El hombre de un fantasma
Parece claro que no habrá jura mañana día 10 por manifiesta
imposibilidad física del presidente venezolano Hugo Chávez, pero también
porque a los mitos no se les da cita. La deificación a tambor batiente
del líder bolivariano confirma que el chavismo teme que el líder
irremplazable no salga de esta, tanto como su preocupación por la
orfandad con que enfrenta el futuro. Toqueteando la Constitución, el
equipo sucesor alargará el plazo mientras el cuerpo del ex teniente
coronel aguante, lo que el vicepresidente Nicolás Maduro ha expresado
con indulgente ingeniería lingüística: el texto constitucional debe
interpretarse con “flexibilidad dinámica”. Como al poder le dé la gana. Y
de ello se derivan varias conclusiones.
Primero, mantener cuanto sea posible la ficción de que Chávez sigue siendo presidente para que sus fieles arreglen la transición a puerta cerrada. Y segundo, aprovechar cualquier remisión aun mínima de la dolencia para hacer jurar al hombre de un fantasma, o dilatar el momento de enfrentarse en las urnas al candidato de la oposición, casi con toda seguridad Henrique Capriles, y decidir quién tiene más posibilidades de perpetuar al chavismo. Los deseos del líder bolivariano fueron, sin embargo, explícitos: el sucesor debería ser el vicepresidente y exministro de Asuntos Exteriores.
Aferrarse al poder une mucho y no tienen por qué ser ciertas las supuestas disensiones entre Maduro, líder, se dice, del civilismo chavista, y el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, recostado sobre el Ejército y de mayor independencia de criterio que su colega. Pero el sistema ha tomado medidas para dificultar al máximo la elección de un antichavista, o, como mínimo, reducirlo a la impotencia.
En mayo pasado se activó un Consejo de Estado que integra la alta jerarquía bolivariana y que, aunque solo consultivo, sería el primer coro adversario con que toparía el debutante. Más importante aún sería la Milicia Bolivariana, ejército personal del líder que recibe instrucción militar y tiene algunas unidades bien equipadas. Probablemente no cuenta con más de 30.000 efectivos, pero se pretende aumentar la dotación a 100.000, con una guardia territorial dividida en 300 brigadas, llamadas “cuerpos especiales de resistencia”. Desde abril de 2012 existe asimismo un comando-antigolpe que manda el general Clíver Alcalá, formado por miembros de élite de las milicias. Pero no por ello dejan de montar guardia las Fuerzas Armadas, cuya alta oficialidad ha sido formada o persuadida por el chavismo, que ya ocupa puestos de alta responsabilidad en la dirección del Estado. De las 20 gobernaciones —sobre 23— que por elección democrática se hallan en manos chavistas, 11 están desempeñadas por personalidades vinculadas al estamento militar, entre ellas cuatro exministros de Defensa. Y al fondo aparece el contingente cubano, entre civiles y militares unos 60.000 expedicionarios, que representa el vital interés de La Habana en seguir recibiendo petróleo de ocasión así como consolidar en Caracas un presidente a la vez financiador y discípulo del castrismo. Si la oposición llegara a la presidencia, podría en teoría, poner firmes, desmantelar, purgar y renovar todo ese nutrido establecimiento, para lo que contaría con el apoyo de oficiales retirados que han emitido un manifiesto protestando por la presencia de unidades militares cubanas en el país. Pero ahí está esa incrustación chavista en el Estado, cuando menos a guisa de advertencia.
Las elecciones que ha ganado Chávez, como la del 7 de octubre en la que derrotó a Capriles, no han sido menos democráticas que cualesquiera otras en América Latina. El artefacto ganador ha consistido, sin embargo, en que todo menos el voto esté cargado en favor del oficialismo, y pese a ello la oposición tiene un tercio de legisladores. Pero nadie entre los jerarcas del chavismo piensa sinceramente que eso no sea jugar limpio, porque ven el enfrentamiento electoral no como una pugna de legitimidades, sino como el combate para salvar la patria de los poderes fácticos que minan la llamada “democracia burguesa”. Como dice el líder oposicionista Teodoro Petkoff, “Chávez está formado para liquidar al adversario político”.
