martes, 10 de julio de 2012

El PRI y su poder.

El poder del PRI
Marcos Roitman Rosenmann
Han sido dos elecciones presidenciales, los periodos 2000-2006 y 2006-2012, en que el candidato proclamado vencedor no procedía de las filas del PRI. Otra cosa es que hubiese ganado legítimamente en las urnas. ¿Error político, cansancio, vacuidad programática, deterioro institucional, corrupción, nuevos actores políticos, pérdida de credibilidad, rupturas internas? Todo suma. En 2000, Vicente Fox, rompía la hegemonía del PRI. El voto útil, la presencia del EZLN, y un sinnúmero de frustraciones, llevaron al candidato del PAN, Vicente Fox, ex gerente de la Coca Cola, a Los Pinos. La candidatura del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, levantada por el PRD y aliados, a todas luces, por esos años, representante de una izquierda política institucional fuerte, no sumó voluntades. No hizo falta que se cayese el sistema, como sí ocurrió en las elecciones de 1988. En 2000 primó el eslogan ¡¡que se vayan!! La losa del PRI, 70 años apoltronados en el sillón presidencial, decantó a los electores hacia la derecha como una opción de alternancia. Poco duró la alegría. Transcurrido un año, cundió la decepción y todo parecía seguir la misma ruta que los gobiernos del PRI. ¿Simple coincidencia? Las reformas neoliberales apuntaladas durante los tres últimos mandatos del Revolucionario Institucional –Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo– continuaron, esta vez implementadas por el PAN. La traición de los partidos para incumplir los acuerdos de San Andrés con el EZLN, las políticas desreguladoras y privatizaciones, fueron más de lo mismo. Los deseos de democratización se esfumaron; a cambio hubo continuidad.
Si en 2000 las elecciones no se tiñeron de acusaciones de fraude fue, entre otros motivos, porque ganó quien debía hacerlo. El PRI asumió su derrota electoral como un traspié, reversible a mediano plazo, como ha sido. El PAN no era su enemigo real; más bien constituía una retaguardia, un aliado estratégico y un colchón para canalizar el descontento hacia la derecha. La alternancia se bautizó al poco tiempo como PRIAN. Nada más cierto. Señal inequívoca de que el PRI controla las mareas profundas que mueven el sistema político mediante una élite que atraviesa todos los partidos y en la que es hegemónico. En origen, el PRI no sólo constituyó una organización catalizadora de ideologías revolucionarias y antioligárquicas durante el ciclo revolucionario; además formalizó un orden social y una cultura política, de la cual son herederos el PAN y el resto de partidos políticos, incluido el PRD. Cuando se caracteriza al PRI como partido de Estado se apunta a dicha especificidad histórica y a una manera de ejercer el poder con mano de hierro, pero con guante blanco. Control político, cooptación, represión, chantaje y un lenguaje seudorrevolucionario, democrático, progresista e integrador. A mi entender, para un no mexicano, tres textos radiografían el proceso: Adolfo Gilly: La revolución interrumpida; Pablo González Casanova: La democracia en México, y Enrique Florescano: Imágenes de la patria. Sin duda hay otros, pero los señalados marcan tendencia.
Las elecciones de 2006, a diferencia de 2000, fueron muy diferentes. El marco era distinto y el triunfo de Felipe Calderón no estaba garantizado y fue necesario acudir al fraude. Aunque el IFE decidiera, en complicidad con los poderes fácticos, zanjar el tema proclamando vencedor al candidato del PAN y desestimar las alegaciones de Andrés Manuel López Obrador. El fraude dejó al descubierto un pacto secreto entre PRI y PAN, cuya artífice fue la sempiterna maestra Elba Esther Gordillo. Así, el descrédito fue el sino de estos seis años de mandato de Calderón, un sexenio infame. El crimen organizado ocupa un papel relevante, donde el poder político sucumbe a los intereses mafiosos. A escala internacional, México sufre una pérdida de credibilidad y en el escenario latinoamericano su perfil es menos relevante. Otros actores regionales toman el relevo. La idea de una colombianización ronda la mente de muchos mexicanos.
En este periodo, el PRIAN se fortaleció. Nunca el PRI dejó el poder real. Perdió alcaldes, gobernadores, diputados y senadores, y seguramente poder formal. Pero en las redes, los mecanismos y estructuras que articulan el sistema, no sufrió pérdidas. La organización que montó durante 70 años sigue funcionando, sólo que adaptada a los nuevos tiempos de la alternancia. Su poder se ha visto reforzado y sus prácticas corruptas y antidemocráticas no han sido abandonadas, siguen dando réditos políticos. ¿Cómo, de otra manera, podríamos explicar la compraventa de votos?
Si estuviésemos en presencia de una nueva cultura política democrática, nacida de la alternancia, el primer impulso hubiese sido rechazar tal práctica miserable. Los ciudadanos alzarían su voz, no aceptarían caer en sus redes y la denuncia inhabilitaría al partido que lo aplicase. No digo que la compraventa de votos no tuviese lugar; no olvidemos que es una práctica enraizada difícil de eliminar, pero al menos no constituiría un factor determinante ocuparía un lugar marginal, propio de la casuística que suele acompañar los procesos electorales. Sin embargo, su éxito, la capacidad para decantar las elecciones –hablamos de la compra, por parte del PRI, de millones de papeletas en favor de su candidato, Peña Nieto–, habla de la fortaleza de un sistema perverso que pervive, falto de legitimidad democrática, que utiliza el miedo y el dinero para corromper la voluntad general, amén de manejar los grandes medios de comunicación social, otra manera de comprar votos.
La alternancia, en estos 12 años de panismo, no supuso la destrucción del orden priísta; simplemente modificó sus prácticas, abriéndose paso en medio de una crisis global de confianza y gubernamentalidad, donde el PRD entró al trapo de alianzas contra natura. El resultado no puede ser más desalentador. Los problemas de desempleo, el aumento de la pobreza y las desigualdades se tornan endémicos y las políticas para enfrentarlos son del todo ineficaces. El PRI aplicará la quinta marcha, sin cambiar de rumbo. Vuelve a Los Pinos con un presidente cuyas manos están manchadas de sangre: Atenco. Hipotecado por una campaña millonaria y la compra de votos –cuya financiación, no hay que ser un lumbreras, proviene en parte, de las mafias empresariales y el crimen organizado–, su margen de maniobra será escaso. Su triunfo fraudulento se enquista en la más vieja tradición priísta que nunca perdió comba y se presenta como renovado y moderno, efectivamente en el fraude, la mentira y la corrupción.

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