lunes, 11 de julio de 2011

Piqué: benditos mensajes.

Benditos mensajes de móvil
GERARD PIQUÉ

Vicente del Bosque siempre fue un guía para nosotros. Desde el primer día lo dejó claro. "Vamos a pasar un mes juntos (dijo un mes, lo que ya era una señal...) y lo más importante es que exista un gran ambiente", nos exigió, al tiempo que, insensible a nuestro probable aburrimiento, nos prohibió el Twitter y el Facebook, algo en lo que yo todavía era un novato, pero veía a Puyi disfrutar como un enano. Pero puedo dar fe de que nos aburrimos poco. El torneo, de principio a fin, fue imborrable.

En la final, teníamos verdadero pánico a los penaltis, pero llegó Andrés... y la gloria

En esos primeros días en las Rozas nadie hablaba de ganar, aunque fuera una ilusión compartida en silencio por todos. Pero sí que se fomentó un grupo muy unido, aunque alguno se empeñara en decir que los del Barça y el Madrid apenas nos entendíamos. ¡Claro que me llevo mejor con Pedro, Busi, Xavi...! Pero no teníamos ningún problema con el resto. Recuerdo, por ejemplo, ya en Potchefstroom, charlas infinitas con Pepe Reina, Llorente y Sergio Ramos en las habitaciones y en el comedor (una sala de un equipo de críquet) sobre el Mundial. Historia que empezó, en cualquier caso, tras el varapalo de Suiza.

Tengo la tesis de que España siempre caía en octavos o cuartos porque apenas se sufría en la fase inicial. Dos partidos, clasificación resuelta y amistoso en el último duelo. Una desconexión; una derrota. Eso no nos ocurrió a nosotros, que, tras perder ante Suiza, siempre jugamos a vida o muerte.

Al acabar el partido frente a los helvéticos -que nadie se tire flores excepto Arbeloa, siempre optimista- en el vestuario no se oyó una voz. Pensábamos que, después de tanto que se había hablado sobre la calidad de España, podíamos irnos a casa de buenas a primeras. Pero todos sabíamos que habíamos jugado bien. Esa era la clave; confiábamos en nuestro ideario, en nuestro fútbol.

Llegó Honduras y en pocos partidos he tenido tantos nervios. Sobre todo tras la primera parte, en la que no jugamos a nada. Pero en la segunda apareció Villa y se acabó lo que se daba. En ese partido, además, Puyol me volvió a demostrar que es un genio. El tipo no solo no dejó pasar a ningún rival, sino que lo consiguió desternillado de la risa porque ahora -tras partirme la ceja en el partido de Suiza- me habían abierto el labio...

Algo de lo que sacó punta Pepe, siempre de guasa, siempre tocando las narices. Como yo apenas podía hablar, el tío balbuceaba cada vez que me arrancaba a decir algo y los compañeros se sumaban al cachondeo. En fin. Volvamos al Mundial, al partido de Chile, también atenazados al principio y sueltos al final. A la siguiente fase.

De Portugal sabíamos que Cristiano era un peligro, pero que si estábamos atentos en lo defensivo, no sufriríamos porque era un equipo de más individualidades que de juego colectivo. Villa, de nuevo, nos dio la razón. El máquina estaba enchufado y sus goles -los últimos cuatro duelos los ganamos por 1-0- valían triunfos. Aunque el más sufrido fue el de Paraguay, quizá porque todos notábamos esa presión invisible de los malditos cuartos de final. Cuando me pitaron el penalti, pensé que nos podíamos ir al garete. Pero Iker -¡Qué grande!- arregló el asunto y Villa lo remató.

Entre campeonatos del Pro Evolution -que yo ganaba-, veíamos el resto de partidos del Mundial. Recuerdo que Alemania nos fascinó con los cuatro goles a Argentina. "Estos no son los de la Eurocopa", decía uno. "Özil y Khedira", resaltaba otro. "Y Müller", añadía un tercero. Pero el mayor shock fue la eliminación de Brasil. Ese día, iba en coche con Del Bosque hacia no sé que sitio.

En la Blackberry, mi amigo Pedret me fusilaba a mensajes. "¡Gol de Holanda!", escribía. "Expulsión de Melo", seguía. "Brasil, eliminada", terminó. Vicente y yo nos miramos sin apenas cruzar palabras. Estoy seguro de que, como yo, debió de pensar: "¡Guauuuu... eliminado Brasil, podemos ser campeones". Pero aún quedaba camino.

Quedaba, para empezar, Alemania, que me parece que nos encaró con demasiado respeto. Antes de eso, sin embargo, yo ya lo tenía claro. "Este Mundial lo ganamos", decía. "Bueno, está la semifinal y luego...", replicaban. Y yo zanjaba: "Sí, sí, pero este Mundial lo ganamos". Así fue.

Superada Alemania, restaba Holanda. Ahora que lo pienso, recuerdo que en el autobús, de camino al Soccer City, nadie decía nada. Presión, nervios, y concentración. No se escuchaba ni una mosca. Pero se produjo un fenómeno difícil de explicar. ¡Todos estábamos hablando por la Blackberry! Nos dábamos ánimos, tipo: "¡Vamos!", "¡No se puede fallar, eh!". "¡Son nuestros!". Y esas cosas. Increíble. Benditos mensajes. Luego, la charla normal y corriente de Del Bosque, sin gritos y con las palabras justas, nos hizo bien.

En la final, al contrario que en los anteriores partidos, Puyi y yo no nos dijimos, sobre el minuto 70, que estábamos agotados, que la temporada había sido muy larga. Estábamos en la prórroga y, más que nada, teníamos verdadero pánico a los penaltis. Yo tiraba uno, eso seguro, al centro y a romper. Pero el pánico no me lo quitaba nadie. Hasta que llegó Andrés. Un gol; la gloria definitiva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario