viernes, 6 de mayo de 2011

Un futuro temido.

Caparrós: “Antes de escribir Contra el cambio tenía prejuicios acerca del discurso ecologista. Después, tengo muchos más”
El escritor argentino muestra la manipulación detrás del discurso del cambio climático.

Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) es un periodista y escritor dueño de una rica y extensa obra literaria. El hombre de los bigotes proverbiales vivió casi una década en Francia, y a su regreso a Argentina fue de los fundadores del periódico Página 12. Por sus relatos de viajes recibió el Premio de Periodismo Rey de España, y por sus conocimientos gastronómicos dirigió durante un tiempo la revista especializada Cuisine & Vins; como novelista ganó el Premio Planeta por Valfierno en 2004.

Junto a su colega y compatriota Eduardo Anguita compiló una obra en tres tomos titulada La voluntad. Una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina 1966-1978: “Contamos la historia de una época en que mucha gente creyó que si unían sus voluntades iban a poder cambiar el mundo”, dijo a propósito de ese trabajo. Caparrós es un historiador riguroso y a la vez un pensador político provocador que incomoda al lector y lo exhorta a debatir y a repensar las ideas cotidianas, aquellas que tienden a convertirse en lugares comunes.

Esta vez le tocó el turno a la ecología, militancia a veces irracional, cuyas consignas Caparrós pone a prueba y discute con pasión, para revolver las conciencias biempensantes de los ciudadanos contemporáneos. En su libro Contra el cambio. Un hiperviaje al apocalipsis climático (Barcelona, Anagrama, 2010), motivado por una profunda aversión intelectual a las consignas gastadas y a los lugares comunes, cuenta su largo viaje por una decena de países —Brasil, Nigeria, Níger, Marruecos, Mongolia, Australia, Filipinas, las Islas Marshall, Estados Unidos— que sufren la amenaza climática y el tan mentado calentamiento global.

Mezcla de ensayo y crónica, el libro se ha constituido en un verdadero documento para tratar de entender con un espíritu inquieto un tema de hondo significado en la sociedad contemporánea. Esta entrevista fue realizada a Martín Caparrós en Oaxaca, a fines del año pasado, cuando fue la figura invitada para cerrar la Feria del Libro de dicha ciudad.

CREENCIAS, NO

MM: ¿Cree o no en el calentamiento de la Tierra?
MC: No creo ni dejo de creer. El tema no es algo que podamos definir en términos de creencia; nos iría bastante mejor si no definiéramos al resto de las discusiones que tenemos en el mundo en términos de creencia. Pero para volver al tema del calentamiento, por un lado hay científicos notables y respetados que dicen que si continúa la actual tendencia en el clima, se nos van a complicar demasiado las cosas en el planeta. Por otro lado hay otra cantidad de científicos, tal vez menor, que afirma que eso no está para nada demostrado, y todos discuten en qué medida el fenómeno es natural o causado por el hombre. De todas maneras, ese no era el asunto de mi libro. No soy un científico y no quiero discutir cuánto hay de cierto en el tema del calentamiento global.

MM: ¿Cuál fue entonces la motivación?
MC: Lo que me interesó fue la pregunta básica que surge al respecto: ¿cómo fue que la amenaza del cambio climático —que, si acaso, pronostica algo que puede ser grave dentro de varias décadas— se convirtió de pronto en la mayor urgencia a atender en el planeta? El mundo tiene urgencias mucho más graves que ésas, como la muerte por hambre de miles de personas todos los días, por ejemplo. Entonces, ¿qué pasó para que de repente, tanto en los medios como en los gobiernos, se constituyera la amenaza del cambio climático como lo más grave que nos pasa? Me pareció interesante tratar de pensar esa cuestión y tratar de ver qué significa todo este despliegue de la idea ecologista, la difusión del discurso ambientalista, etcétera.



