martes, 20 de noviembre de 2012

Diálogo en la Habana con "sillas vacías".

Ausentes, delegados de ambas partes
Empieza en La Habana diálogo con sillas vacías
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En medio del tumulto de reporteros se abre paso Iván Márquez (de lentes), jefe de la delegación de las FARC para el diálogo por la paz para Colombia, que arrancó ayer en la capital cubanaFoto Reuters
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El delegado de las FARC, Rubén Zamora, llega al diálogo de paz con el gobierno colombiano con una figura de cartón de Simón Trinidad, líder guerrillero preso en Estados UnidosFoto Reuters
Gerardo Arreola
Corresponsal
Periódico La Jornada
Martes 20 de noviembre de 2012, p. 20
La Habana, 19 de noviembre. El diálogo de paz entre la guerrilla más antigua del mundo y el gobierno de Colombia empieza con sillas vacías, como ocurrió en San Vicente del Caguán, hace 12 años.
Sin embargo, las causas son distintas. En la mesa principal en La Habana están ausentes, por la comitiva oficial, el general retirado Óscar Adolfo Naranjo Trujillo; por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Juvenal Ovidio Ricardo Palmera Pineda (Simón Trinidad).
Naranjo, de 56 años, controvertido ex director de la policía nacional colombiana, con larga hoja de servicios en contrainteligencia y operaciones contra el narcotráfico y la guerrilla, está en México, en su nueva tarea de asesor del entrante gobierno de Enrique Peña Nieto, y se espera que llegue el martes a La Habana.
Hijo de otro general que también dirigió la policía colombiana, Naranjo tendrá que dividir su apretado tiempo de los próximos meses entre las dos capitales.
Trinidad, de 62 años, hijo de una familia acomodada, economista con posgrado en Harvard, ex empleado bancario, militante del partido de izquierda Unión Patriótica y más tarde guerrillero y miembro de una jefatura regional de las FARC, cumple en Estados Unidos una sentencia de 60 años de prisión por el secuestro de tres estadunidenses.
El entonces presidente Álvaro Uribe autorizó su extradición en 2004. Las FARC nombraron a Trinidad como uno de sus cinco delegados plenipotenciarios, pero aún no se sabe cómo podría cumplir su misión.
En 1999 el que faltó al inicio del diálogo fue Pedro Antonio Marín (Manuel Marulanda o Tirofijo), fundador y líder máximo de las FARC hasta su muerte en 2008. La cita era en la zona de despeje del Caguán, territorio desmilitarizado y en tregua, de 42 mil kilómetros, en el sur de Colombia.
Marulanda dejó solo al presidente Andrés Pastrana. Alegó que no se había comprometido a asistir y que temía por su seguridad. El Caguán fracasó al cabo de tres años de discusiones.
Una década después, en La Habana, está listo el escenario para la llegada de las comitivas al Palacio de las Convenciones. Bajarán de los autos y recorrerán un pasillo de unos 20 metros hasta la puerta.
A los lados de ese corto camino al diálogo se agolpa la prensa, con cámaras y grabadoras. Los cubanos, expertos en la materia, mantienen a los reporteros a raya, detrás de unas líneas que marcan la frontera.
El primero que llega es Carlos Fernández de Cosío, diplomático cubano que representa a su país como garante en este proceso. Su presencia recuerda que es la cancillería, no el Partido Comunista de Cuba (PCC), quien se ocupa de esa tarea.
Durante el diálogo del Caguán, Cuba intentó convencer a Marulanda de que pactara con Pastrana, pero el jefe guerrillero creía que era inminente una invasión de Estados Unidos y se preparaba para una guerra continental. El enviado de la isla era José Arbesú, quien fue el principal operador del PCC en el hemisferio. Ahora está jubilado y el aparato que él dirigía está reducido a su mínima expresión.
Llegan al Palacio de las Convenciones los delegados del gobierno: el ex vicepresidente y constitucionalista Humberto de la Calle; el líder empresarial Luis Carlos Villegas; el general Jorge Enrique Mora, ex comandante del ejército nacional; el ex comisionado para la paz, Frank Pearl, y el actual titular del cargo, Sergio Jaramillo. Pasan de largo, serios, sin voltear apenas, sin hacer caso a los gritos de los reporteros.
Minutos después llegan las FARC. Vienen por delante Rodrigo Granda (Ricardo Téllez) y Luciano Marín Arango (Iván Márquez). Luego, los otros dos plenipotenciarios, Luis Alberto Albán (Marco León Calarcá) y Jesús Carvajalino (Andrés París). Atrás, más gente de la guerrilla.
Márquez, de guayabera blanca, llega al final del pasillo, frena de pronto y voltea. Busca las cámaras, mueve el índice derecho, como ubicando su punto focal, y saca unos papeles. Acaba de dar la señal de arranquen.
De un golpe desaparece la frontera de la prensa, que con tanta paciencia mantuvieron los cubanos durante más de una hora. Márquez queda cercado por una masa compacta de periodistas y agentes de seguridad, bajo un techo de cámaras y reflectores.
Tocada con una boina, observa el tumulto Tanja Nijmeijer (Alexandra Nariño), la holandesa que hizo su tesis universitaria sobre las FARC y hace diez años terminó enrolada con los rebeldes. Atrás de ella está Seusis Pausivas Hernández (Jesús Santrich), uno de los jefes militares, que quedó ciego por una enfermedad progresiva y camina auxiliado por dos muchachas de uniforme guerrillero.
Márquez termina la lectura. En el grupo que lo acompaña, alguien levanta una fotografía de cuerpo entero y a tamaño natural de Simón Trinidad, montada en cartón. Quizá la imagen haya ocupado la silla vacía. Los guerrilleros hacen un efímero acto de propaganda, lanzan vivas al delegado ausente y a su organización y siguen su camino, rumbo a las negociaciones.

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