que sus personajes.

Creada en 1994 por Marta Kaufman y David Crane, con la producción ejecutiva de Kevin S. Bright, la serie cuenta las relaciones cruzadas de tres amigos y tres amigas en Nueva York: la superordenada, tan frágil como fuerte, Mónica (Courteney Cox), su amiga del colegio, Rachel (Jennifer Aniston), una pija irresistible y egoísta, el complejo y tierno Chandler (Matthew Perry), dueño del mejor humor ácido del sur de Manhattan, el descerebrado, ligón, noble y genial Joey (Matt Le Blanc), la lunática, lúcida y divertida Phoebe (Lisa Kudrow) y el paleontólogo plomizo, listo y buen tío Ross (David Schwimmer), hermano de Mónica.

Las descripciones anteriores son necesariamente reduccionistas: como ocurre en el mundo real, todos ellos están por encima de sus personalidades, incluso de sus destinos.


Rachel y Mónica comparten piso justo enfrente del cuchitril en el que están instalados Chandler y Joey. Ross y Phoebe viven en otras partes de Manhattan pero están todo el día allí, sobre todo en la casa de las chicas donde, junto al mítico sofá del café Central Perk, transcurre gran parte de la serie. Friends es relato de seis amigos que se enfrentan a ese proceso único llamado maduración, el viaje de los veinte a los treinta, es la larga narración de una juventud feliz pero no idílica, pero ante todo nos cuenta una sola y gran historia, desde el capítulo piloto hasta el último, el número 20 de la décima temporada (por el embarazo en la vida real de Courteney Cox tiene cuatro episodios menos que las demás): la relación entre Ross y Rachel.

Sin ser cursi en ningún momento, sin caer en el sentimentalismo barato pero sin abandonar nunca la ternura, la serie es al final una vieja historia de chico encuentra chica, aunque la chica tarda mogollón de capítulos en hacerle caso al chico y, cuando comienza a hacérselo, las cosas se complican más todavía ("Nos habíamos tomado un descanso") y así episodio tras episodio tras episodio. Los dos tienen otras historias (Ross protagoniza en Londres la boda más desastrosa del planeta tierra con unos de los giros de guión más brillantes que recuerdo en una serie, en el momento de pronunciar el nombre de la futura esposa), hasta tienen un hijo juntos cuando están separados, pero el eje de la serie siempre pasa por ellos.



Cada uno tenemos nuestros episodios favoritos (me encantan todos los del día de Acción de Gracias, todos los viajes al pasado, lloro de risa cada vez que veo el de la chica sucia, el del Armadillo de Hanuka, los que cambian los pisos, el del día sucio de Joey, el del porno gratis) y personajes preferidos (me quedo con Chandler y Mónica, con su historia que basa su solidez en la suma de fragilidades e inseguridades), recuerdo con una sonrisa a todos los secundarios (hasta al pollo y el pato), aunque resulta difícil elegir una temporada por encima de otra, porque forman un conjunto compacto, una narración que avanza constantemente, mientras cambian los personajes y cambiamos nosotros (por eso me alegro tanto de haber sido contemporáneo de Friends, de haberla visto casi entera temporada a temporada, porque crecí con ellos).

Ver Friends a la vez que la ponían en televisión, con unos pocas pero intensas grandes panzadas de DVD en alguna temporada perdida, es una experiencia única: por las risas, claro, por la capacidad para enganchar de un episodio a otro y de una temporada a otra, pero sobre todo por la confianza que uno va tomando con los personajes. En su ensayo sobre Madame Bovary, La orgía perpetua, Mario Vargas Llosa recuerda una frase de Flaubert sobre un personaje de Balzac: "La muerte de Lucien de Rubempré es uno de los grandes dramas de mi vida" (cito de memoria pero creo que se refería al protagonista de Las ilusiones perdidas aunque si hay algo que nunca pierden los personajes de Friends son precisamente las ilusiones).

Recuerdo con tristeza y nostalgia el ultimo capitulo, con la misma sensación que provoca la muerte de un escritor querido: nunca más podré leer uno de sus libros, nunca más habrá un nuevo capitulo de Friends, el Central Perk ya forma parte del pasado. Han transcurrido siete años desde aquel último episodio, sigo viéndola a menudo (a veces al azar, a veces mis capítulos favoritos) y le he sido infiel con muchas series que me ha enganchado y fascinado, pero no he conseguido librarme del sentimiento de que me falta algo, de que sin Joey, Chandler, Phoebe, Monica, Ross y Rachel mi vida es un poco más solitaria.

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