martes, 16 de octubre de 2012

Benzema primero habla y luego juega.

Benzema primero habla y luego juega

El fútbol de combinación del delantero madridista y su asociación con Ribéry lideran a Francia en la segunda parte

Benzema, entre Casillas y Busquets. / ÁLVARO GARCÍA

Benzema no tiene problemas en reconocer que es un tipo introvertido y Francia es un equipo que juega en silencio. Le falta un líder que vocee, que pegue un grito atrás o en el centro de campo. El último gran líder que tuvo estaba ayer sentado en el banquillo ejerciendo de seleccionador. Que el futbolista que más utilizara el lenguaje gestual fuera el introspectivo Benzema es una señal de la catacumba en la que vivieron los bleus durante el primer tiempo. Sin una propuesta que le acompañara, Benzema habló más que jugó en los primeros 45 minutos. Incluso estuvo faltón en las pujas por algunos balones divididos. Se pasó el primer acto el delantero del Real Madrid corrigiendo a Gonalons, para situarle o para decirle que le jugara balones largos a la espalda de Busquets, que no se los enviara para jugar de espaldas porque Busquets y Ramos se le anticiparon en las primeras intentonas, por arriba y por abajo.
Y fue en esas condiciones que demanda, con balones al espacio, donde pudo transformar esa espera de cazador desesperado en gol. La primera tardó media hora en llegar. Fue Ribéry el que le lanzó a correr a la búsqueda de una ocasión franca ligeramente caído a la izquierda. Le engatilló un disparo cruzado y raso que Casillas le sacó con una mano dura y abajo. Plantado en el centro del campo, más caído hacia el lado de Busquets que al de Ramos, Benzema fue una mezcla de entrenador sin fuerza y de espectador privilegiado de los rondos de España. Corría con ese trote cansino de codos en ángulo recto, en una espera que le exigía sacar petróleo de cada pelota que le pudiera llegar. No tenía más compañía, orillada y lejana de Ribéry.
El plan ofensivo de Deschamps se limitaba a sus dos mejores futbolistas. Muy pocos elementos para activar a un futbolista que necesita una frecuencia de juego mayor para incendiarse. No encontraba con quien apoyarse en corto, eso que tanto le gusta. Deschamps le prohibió bajar al medio a recibir, eso que tanto le gusta en el Madrid cuando percibe que a su equipo le cuesta superar al centro del campo rival o cuando necesita entrar en contacto con la pelota porque no le llegan. Hizo más combinaciones en el calentamiento con un ayudante de Deschamps que con cualquier compañero suyo en la primera mitad, en la que fue la punta de un páramo futbolístico.
Debió entender el técnico francés que ese aislamiento de su número 10 le condenaba y decidió meter a Valbuena. Entonces se cumplió una ley de fútbol de toda la vida: a los grandes futbolistas hay que rodearlos de fútbol. Con la entrada del habilidoso jugador del Marsella se conectaron Benzema y Ribéry. Ya eran tres para triangular y desorientar a la defensa española, que había vivido muy cómoda con esa rácana soledad de Benzema.
Ya con más compañía, le llegó en otra pelota en profundidad en la que salió perdiendo en la medición a la carrera con Xabi Alonso que este le rebañó deslizándose por la hierba. Esa jugada asustó a España y envalentonó a Benzema, ya más suelto, sin temor a jugar de espaldas y a moverse entre líneas o a encarar a Sergio Ramos. Ya no hablaba ni gesticulaba, hacía controles de espuela y jugaba y para hacer daño y quitarle la razón al planteamiento y a la alineación de su entrenador. Se fue cojeando de una rodilla, pero más futbolista de lo que fue en la pizarra de Deschamps.

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