domingo, 8 de julio de 2012

Pita Amor/ Poniatowska.

Pita Amor
Elena Poniatowska
Foto
El pasado 27 de junio se rindió homenaje a Guadalupe Amor en el Palacio de Bellas ArtesFoto Archivo
“¡Oh, Dios, invención admirable
hecha de ansiedad humana
y de esencia tan arcana
que se vuelve impenetrable.
¿Por qué no eres tú palpable
para el soberbio que vio?
¿Por qué me dices que no
cuando te pido que vengas?
Dios mío, no te detengas
¿o quieres que vaya yo?”
P
ita Amor encontró a Dios en una cita puntual que contrajo con él, el lunes 8 de mayo de 2000, cuando le dio neumonía. Dios la hizo esperar, finalmente canceló otros compromisos para recibirla en la casa vecina de Carlos Fuentes, en la calle de Apóstol Santiago, en San Jerónimo.
Pita Amor le cantó a Dios y ella misma se creyó Dios.
Para demostrarlo, Pita ha de estar ahora mismo dando paraguazos celestiales a San Pedro mientras interrumpe la música de las esferas para decirle a Jesusa Rodríguez: ¡Eres bárbara; mejor que Chaplin!, y gritarle a Patricia Reyes Spíndola mientras blande su bastón en el aire, parada en medio del pasillo del teatro: ¡Patricia, baja de ese escenario inmediatamente! Esta obra no te merece, es para tarados. ¡Bájate Patricia o voy a subir por ti! Un coro de taxistas, agentes de tránsito y meseros humillados se habrán escondido tras las nubes para que ella no los insulte: ¡Changos, narices de mango, enanos guatemaltecos!, en el mismo tono que usó cuando le pidieron su opinión sobre el terremoto de 1985 y respondió: ¡Qué buena poda de nacos!
Este personaje singular habría cumplido 82 años. Nació el 30 de mayo de 1918. Fue una niña privilegiada, la última de siete Amores, hijos de Emmanuel Amor y de Carolina Schmidtlein. A su papá, Pita recuerda que lo sacaban a tomar el sol en un balcón de una casa porfiriana en la calle de Abraham González, con un plaid escocés sobre las rodillas. Siempre lo vi sentado –alega Pita. Ni su padre ni su madre tuvieron fuerza para controlarla. Sus caprichos y rabietas atemorizaron a sus hermanos y a todo el vecindario, primero en la calle de Abraham González y luego en la de Génova, al lado de La Votiva, la iglesia favorita de los Trescientos y algunos más esquina con el Paseo de la Reforma.
Desde muy pequeña, Pita fue la consentida, la muñeca, la de los pataleos y rabietas, la de los terrores nocturnos. Era una criatura tan linda que Carmen Amor estrenó su cámara fotográfica con ella y la fotografió desnuda. A Pita le fascinó contemplarse a sí misma y posiblemente ahí se encuentre el origen de su narcisismo. De su niñez, habla en su novela Yo soy mi casa, título también de su primer libro de poesía.
Pita creció oyendo poesía. En la noche, después de la cena, la familia acostumbraba leer un poema tras otro y seguramente esta lectura en voz alta de Góngora y de Quevedo, de Sor Juana y de López Velarde influyó en ella. Dos de sus hermanas, inteligentes y creativas, Mimí y Elena, también escribían y decían poesía, pero nunca se atrevieron a lanzarse al ruedo.
A Pita siempre le costó adaptarse al mundo, siempre fue la voz que se aísla en la unidad del coro, en el seno familiar, entre sus seis hermanas y su hermano Chepe, en el internado de Monterrey, que no aguantó, y donde no la aguantaron. Nunca pudo salirse de sí misma para amar realmente a otro; la única entrega que pudo consumar fue la entrega a su yo. Demasiado enamorada de su persona, los demás le interesaron sólo en la medida en que la reflejaban: no fueron sino una gratificación narcisista.
Desde muy joven, Pita pudo participar en la vida artística de México gracias a su hermana Carito, colaboradora de Carlos Chávez y fundadora de la Galería de Arte Mexicano. Acondicionada en el sótano de la casa de los Amor, la galería (que después fue de Inés) expuso a Orozco, Rivera, Siqueiros, el Dr. Atl, Tamayo, Julio Castellanos, Frida Kahlo y muchos más.
