¿Y qué fue del 15-M?
Marcos Roitman Rosenmann
Han pasado dos años
desde la emergencia del 15-M en la vida política de España. Satanizado
por unos, ensalzado por otros, no sobran las interpretaciones
academicistas para definir a quienes integran la plataforma, porque el
15-M es una plataforma para la acción, mucho más que acampasol o las
convocatorias en plazas, universidades o centros de actividad ciudadana.
Si esa fuese la medida para comprender y valorar el 15-M, la respuesta
inclinaría la balanza hacia un pesimismo ramplón. La realidad desmiente
tópicos.
En estos dos años se ha producido una decantación de sus miembros. Al
inicio, explosivo, con miles de personas secundando sus convocatorias,
le siguió una batalla de ideas, un proceso de clarificar su encaje
político, más allá de la coyuntura. Aquellos que se dejaron llevar por
la emoción pronto abandonaron. Para este grupo, el 15-M poco o nada ha
cambiado la vida política del país. Querían la revolución de hoy para
mañana. Pero se toparon con un proceso autogestionario, horizontal y
escasamente jerarquizado. La frustración verticalista tomó nombre de
conspiración. Si no se quiere hacer la revolución, están infiltrados y
manipulados por los servicios de inteligencia. Esta opinión llega
incluso a permear dirigentes del PSOE.Durante el periodo constituyente del 15M engrosaron sus filas académicos, personajes públicos e intelectuales inorgánicos. Ellos vitorearon y se sintieron rejuvenecer. Acudían a las asambleas, se presentaban a título personal, buscaban
asesorar, dar pautas y ganar protagonismo.
Salir en la foto.Como siempre, excepciones, baste señalar a José Luis Sampedro y muchos que siguen en la brecha de manera anónima, sin llamar la atención ni apropiarse de su historia. Los otros están cansados, se alejan, lo miran con desdén o directamente lo ignoran. Para no seguir bregando, justifican su alejamiento argumentando que el 15-M presenta claros síntomas de agotamiento, pérdida de horizonte político y autocomplacencia.
Bajo estos parámetros, podría decirse que el 15-M ha dejado de ser noticia. No ocupa la portada de los periódicos ni levanta pasiones. La derecha mediática los castiga y menosprecia, etiquetándolos de antisistema y proterroristas. Así provee al gobierno de los argumentos necesarios para desacreditarlos. Sus acciones apostillan, no tienen valor democrático y, por ende, son contrarias al orden constitucional. Sólo cabe aplicarles el código penal; su conducta es delictiva. Los miembros del 15-M han sido criminalizados, perseguidos, detenidos y padecido la violencia del Estado. Contra ellos se actúa sin miramientos. Cualquier excusa es buena para multarlos por alterar el orden público. Por ejemplo, manifestarse a las puertas de parlamentos regionales y ayuntamientos increpando a sus señorías por vivir de espaldas al sufrimiento de la ciudadanía. Alcaldes, concejales o diputados señalan que no los dejan vivir en paz, que les impiden el acceso a sus curules.
El gobierno del Partido Popular utiliza la estrategia de la descalificación, la mofa y el desprecio. El PSOE no ha llegado tan lejos, pero tampoco se queda atrás. Los tacha de idealistas,
chavalescon buenas intenciones, pero fuera de la realidad. En otras palabras, no tienen cabida en el escenario político de medio y largo plazos. Son testimoniales, presentan arrebatos coléricos y, aunque han tenido ideas, se dejan llevar por la pasión. Su emergencia, apuntan, está ligada a las políticas de austeridad, el desempleo, la corrupción y cierta pérdida de confianza en los partidos políticos y sindicatos. Una vez que la recesión se aleje, las aguas volverán a su cauce. Lentamente tenderá a desaparecer. En un futuro será efeméride de coyuntura.
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