MM: En el libro hay una mirada limpia, como de alguien que no conoce mucho del tema y tampoco quiere conocer. Más bien se trata de alguien que quiere observar y atestiguar lo que ve. ¿Qué pensaba antes del cambio climático y qué pensó después de hacer el libro?


MC: No estoy muy de acuerdo con la idea de “alguien que no quiere conocer sobre el tema”, leí bastante al respecto antes de viajar. Lo que no quiero es entrar en el debate científico porque no estoy en condiciones de seguirlo y creo que al 99.8 de las personas le pasa lo mismo. Del famoso cambio climático sí me interesa el debate político, económico y cultural que se gesta a su alrededor. Y en ese sentido, antes de escribir Contra el cambio, tenía una serie de prejuicios acerca del discurso ecologista; después del trabajo del libro, tengo muchos más prejuicios contra él. Diría que ahora tengo “posjuicios”. Por otro lado, para mi gran sorpresa, me encontré con una serie de utilizaciones en apariencia eficientes del discurso de la amenaza climática, para que una serie de sectores haga grandes negocios en los próximos años.

MM: ¿Cuál fue el caso que más lo conmovió?
MC: Probablemente el de Mariama, una mujer de Níger, no sólo por ella, sino por toda la situación. El Níger es un lugar muy pobre, con una forma de pobreza de alguna manera emocionante, porque es un modo muy digno. No es esa pobreza que habita en la periferia de las grandes ciudades, donde todo es como un terrible “quiero y no puedo”, y la suciedad, el delito y la imposibilidad contrastan con la riqueza inmediata y cercana, es decir, el Mercedes de lujo que pasa por entre la miseria.

En Níger todo es uniformemente pobre, pero la gente vive con un sentido de unidad muchísimo mayor, de la misma manera, quizás, con la que vivieron hace miles de años. En chozas de barro, sin agua, sin luz, dependiendo de unas cosechas muy difíciles de un solo grano que es el mijo, y que muchas veces no llega a cubrir todas sus necesidades alimenticias hasta que cosechan la siguiente temporada. Realmente se pasa mucha hambre, y aun así tienen orgullo de llevar toda esa vida adelante, que es muy impresionante. Al mismo tiempo son vidas distantes de lo que uno conoce y de lo que uno cree que es la vida en general.

MM: ¿Y qué pasó con Mariama?
MC: A esta mujer le pregunté, por estúpido, la verdad, qué cosas hacía en su tiempo libre. La chica, de 20 años más o menos, con varios hijos, me miró con mucho asombro. No entendía el concepto de tiempo libre, al menos como lo entendemos nosotros. Mi idea tonta del ocio tal cual la concebimos en las sociedades occidentales chocó contra esa realidad que contempla una rutina férrea. También chocó mi idea de la comida. Allí se come todos los días lo mismo: una bola de mijo a la que muy esporádicamente, cada tres o cuatro semanas, le pueden agregar un poco de carne. Una de las cosas que le pregunté a esta mujer es qué cosas le pediría a un genio si viniera y le concediera todos sus deseos. Me respondió que le pediría dos vacas, así podría sacarles leche, para vender la leche y comprar algunas cosas más… Entonces le dije que estábamos imaginando a un genio que le concedería todo lo que quisiera, y ella me dijo: “Bueno, no sé, ¿tres o cuatro vacas?”.


ECOLOGÍA POLÍTICAMENTE CORRECTA

MM: ¿Por qué cree que el cambio climático importa tanto a las potencias?
MC: El año pasado (2009) hubo dos grandes cumbres en el mundo. Una fue en Roma, en octubre, sobre lo que ahora llaman “inseguridad alimenticia”, porque les da vergüenza llamarlo “hambre”. No fue nadie. Fue el Papa porque vive cerca y fueron algunos presidentes de lo que podría llamarse la cuarta línea del mundo. Estaban Muammar Gadafi (presidente de Libia), Robert Mugabe (presidente de Zimbabue), mandatarios de países muy poco considerados que hablaron sobre el hecho curioso de que en el mundo hubiera mil millones de personas que pasan hambre todos los días. Un mes después, en la Cumbre de Copenhague sobre el cambio climático, estaban todos los grandes del mundo codeándose para salir en la foto.


