Julieta Venegas: “Ni yo misma sé cuál es mi lugar en la música”
La cantante mexicana regresa con 'Los momentos', un disco marcado por el desamor y su reciente maternidad
Borja Bas
Madrid
18 MAR 2013 - 18:53 CET
Quienes vivan obsesionados con rastrear la biografía de los músicos a través de sus letras, podrían concluir que Los momentos le ha servido a Julieta Venegas
(Long Beach, California, 1970) para espantar la sombra del desamor.
Ella, que una vez cantó “debajo de mi lengua se esconden las palabras
que revelan todo de mí”, parece conceder ese espacio interpretativo al
oyente. Pero elude detalles privados cuando se le pregunta. “Es cierto
que hay mucho anhelo, mucha pérdida. No hay nada más inspirador que lo
que no sucede. Algo de eso hay, pero no es que tengas que saber cuál es
mi momento personal para entender el disco”. Y, como quien busca
equilibrar la balanza emocional, replica que, si le obligan a responder,
“yo estoy más en el lado de los que han roto corazones. ¡Suena súper
creída!”, se ríe.
Objetivamente, el séptimo álbum de Julieta Venegas, ahonda más en su faceta tecnopop (“aunque no es un disco tecnopop, quiero que quede claro”) y preserva ese espíritu abierto a la colaboración de los amigos (en esta ocasión, del vocalista de Café Tacvba, Rubén Albarrán, la rapera franco chilena Ana Tijoux o su cómplice Natalia Lafourcade). Pero, tras las melodías pegadizas y los proverbiales títulos sencillos, subyace el presente de Julieta Venegas. La notoria artista mexicana. La antiestrella. La cantante de espíritu indie que creció al amparo de una multinacional. La mujer que hace casi tres años decidió ser madre soltera. La que guarda silencio sobre la identidad del padre. El animal de carretera que ha recortado sus interminables calendarios de gira para vivir cada segundo de Simona, su hija. La progenitora preocupada que ha retrasado este viaje promocional por una otitis de la niña. La misma que podría no haber cogido el avión del D.F. a España si no hubiera mejorado la criatura.
“Cuando eres madre dejas de tener prisa. Todo ha cambiado. Sobre todo, la cuestión logística. Para mí es muy natural viajar y hacerlo con mi hija. Pero ahora que está creciendo voy a tener que replantear cómo lo hago. No tengo con quién dejarla. Y tampoco quiero despreocuparme y dejarla, sencillamente, en casa de mi hermana [su gemela, la fotógrafa Yvonne Venegas]. En lugar de estresarme ante esas ideas, mi filosofía es ‘todo se va a acomodar’. Tanto eso como tener una pareja. No hay una fórmula para nada”, reflexiona en voz alta.
Hay algo que sí parece haber encontrado: su identidad como artista.
En 2011, su inclusión en el cartel de Benicàssim evidenció la fobia que
puede desatar ante determinadas audiencias. Ella se lo tomó con
deportividad, asumiendo con su desarmante simpatía el reguero de comentarios negativos que acumuló en Internet
ante esa cita. Aún hoy le suena “chistoso”. “¡Es que ni yo misma sé
cuál es mi lugar en la música! A mí también me resulta interesante
comprobar las diferentes percepciones sobre mí. Yo, la primera vez que
vine a España, lo hice con un disco que no había oído nadie. Después,
con el segundo, vine participando en todo lo que podía: festivales de
música latina, de músicas del mundo, de mujeres… Todo para ponerme en un
escenario y que me conocieran aquí. Después entré por la radio, sobre
todo con Limón y sal, que se convirtió en un fenómeno y hasta
cantaban alguna canción mía las bandas de pueblo; para mí, el mejor
halago posible. Hice una gira larguísima. Después saqué un álbum en vivo
[MTV Unplugged] del que nadie se enteró y uno [Otra cosa]
que no sonó en ninguna parte. Ni en la radio ni nada. A decir verdad,
yo me desconecté mucho de ese disco. Lo hice y tuve a mi hija. Y ya. Aún
hoy siento que estoy encontrando cuál es mi público, con lo cual no me
importa dónde estoy”.
Posiblemente no sea consciente, pero en su discurso introduce constantemente la palabra “cotidiano”. Los sentimientos que desgrana en sus letras reflejan estados “cotidianos”. La imposición de su hija Simona, de dos años y medio, de escuchar y cantar canciones infantiles en lugar de las que le gustan a mamá la vive de una manera “muy linda y cotidiana”. Encuentra Twitter (donde tiene casi tres millones de seguidores) una herramienta muy útil para el intercambio de información, “tanto de lo que lees y escuchas como de cosas muy cotidianas”. Relata algunas noticias de violencia y corrupción con las que desayuna en México todos los días (y que alimentan también sus canciones) y concluye que “el miedo es un elemento muy presente en nuestra cotidianeidad, un elemento por el que no nos deberíamos dejar atrapar”. E incluso despacha su estatus artístico declarando: “Yo no vivo el súper estrellato. Ni vivo así, ni pienso así, ni me rodeo de gente que piensa así. Soy completamente normal, me gustan las cosas cotidianas”. Y lo repite como un mantra, sin un ápice de impostura.
