El laberinto de la
guerra
Por Juan José Lara
Laberinto del
tiempo, laberinto del general, laberinto
de Creta, todos los laberintos tienen en común un poroso sentimiento de
extravío.
Ese estado de
indefensión lo sintió Antonio en medio de la balacera. Le habían pedido que
fuera a la cabecera departamental a protestar en contra de las compañías
mineras. Al escuchar el estruendo, golpes secos rompiendo en jirones la nitidez
del aire, se arrojó por un barranco hasta caer de bruces entre la milpa.
Tardó un largo
tiempo en incorporarse, esperando que se diluyera el tropel de gente huyendo y
se callaran las bocas de los fusiles. En otras circunstancias le hubiera dicho
a sus agresores “Soy todos tus laberintos, si me encuentras.”
La guerra siempre
ha sido un laberinto, talvez parecido al del minotauro. No hay vencido ni
vencedor. Aunque haya matado Teseo al esperpento, representación del pecado o
la afrenta, siempre tuvo que incurrir en otra falta parecida.
Antonio atrapado
en el túnel que lleva de la vida a la muerte esperaba su redención. Fue una
espera larga que concluyó con el ulular persistente de las ambulancias, un
sonido que sin dejar de ser sobrecogedor era conciliador.
Después, las
fotografías en un periódico que reprodujo la tragedia, junto a otras de
funcionarios circunspectos hacían pensar en la película “El laberinto del fauno”,
la guerra, la satrapía, el monstruo ambidiestro, la inocencia encarnada en la
víctima hasta la perdición.
Antonio recordaría
los incidentes al escuchar ladrar los perros y pensaba que la parca un día
llegaría por cualquier camino, estaba en el centro del laberinto.
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