La conclusión que saco es que fueron precisamente los principales mandatarios del planeta los que impusieron el tema, los que nos hicieron creer que el calentamiento global era “la cuestión”. El problema fue que después esa foto quedó borrosa, nadie encontró ninguna solución al asunto porque no podían encontrarla; lo que habían planteado es que el cambio climático es un tema que nos afecta a todos por igual y que por tanto podían ellos hallar soluciones que nos beneficiaran a todos por igual.

Eso es una mentira, porque una amenaza ambientalista no deshace las diferencias políticas y económicas que hay entre los distintos países del mundo. Estados Unidos y Europa, por ejemplo, trataban de usar el argumento del cambio climático para desacelerar el crecimiento industrial de China, Brasil e India, diciéndoles que pararan, que no mandaran tanto gas a la atmósfera cuando ellos ya mandaron todo el gas que se puede mandar.

MM: Hay un medio ambiente del Primer Mundo y otro del Tercero…
MC: Había países del Tercer Mundo que decían: “Está bien, nosotros podemos mantener nuestros bosques para oxigenar más el planeta; pero, ¿ustedes qué van a hacer? Porque si nosotros mantenemos el bosque, va a haber muchos campesinos que no comerán o comerán menos. ¿Por qué nosotros tenemos que sacrificarnos para que ustedes, países ricos del Primer Mundo, tengan una atmósfera más limpia? Ustedes se cargaron todos sus bosques, ya hicieron su desarrollo sucio y acabaron con los recursos naturales para poner fábricas, ciudades, carreteras…”. Suelo decir que cuando la consigna sea “Recuperemos el bosque virgen de Manhattan”, entonces voy a estar de acuerdo con los lemas ecologistas.

Por ahora la situación es ésta: “Ustedes, que todavía tienen bosques, consérvenlos para nosotros”. Así es fácil. Total que en la Cumbre de Copenhague había intereses tan disímiles que era obvio que no se podía llegar a ningún tipo de resultado. Lo que quiero decir con esto es que los grandes del mundo, como Al Gore —quien, por cierto, cuando era vicepresidente de Estados Unidos votó en contra del Tratado de Kioto— y Kofi Annan, están muy involucrados con el discurso del cambio climático. Los que no terminamos de saber cómo nos afecta, por qué nos afecta y demás, somos los pequeños del mundo.



MM: ¿Cuál es el papel que le toca a África en el tema del cambio climático, sobre todo si se considera a ese continente como la gran reserva ecológica del mundo?
MC: No soy nada optimista en torno a África, porque la relación de Occidente con ese continente es sobre todo asistencialista. Lo que hacen es crear una dependencia cada vez mayor de millones de africanos frente a la ayuda exterior. Lo que está pasando, además, es que hay como una nueva ola colonialista que funciona disfrazada bajo un concepto de desarrollo. Las zonas donde, por ejemplo, más se utilizan los recursos agrícolas, producen cosas que no son para el consumo africano y que si bien son mucho más rentables, cubren las necesidades de China o de Europa y se exportan casi en su totalidad. Esta supuesta integración de África en el mundo está resultando muy poco útil para la mayoría de los africanos.

MM: ¿Cuál es la sensación general que le quedó después de escribir el libro?
MC: Que habría que pensar un poco más en torno a qué hablamos cuando hablamos de ecología. La ecología es como uno de estos elementos políticamente correctos de nuestra época que en general no cuestionamos. Siempre decimos: “Hay que cuidar el medio ambiente”. Pero, ¿qué quiere decir eso?, ¿qué significa? ¿Poner la basura en dos tarros diferentes, o quiere decir pensar que el sistema global por medio del cual 15 o 20 por ciento de la población mundial despilfarra el 80 por ciento de los recursos del planeta no puede funcionar y tiene que ser modificado? Es muy fácil decir: “Ay, no, yo cuido el medio ambiente, tiro la carne en el tarro de la carne y el plástico en el tarro del plástico…”.

