domingo, 7 de octubre de 2012

El lenguaje obstruso de los políticos.

Enooorme

Cristina Cifuentes lee mucho, pero si lee más (por ejemplo, a los portugueses), hallará materia suficiente como para no poner fuera de su sitio las palabras y las ideas

Los portugueses, de Camoens a Saramago, tienen todos un Borges dentro, de modo que cuando tocan una palabra le dan un brillo interior que asusta. Ahora el ministro de Finanzas portugués, Vítor Gaspar, acaba de encontrar el mejor adjetivo para calificar lo que va a pasar ahora allí con la nueva subida de los impuestos. La subida va a ser “enooorme”. Dijo “enooorme”, quizá porque en ese idioma (Saramago al menos hablaba así) esas vocales que Nabokov quería tanto se pronuncian con la rotundidad prolongada a que obligan los redondeles.
Cuando Mario Monti asumió el encargo de Bruselas de ponerse al frente del Gobierno italiano, su ministra de Empleo se sintió tan conturbada por los anuncios catastróficos a los que se veía obligada que lloró en público. No dijo “enooorme”, pero como si lo hubiera dicho.
Aquí tenemos más dificultad para llorar o para hallar el adjetivo obvio. Juan José Millás inventó el adjetivo obvio: decías un sustantivo, y él encontraba en seguida el calificativo perfecto. Gaspar no tendría, seguramente, la voluntad paródica del narrador español, pero, como este, él encontró rápido, y lejos de la lengua de madera que suele ser habitual en el verbo político, la palabra que mejor le iba a la magnitud de lo que estaba anunciando.
¿Son los portugueses más realistas que los españoles? Mariano Rajoy dijo recientemente en Abc que la realidad le está marcando el Gobierno. Pero cuando explica de qué va la realidad se va por los cerros de Úbeda, que es donde habita el lenguaje, con permiso de Antonio Muñoz Molina y de Joaquín Sabina, que son de allí. El otro día, tras la foto con todos los presidentes autonómicos, Rajoy quiso hacer una perífrasis para ahuyentar la perentoriedad (o no) del rescate e hizo reír a los periodistas con una figura sintáctica que nos dejó a todos mirando para los celajes. ¿Qué quiso decir?
Ante un amante o ante un gobernante, lo peor es que no sepas qué han dicho exactamente, pues de que sepas qué han dicho depende tu felicidad futura o, directamente en el otro caso, el futuro de tu vida y la de tu país.
En estos días, a la gobernadora de Madrid, Cristina Cifuentes, le están buscando las cosquillas por eso que dijo de modular la libertad de los manifestantes. En mala hora dijo eso ella y en mala hora dijo su ministro, Jorge Fernández Díaz, que los antidisturbios que se enfrentaron a los manifestantes del 25-S eran la mejor policía del mundo mundial. La gobernadora se tuvo que tragar sus palabras (y el aceite de ricino se lo proporcionaron el ministro y el fiscal general del Estado), y el propio Fernández Díaz tuvo que poner a otros policías a rebuscar en las imágenes de lo que hicieron sus colegas en los meandros de Atocha. Eso les pasa, a la gobernadora y al ministro, seguramente, por no tener ni los adjetivos ni los sustantivos en su justo sitio.
Cuando hubo el apagón en el estadio del Rayo, por un sabotaje, Cristina Cifuentes dijo que en media hora se arreglaría aquel corte de fluido. Luego no fue un corte de fluido. Pero ella solo disponía de ese adjetivo. Seguro que lee mucho, pero si lee más (por ejemplo, a los portugueses), hallará materia suficiente como para no poner fuera de su sitio las palabras y las ideas.
jcruz@elpais.es

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