Si era una niña preciosa, fue una adolescente deslumbrante, por su atrevimiento y su belleza. Tan llamaba la atención que la pintaron Rivera, Montenegro, Soriano, Raúl Anguiano, a quienes desconcertaban sus desplantes, sus grandes ojos abiertos, su boca desdeñosa y su voz de trueno. Mas tarde, Diego Rivera habría de retratarla desnuda, para el horror de la familia Amor.
En esa época, todos se hacían cruces con Lupe Marín, María Asúnsolo, Nahui Ollin, Machila Armida. ¿Ya supiste? ¡No te has enterado! ¡Hubieras visto! ¡Qué bárbara, Pita! ¡Nadie ha hecho nada igual! Aunque mucho más joven, a esa lista de ofensas a la buena sociedad, vinieron a añadirse las de Pita Amor.
A Pita, nunca le importó el que dirán.
En medio de fandangos, pachangas e idas al cabaret de la época, el Leda, donde todas las noches Lupe Marín y Juan Soriano bailaban sin zapatos y hacían un show muy celebrado por los Contemporáneos; en medio de sus domingos en los toros, su asistencia a fiestas y a cocteles, Pita Amor produjo de golpe y porrazo, ante el azoro general, su primer libro de poesía: Yo soy mi casa, publicado a iniciativa de Altolaguirre. Causó sensación. Es imposible que ella lo haya escrito. Inmediatamente Alfonso Reyes, la apadrinó: Y nada de comparaciones odiosas, aquí se trata de un caso mitológico.
Resulta contradictorio que esta mujer que no cejaba en su afán de escándalo y salía desnuda bajo su abrigo de mink a gritar a media noche en el Paseo de la Reforma: ¡Yo soy la reina de la noche!, regresara en la madrugada a su departamento de la calle Río Duero y en la soledad del lecho escribiera en la bolsa del pan y con el lápiz de las cejas décimas soberbias:
“Ventana de un cuarto, abierta
cuánto aire por ella entraba.
Y yo que en el cuarto estaba,
a pesar que aire tenía,
de asfixia casi moría:
que este aire no me bastaba,
porque en mi mente llevaba
la congoja y la aflicción
de saber que me faltaba
la ventana en mi razón”.
Pita Amor fue de escándalo en escándalo sin la menor compasión por sí misma. En un programa de televisión, cuajada de joyas, dos anillos en cada dedo, con su invariable bucle sobre la frente y sobre todo con un escote que hizo protestar a la Liga de la Decencia, alegando que no se podía recitar a San Juan de la Cruz enseñando los pechos, Pita Amor se puso a decir décimas soberbias, romances, todas las formas clásicas de la expresión poética con un éxito sorprendente. En Televicentro (hoy Televisa) se abrían dos vallas de curiosos que querían presenciar su programa de televisión en vivo. Ella misma lo dirigía: Aquí la cámara, allá las luces. Todos se doblegaban. Resultó más vanidosa que María Félix, quien exigía ver las tomas para censurar aquellas que no la favorecían.
Sus Décimas a Dios fueron el delirio. Las declamaban los tramoyistas y los porteros. Pita dio recitales en teatros y en reuniones en que la ovación duraba más que una vuelta al ruedo. Aparecía en los periódicos un día si y otro también. Salvador Novo escribió un diálogo entre Pita Amor y Sor Juana.
Durante 20 años, desde la salida de su primer libro, no dejó de seducir a un público cada vez más numeroso. Formó en torno suyo a una especie de infame turba (como se autonombran en Barcelona los intelectuales) que hacía y deshacía a su antojo. Josefina Vicens, Octavio Paz, Tita Casasus, Sergio Fernández, Dolores Feliú, Antonio Peláez, Guadalupe Dueñas, Rubén Bonifaz Nuño, Diego de Mesa, Juan Soriano, Elena Garro, Archibaldo Burns, a quienes recibía en su departamento en la calle de Duero.
El escándalo y la celebridad van del brazo. Pita llamó más la atención que sus dos hermanas mayores que hicieron obras valiosas y duraderas. Carito Amor de Fournier fundó la Prensa Médica Mexicana e Inés dirigió la Galería de Arte Mexicano. Ambas huían de las candilejas, Pita, en cambio, caminó siempre en el filo de la navaja. Su familia la contemplaba con verdadero espanto. ¿Estaría loca?