Creo que para lo único que sirve eso es para que la gente satisfaga un poco su buena conciencia; eso es, por otro lado, a lo que se dedica el ecologismo: a producir grandes cantidades de buena conciencia, un método sin duda barato porque no supone involucrarse demasiado y, además, supone una elección fuerte. No tendría que haber contradicción entre preocuparse por el medio ambiente y preocuparse por el hambre que hay en grandes cantidades en el mundo; cuando un muchacho va a desempetrolar gaviotas, está prefiriendo eso antes de hacer algo para que el chico que vive a 10 cuadras de su casa tenga algo para comer mañana. Bueno, cada cual es dueño de hacer lo que quiera, pero tengo mis opiniones al respecto.

MM: ¿Cómo analiza la militancia de izquierda que se ha desplazado a la militancia ecologista?
MC: Me parece una forma de pragmatismo que tiene que ver con que como no sabemos cómo hacer para cambiar nuestras sociedades, al menos cuidemos la naturaleza. Y eso creo que es propio de épocas débiles, digamos. Durante buena parte del siglo XX, una gran cantidad de nuestra sociedad vivió con un proyecto de futuro para el cual trabajaba, un futuro que solíamos llamar socialismo. Había una idea de un porvenir deseado. Ahora estamos en un periodo de la historia donde no existe la idea de un futuro posible; esa idea se deshizo por sus propios efectos, por sus propios resultados y todavía no aparece otra. Pasa en la historia, sucede ese periodo de falta de una idea de porvenir que puede durar 10, 20 o 100 años, no sabemos.

Ahora no hay un futuro deseado, sino un futuro temido. El porvenir nos da miedo y por eso nos replegamos en políticas de conservación de lo que tenemos, porque el cambio es peligroso. Eso pasó ya después de la Revolución Francesa, cuando se pugnaba por volver a la naturaleza, por destacar los valores de la tierra, de lo nacional, de lo tradicional, pues aquellos ideales de racionalidad, de igualdad, de progreso, produjeron muchos problemas y murió mucha gente a causa de eso. El ecologismo, en cierto modo, es eso: volvamos a lo que teníamos, recuperemos las viejas maneras, lo estamos arruinando todo, etcétera. Y eso es propio de las épocas que no tienen un proyecto de futuro.


MM: ¿Con este trabajo pretende concientizar o alertar al público?
MC: No. Me gustaría, si acaso, que con este libro alguien pudiera pensar ciertas cosas que se han convertido en un lugar común. Concientizar o alertar son palabras que no tienen nada que ver con mi idea de lo que debe ser un intelectual, digamos. Formular preguntas y sembrar inquietudes, ése es mi trabajo.

MM: ¿No hay contradicción entre el cronista y el escritor?
MC: Yo llamo igual a todo mi trabajo. Cuando escribo Contra el cambio soy un escritor, y cuando escribo A quien corresponda, mi reciente novela, también. Escribo sobre temas distintos con prosas muy semejantes, aunque quizás con un pacto de lectura diferente, donde digo: “Acá lo que cuento es cierto”, y en una novela digo: “Acá lo que cuento son cosas que se me ocurrieron, que inventé”.

MM: ¿Escribe todo lo que quiere, tiene una rutina?
MC: Escribo todo lo que puedo, aunque sí, tengo tiempo para escribir, si es a eso a lo que te refieres. También tengo una rutina: trabajo todos los días en la tarde, cuando termino de comer; me siento, enciendo un cigarro y estoy ahí tres o cuatro horas escribiendo. Es el momento más placentero del día para mí.

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