Todo juega en favor de que Maduro y Cabello trabajen con la complicidad precisa para asegurarse la continuidad. Pero ambos deberían preferir que diera la cara el otro, porque la economía solo se sostiene por la receta petrolera. Desabastecimiento, inflación, cambio artificial y limitación de divisas, desinversión y envejecimiento de la propia industria del crudo, parálisis productiva e importación masiva de bienes de consumo configuran el panorama de una Venezuela sin el hombre de un fantasma.
Primero, mantener cuanto sea posible la ficción de que Chávez sigue siendo presidente para que sus fieles arreglen la transición a puerta cerrada. Y segundo, aprovechar cualquier remisión aun mínima de la dolencia para hacer jurar al hombre de un fantasma, o dilatar el momento de enfrentarse en las urnas al candidato de la oposición, casi con toda seguridad Henrique Capriles, y decidir quién tiene más posibilidades de perpetuar al chavismo. Los deseos del líder bolivariano fueron, sin embargo, explícitos: el sucesor debería ser el vicepresidente y exministro de Asuntos Exteriores.
Aferrarse al poder une mucho y no tienen por qué ser ciertas las supuestas disensiones entre Maduro, líder, se dice, del civilismo chavista, y el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, recostado sobre el Ejército y de mayor independencia de criterio que su colega. Pero el sistema ha tomado medidas para dificultar al máximo la elección de un antichavista, o, como mínimo, reducirlo a la impotencia.
En mayo pasado se activó un Consejo de Estado que integra la alta jerarquía bolivariana y que, aunque solo consultivo, sería el primer coro adversario con que toparía el debutante. Más importante aún sería la Milicia Bolivariana, ejército personal del líder que recibe instrucción militar y tiene algunas unidades bien equipadas. Probablemente no cuenta con más de 30.000 efectivos, pero se pretende aumentar la dotación a 100.000, con una guardia territorial dividida en 300 brigadas, llamadas “cuerpos especiales de resistencia”. Desde abril de 2012 existe asimismo un comando-antigolpe que manda el general Clíver Alcalá, formado por miembros de élite de las milicias. Pero no por ello dejan de montar guardia las Fuerzas Armadas, cuya alta oficialidad ha sido formada o persuadida por el chavismo, que ya ocupa puestos de alta responsabilidad en la dirección del Estado. De las 20 gobernaciones —sobre 23— que por elección democrática se hallan en manos chavistas, 11 están desempeñadas por personalidades vinculadas al estamento militar, entre ellas cuatro exministros de Defensa. Y al fondo aparece el contingente cubano, entre civiles y militares unos 60.000 expedicionarios, que representa el vital interés de La Habana en seguir recibiendo petróleo de ocasión así como consolidar en Caracas un presidente a la vez financiador y discípulo del castrismo. Si la oposición llegara a la presidencia, podría en teoría, poner firmes, desmantelar, purgar y renovar todo ese nutrido establecimiento, para lo que contaría con el apoyo de oficiales retirados que han emitido un manifiesto protestando por la presencia de unidades militares cubanas en el país. Pero ahí está esa incrustación chavista en el Estado, cuando menos a guisa de advertencia.
Las elecciones que ha ganado Chávez, como la del 7 de octubre en la que derrotó a Capriles, no han sido menos democráticas que cualesquiera otras en América Latina. El artefacto ganador ha consistido, sin embargo, en que todo menos el voto esté cargado en favor del oficialismo, y pese a ello la oposición tiene un tercio de legisladores. Pero nadie entre los jerarcas del chavismo piensa sinceramente que eso no sea jugar limpio, porque ven el enfrentamiento electoral no como una pugna de legitimidades, sino como el combate para salvar la patria de los poderes fácticos que minan la llamada “democracia burguesa”. Como dice el líder oposicionista Teodoro Petkoff, “Chávez está formado para liquidar al adversario político”.
Todo juega en favor de que Maduro y Cabello trabajen con la complicidad precisa para asegurarse la continuidad. Pero ambos deberían preferir que diera la cara el otro, porque la economía solo se sostiene por la receta petrolera. Desabastecimiento, inflación, cambio artificial y limitación de divisas, desinversión y envejecimiento de la propia industria del crudo, parálisis productiva e importación masiva de bienes de consumo configuran el panorama de una Venezuela sin el hombre de un fantasma.
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