Gracias por todo, Vladímir
Putin nacionaliza a Depardieu y hace así guiños a los millonarios europeos
Esta vez no le ha hecho falta equipo de producción ni un gran
presupuesto. El actor Gérard Depardieu lleva unas cuantas semanas
rodando su propia película a cielo abierto, un guion de aventuras por el
continente europeo basadas en su huida del fisco de Francia, país al
que ha dejado sumido en la controversia. Primero anunció que se
instalaba en Bélgica, después fichó por Rusia y en este último fin de
semana se ha consumado todo: al actor francés le han entregado el
pasaporte de su nueva patria, se ha fundido en un gran abrazo con
Vladímir Putin y le han recibido por todo lo alto en una región al este
de Moscú, donde se le ha ofrecido una casa y el cargo de responsable de
Cultura. ¿Cómo se va a comparar tanto calor humano con el trato que le
tenían reservado en Francia, donde no paraban de freírle a impuestos...?
Atrás quedan las etapas de Cyrano de Bergerac, Obélix o Danton; ahora hay que potenciar la película en la que interpretó a Rasputín, el temido monje que ejerció una influencia colosal sobre los últimos Romanov antes de caer asesinado.
Seguramente no es su prestación como actor lo que interesa más a los líderes de la nueva patria, sino el golpe de comunicación que supone oír decir a Depardieu que Rusia es una “gran democracia”. Ha desconcertado incluso a los que acusan a François Hollande de acosar a impuestos a honrados ciudadanos. No menos que la noticia de que también fue el cantor del autoritario líder de Chechenia, Ramzan Kadyrov.
Ahogados por las deudas, los dirigentes de países de la eurozona ponen sus ojos golosos en las fortunas de sus conciudadanos. Poco tienen que hacer frente al imbatible impuesto ruso sobre la renta: 13%. Rusia, que ya ha producido muchos ricos en los años de capitalismo, parece lanzarse ahora a seducir a millonarios de otros lugares. Si, por ventura, algún día se llevara a cabo en serio esa “unión fiscal” predicada en Bruselas, Depardieu ya tiene donde refugiarse.
Muchos ricos gestionan estas cosas más discretamente, vía paraísos fiscales, pero ¿cómo negar a personajes tan populares el derecho a reclamar la atención del público? “Gracias por todo otra vez, Vladímir”, tuiteó ayer el actor. Putin debe de estar encantado.
Atrás quedan las etapas de Cyrano de Bergerac, Obélix o Danton; ahora hay que potenciar la película en la que interpretó a Rasputín, el temido monje que ejerció una influencia colosal sobre los últimos Romanov antes de caer asesinado.
Seguramente no es su prestación como actor lo que interesa más a los líderes de la nueva patria, sino el golpe de comunicación que supone oír decir a Depardieu que Rusia es una “gran democracia”. Ha desconcertado incluso a los que acusan a François Hollande de acosar a impuestos a honrados ciudadanos. No menos que la noticia de que también fue el cantor del autoritario líder de Chechenia, Ramzan Kadyrov.
Ahogados por las deudas, los dirigentes de países de la eurozona ponen sus ojos golosos en las fortunas de sus conciudadanos. Poco tienen que hacer frente al imbatible impuesto ruso sobre la renta: 13%. Rusia, que ya ha producido muchos ricos en los años de capitalismo, parece lanzarse ahora a seducir a millonarios de otros lugares. Si, por ventura, algún día se llevara a cabo en serio esa “unión fiscal” predicada en Bruselas, Depardieu ya tiene donde refugiarse.
Muchos ricos gestionan estas cosas más discretamente, vía paraísos fiscales, pero ¿cómo negar a personajes tan populares el derecho a reclamar la atención del público? “Gracias por todo otra vez, Vladímir”, tuiteó ayer el actor. Putin debe de estar encantado.
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