lunes, 12 de septiembre de 2011

Cine. Miss Bala.

Miss Bala
Carlos Bonfil

Stephanie Sigman en un fotograma de la película de Gerardo Naranjo
Entre las diversas formas de abordar el tema de la violencia, el cine de ficción en México muestra al menos tres estrategias distintivas: difuminar las imágenes de una realidad atroz –un estupro, una ejecución, una guerra absurda– para evocar de modo sugerente la irracionalidad; una narración hecha de alusiones y cabos sueltos, en la que en apariencia no sucede nada, recrea así una atmósfera ominosa (El verano de Goliat, de Nicolás Pereda); llevar a la caricatura y al gran guiñol el absurdo de una guerra fallida contra el narcotráfico y exponer, a modo de farsa, el desastre todavía mayor de la impunidad triunfante (El infierno, Luis Estrada), o señalar con la grandilocuencia del lenguaje televisivo y una pasarela de estrellas el horror de las acciones del crimen organizado, vuelto espectáculo, y un mundo maniqueo de víctimas y verdugos desalmados (Backyard, El traspatio, de Carlos Carrera, o La reina del sur, de Walter Doehner).

Ante estas maneras de exhibir la violencia e inseguridad cotidiana que crecientemente ganan terreno en México, el realizador Gerardo Naranjo (Drama/Mex, Voy a explotar), elige una vía diferente. Miss Bala procura, según señala el propio cineasta, transmitir en un lenguaje atropellado y confuso el temor y desasosiego, la confusión y la perplejidad que vive un ciudadano común atrapado de modo fortuito en una espiral de violencia urbana. A partir de un hecho real –la detención en 2008 de Laura Zúñiga, sinaloense reina de belleza, como supuesto miembro del cártel de Juárez–, el director relata las peripecias y desventuras de una joven de 23 años, Laura Guerrero (Stephanie Sigman), aspirante sin suerte al cetro de reina de belleza en Baja California.

Atrapada en un fuego cruzado entre narcos y policías en una discoteca, Laura vive con angustia la desaparición de su mejor amiga. El mismo policía que en un momento pretende ayudarla a buscar a su compañera la libra a los narcotraficantes, uno de cuyos capos (Noé Hernández) la utiliza para transportar a través de la frontera estadunidense fajos de dólares fuertemente atados a su cintura. Chofer, transportista, objeto de deseo para el capo protector, anzuelo sexual para militares corruptos, la joven, de enorme expresividad dramática y muy menguada sensualidad y gracia, obtiene a cambio de sus servicios algo de protección y la añorada condición de reina de belleza, triunfo pírrico de un día.

Sin mostrar un gramo de droga ni el pintoresco rostro del narco deshumanizado, sin solazarse tampoco en el vía crucis de la víctima inocente, Naranjo consigue armar un complejo relato de acción, en el que se confunden los apetitos de ambición de la víctima y el verdugo, y en el que una oscura sensualidad carnal se integra sin dificultades al clima de corrupción generalizada, para disolver en el estupor que da paso al cinismo moral los últimos restos de una inocencia mancillada.

Lo valioso en la cinta de Naranjo es su manera inteligente de tomar distancias con el discurso edificante y la denuncia melodramática. La proliferación de complicidades ciudadanas, en un clima de corrupción crónica auspiciada por el poder, se convierte la guerra contra el narcotráfico en una empresa azarosa, sin solución posible. Miss Bala no necesita hacer muy explícito este mensaje.

Las balaceras indiscriminadas que en pocos meses elevan por millares el número de víctimas del combate fallido, los cadáveres que cuelgan de los puentes con pancartas intimidatorias (“Para que aprendan”), la complicidad apenas disimulada entre delincuentes y cuerpos policiacos, el pánico colectivo que simula ser indiferencia para dar paso a la trivialización del crimen, y la impunidad que hoy detiene a delincuentes para al día siguiente liberarlos, ante la impotencia o confesión de fracaso de las más altas autoridades, todo esto es la materia del relato de Miss Bala, anécdota persistente de nuestros días y nuestros diarios. Nada en los personajes de esta cinta es lo que simula ser en una primera instancia. La confusión ha tomado el lugar de las últimas certidumbres. Gerardo Naranjo es aquí el cronista –primer atribulado– de esta larga pesadilla cotidiana.

Se exhibe en salas comerciales y en la Cineteca Nacional.

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