Dice que siente que su manera de pensar y de moverse es independiente, que prosigue su propia búsqueda. “Sería muy fácil decir ahora mismo: ‘Voy a hacer otro disco como Limón y sal, que fue el que a todo el mundo le gustó’. Y no, me da pereza, yo ya lo hice. Ahora estoy con Los momentos, que no sé lo que es tampoco. Porque nunca hago los discos pensando: ‘¿Quién soy? ¿Qué artista soy? Ay, tengo que seguir por aquí...’. No. Estar en movimiento es mucho más divertido. No saber dónde van a caer las cosas”. Entonces, ¿lo mejor que podemos decir de ella es que es una artista rara? “Pues a lo mejor [risas]. A lo mejor eso es bueno”. ¿Y cómo le gustaría ser recordada en el futuro? “Más que se me recuerde, me gustaría que se me escuche, que mis canciones se hayan colado en la vida de la gente. Si tengo que elegir, la verdad, eso sería lo más padre”.
Objetivamente, el séptimo álbum de Julieta Venegas, ahonda más en su faceta tecnopop (“aunque no es un disco tecnopop, quiero que quede claro”) y preserva ese espíritu abierto a la colaboración de los amigos (en esta ocasión, del vocalista de Café Tacvba, Rubén Albarrán, la rapera franco chilena Ana Tijoux o su cómplice Natalia Lafourcade). Pero, tras las melodías pegadizas y los proverbiales títulos sencillos, subyace el presente de Julieta Venegas. La notoria artista mexicana. La antiestrella. La cantante de espíritu indie que creció al amparo de una multinacional. La mujer que hace casi tres años decidió ser madre soltera. La que guarda silencio sobre la identidad del padre. El animal de carretera que ha recortado sus interminables calendarios de gira para vivir cada segundo de Simona, su hija. La progenitora preocupada que ha retrasado este viaje promocional por una otitis de la niña. La misma que podría no haber cogido el avión del D.F. a España si no hubiera mejorado la criatura.
“Cuando eres madre dejas de tener prisa. Todo ha cambiado. Sobre todo, la cuestión logística. Para mí es muy natural viajar y hacerlo con mi hija. Pero ahora que está creciendo voy a tener que replantear cómo lo hago. No tengo con quién dejarla. Y tampoco quiero despreocuparme y dejarla, sencillamente, en casa de mi hermana [su gemela, la fotógrafa Yvonne Venegas]. En lugar de estresarme ante esas ideas, mi filosofía es ‘todo se va a acomodar’. Tanto eso como tener una pareja. No hay una fórmula para nada”, reflexiona en voz alta.
Yo no vivo el súper estrellato. Ni vivo así, ni pienso así, ni me rodeo de gente que piensa así. Soy completamente normal"
Posiblemente no sea consciente, pero en su discurso introduce constantemente la palabra “cotidiano”. Los sentimientos que desgrana en sus letras reflejan estados “cotidianos”. La imposición de su hija Simona, de dos años y medio, de escuchar y cantar canciones infantiles en lugar de las que le gustan a mamá la vive de una manera “muy linda y cotidiana”. Encuentra Twitter (donde tiene casi tres millones de seguidores) una herramienta muy útil para el intercambio de información, “tanto de lo que lees y escuchas como de cosas muy cotidianas”. Relata algunas noticias de violencia y corrupción con las que desayuna en México todos los días (y que alimentan también sus canciones) y concluye que “el miedo es un elemento muy presente en nuestra cotidianeidad, un elemento por el que no nos deberíamos dejar atrapar”. E incluso despacha su estatus artístico declarando: “Yo no vivo el súper estrellato. Ni vivo así, ni pienso así, ni me rodeo de gente que piensa así. Soy completamente normal, me gustan las cosas cotidianas”. Y lo repite como un mantra, sin un ápice de impostura.
Dice que siente que su manera de pensar y de moverse es independiente, que prosigue su propia búsqueda. “Sería muy fácil decir ahora mismo: ‘Voy a hacer otro disco como Limón y sal, que fue el que a todo el mundo le gustó’. Y no, me da pereza, yo ya lo hice. Ahora estoy con Los momentos, que no sé lo que es tampoco. Porque nunca hago los discos pensando: ‘¿Quién soy? ¿Qué artista soy? Ay, tengo que seguir por aquí...’. No. Estar en movimiento es mucho más divertido. No saber dónde van a caer las cosas”. Entonces, ¿lo mejor que podemos decir de ella es que es una artista rara? “Pues a lo mejor [risas]. A lo mejor eso es bueno”. ¿Y cómo le gustaría ser recordada en el futuro? “Más que se me recuerde, me gustaría que se me escuche, que mis canciones se hayan colado en la vida de la gente. Si tengo que elegir, la verdad, eso sería lo más padre”.
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