Historia de una infamia: traficar drogas
Margo Glantz
Hace dos meses viajé
por China y a menudo los guías –ya fueran buenos, malos o peores– se
referían casi sin excepción a las dos guerras del opio, conducidas
principalmente por la Gran Bretaña, libradas entre 1839 y 1860, con el
resultado final de la derrota de China y la libre introducción del
cultivo del opio que ya desde antes Inglaterra contrabandeaba.
Hablo de esas guerras en Xian con Andrea, uno de los jóvenes guías
más inteligentes y cultos que me haya tocado jamás en los viajes
desafortunados en que he tenido que recurrir a esta relativamente nueva
categoría humana, cuyo origen remonta al desarrollo comercial del
turismo. Y mientras nos proporcionaba datos acerca de las maravillosas
esculturas de guerreros de terracota que admirábamos con delectación, y,
debido a una asociación que ahora no recuerdo bien, se refirió a ese
acontecimiento histórico que tantos problemas le ocasionó a su país.
Obviamente este dato fue uno de los temas recurrentes del desagradable y
pomposo guía que nos tocó en Hong Kong, isla que después de la derrota
de China contra los ingleses fue cedida a Gran Bretaña y que, desde
finales del siglo XX, cuando recobró ésta su soberanía, se ha
reincorporado de manera relativa al continente, según un modelo político
intitulado un país, dos sistemas. No está de más recordar que esas dos guerras permitieron a Portugal ampliar su dominio en Macao.
El cultivo y el tráfico del opio impulsados por las naciones imperialistas de Europa, empezando por España en el siglo XVI, produjo una cantidad importantísima de adictos que sucesivos mandatarios chinos trataron de impedir, estableciendo restricciones para su importación con la consiguiente disminución de su venta en China. Europa importaba gran cantidad de productos chinos, sobre todo té, seda y porcelana que se pagaban con plata, lo cual ocasionó un fuerte déficit en las finanzas de los países involucrados. Con el objeto de paliarlo, los ingleses introdujeron allí el opio comercializado por la Compañía Británica de las Indias Orientales, importante fuente de ingresos para Gran Bretaña.
Nota al margen: como resultado obvio, el consumo de la droga se había incrementado también en Gran Bretaña, recordemos de nuevo a Coleridge, De Quincey, Wilkie Collins...
Y sigo leyendo, cito, sin intenciones de plagio:
Tras perder, China se vio obligada a tolerar el comercio del opio y a firmar tratados unilaterales y humillantes en los que se le forzaba a abrir sus puertos; en el Tratado de Nankín, China cedió Hong Kong a Gran Bretaña y amplió el territorio concedido a los portugueses.
Sigo citando: “El sentimiento de vergüenza y humillación provocaría otras rebeliones en China como la Rebelión Taiping en 1850, considerada como una segunda guerra del opio, luego, la Rebelión Boxer en 1899, y finalmente el levantamiento armado encabezado por Sun Yan-set y el Kuomintang, que traería como consecuencia el derrocamiento, en 1911, de la Dinastía Qing”.
Sin asomo de ironía, me pregunto: ¿podría trazarse un paralelo entre estos acontecimientos históricos que tan bien nos ilustran sobre los procedimientos de los países que pretenden combatir el tráfico de drogas con algunos sucesos recientes –por ejemplo y para citar sólo uno, la operación Rápido y furioso– que suelen producirse en nuestro país?
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