Otras mujeres, mayores que ella, ya habían sido satanizadas: Nahui Ollin, la del Dr. Atl, que también tenía afición por la desnudez, abría la puerta de su casa en la azotea del convento de La Merced con los pechos al aire y se asoleaba en las baldosas calientes del techo del claustro; la misma costumbre tenía Tina Modotti, cuyos desnudos tomados por Edward Weston en la azotea de su casa, en la avenida Veracruz, son los más bellos que puedan contemplarse. Hoy la desnudez no causa tanto revuelo –Jesusa Rodríguez se ha desvestido en varias ocasiones–, pero en aquella época era cosa de alegradoras.
Alguna vez le pregunté si se consideraba extravagante y me respondió airada:
–¿Extravagante yo? ¿De dónde sacas, mocosa insolente, que yo soy extravagante?
Después de la muerte de su hijo, Manuelito, ahogado en la pileta de un jardín de tejocotes en San Jerónimo, Pita Amor se aisló. Años más tarde volvió a figurar y a subir al escenario. Con una memoria prodigiosa se puso a recitar a Quevedo, a García Lorca, a Pellicer, a Sor Juana. Juraba que era superior a Sor Juana, porque ella está muerta y yo estoy viva.
Al final de sus días, la reacción de los espectadores ante su extraordinaria megalomanía era la risa. Si me invitas una copa, te hago un soneto. En la Zona Rosa, que frecuentaba a diario, le tenían miedo los anticuarios y los visitantes de las galerías de arte. Impactaba su temperamento desbordante; no era difícil descubrir en Pita Amor la imagen viva de los estragos que provoca la falta de autocrítica. Hacía dibujos del tamaño de una baraja y los tendía en los restaurantes: Son 25 pesos. Caminaba por las calles de Génova y de Amberes, con sus anteojos de fondo de botella y su rosa parada en la cabeza como una antena y la llamaban La abuelita de Batman. A Carlos Monsiváis quiso agarrarlo a paraguazos. En algún programa de televisión indicó que le gustaría tener un coche. El entonces presidente Luis Echeverría le envió un VW, pero como Pita no sabía lo que es un volante y mucho menos un motor, le ordenó, imperial e imperiosa, al primer desconocido que la llevara y después de dejarla en la dirección indicada se esfumó con todo y coche.
A veces, Pita era capaz de verse a sí misma con una extraordinaria lucidez: Entre las deficiencias de mi personalidad existe mi ocio. Desde muy niña rondé de allá para acá sin lograr disciplinarme ni en estudios ni en juegos, ni en conversaciones. De mi ocio brotaron mis primeros versos y es en mi ocio maduro donde he ido engendrando el acomodo de mis palabras escritas.
Dieciocho minutos duró la ovación en la sala principal de Bellas Artes en el homenaje que Miguel Sabido decidió rendirle. Quiero una tiara, quiero un trono, quiero ver a mis súbditos desde arriba, quiero una carroza, quiero una lluvia de pétalos de rosas, quiero que todos se prosternen ante mí. Miguel Sabido lo cumplió y Pita apareció subida en un carro mágico sentada cual emperatriz entre nubes de tul y polvo de oro. El aplauso fue inolvidable. Desde lo alto, Pita nos saludaba y enviaba besos con sus dedos enguantados de blanco.
Besos en vez de bastonazos.
Pita Amor es importante para las generaciones venideras, porque rompió esquemas, como hicieron otras mujeres de su época catalogadas de locas. Al igual que Nahui Ollin, el rechazo y la censura la volvió cada vez más contestataria: las dos hicieron del reto y de la provocación su forma de vida.
“Frente al éxito a mí me preocuparon más mi belleza y mis turbulentos conflictos amorosos.
“Porque yo que he sido joven, soy joven, porque tengo la edad que quiero tener. Soy bonita cuando quiero y fea cuando debo. Soy joven cuando quiero y vieja cuando debo.
Yo, que he sido la mujer más mundana y más frívola del mundo, no creo en el tiempo que marca el reloj ni el calendario. Creo en el tiempo de mis glándulas y de mis arterias. La angustia hace mucho que la abolí. La abolí por haberla consumido.
“Mi cuarto es de cuatro metros,
mi cuerpo mide uno y medio
y la caja que me espera
será el final de mi tedio.”

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