domingo, 10 de julio de 2011

La fuga/ cuento corto.

Ese día cumplí diez años, por eso no se me puede olvidar lo que sucedió; yo esperaba una fiesta de cumpleaños con mis amigos del colegio, y resultó que tuve que huir precipitadamente de mi casa paterna.

No pude despedirme de ninguno de mis compañeritos del quinto año de primaria, y mucho menos de mi querida maestra, la seño Marina. Lamenté toda la vida esa abrupta escapada hacia lo dsconocido.

Ya habíamos acordado un grupo de niños de la cuadra, buscar la manera de largarnos a los Estados Unidos, y tratar de aliviar la situación económica de nuestros padres.

Todo se tuvo que adelantar casi un mes de la fecha acordada, porque mi amigo David consiguió que un chofer de trailer nos llevaría a la frontera, pero tenía que ser esa noche misma; era nuestra gran oportunidad de viajar gratis hasta nuestro destino.

Mi madre me notó nervioso y me preguntó insistentemente el porqué de mi actitud sospechosa; no le pude decir la verdad y me dolió mucho eso. Empaqué pocas cosas, ropa y un par de zapatos extras, eran unos tenis viejos.

Con el corazón estrujado por dejar sola a mi madre, partí en el trailer esa misma mañana, la de mi cumpleaños.

Mis amigos y yo éramos cinco en total, y todos íbamos escapados de nuestras respectivas familias.

A medida que avanzábamos por esas infinitas carreteras, rectas y bien trazadas, y nos alejábamos de nuestras casas, la tristeza se apoderaba de nosotros y algunos lloramos muchas horas.

Yo era el líder del grupo porque era el único que había viajado antes a Disneylandia, siendo más chico y acompañado de mi madrina de primera comunión.

Cuatro días después de ir escondidos en la caja del trailer, casi sin comer ni beber agua, pese al intenso calor al interior, nuestros nervios se hacían cada vez más intensos y la ansiedad nos invadía a todos.

Al llegar cerca de la frontera, el chofer del trailer nos bajó, como a unos dos kilómetros del río fronterizo, y nos dio indicaciones de por dónde caminar sin ser descubiertos por la migra.

Al llegar a la ribera del río, observamos su anchura descomunal y la gran corriente que arrastraba árboles y algunas vacas muertas.

Pregunté a mis amigos qué quienes sabían nadar, y la respuesta fue tremenda, nadie sabía nadar en río.

Permanecimos ahí escondidos entre la maleza, discutiendo qué hacer para atravesar ese caudaloso río.

Algunas horas después apareció un campesino quien nos preguntó qué que estábamos haciendo ahí escondidos, yo le respondí que tratando de pensar en cómo pasar al otro lado. El campesino soltó una carcajada y nos regaño por esa osadía de niños tontos.

El aceptó ayudarnos y nos consiguió una enorme llanta de tractor, inflada, y que ahí nos iríamos agarrados hasta donde la corriente nos sacara.

Nos desnudamos y cada uno hizo un atado con sus pocas ropas, y las sujetamos con el cinturón por encima de nuestras cabezas.

Nos tiramos con la enorme llanta los cinco niños desnudos, temblando de miedo por la corriente tan fuerte del río. Avanzábamos a toda velocidad por el centro de la corriente y para nada nos podíamos aproximar a la ribera opuesta, al lado estadunidense.

Varios kilómetros adelante por fin, la llanta se fue dirigiendo hacia el lado americano, y pudimos tocar suelo gringo.

Nos vestimos a toda velocidad, tiritando de frío por las aguas tan heladas del Río Grande. De inmediato nos encaminamos por un terreno desértico, sin vegetación, y sin caminos visibles.

Agotados por el hambre y la sed, optamos por descansar bajo un cáctus gigante que nos daba algo de sombra. Estábamos tan agotados que pronto nos dormimos profundamente.

Pasó el tiempo y nosotros nos despertamos al escuchar muchas voces, palabras en inglés, era la migra americana y varios jeeps. No intentamos escapar porque eso era imposible.

Nos condujeron a un campamento de ellos y nos interrogaron varias horas. No creían que fuéramos centroamericanos y que viajáramos solos, sin un coyote de intermediario.

Dos días después de estar detenidos en la estación migratoria del estado de Texas, fuimos entregados a la policía mexicana para proceder a la deportación por ser menores de edad; a todos les causaba mucha gracia lo que habíamos hecho de manera irresponsable.

Tiempo después fuimos embarcados en un avión charter, junto con otros cientos de deportados, y fuimos a dar al aeropuerto La Aurora.

Nuestros padres estaban al pie de la escalerilla del avión para recibirnos...

Esta es la historia que siempre he querido contar, ahora ya han transcurrido más de 50 años de aquel día en que decidimos marcharnos. Además, porque ya nuestros padres no viven, y se hubieran infartado de haber conocido la verdadera historia de estos cinco niños de la cuadra que se aventuraron muy lejos de casa.

Hoy los cinco amigos vivimos en Los Angeles, California; naturalmente como ilegales pero lo logramos por fin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario