viernes, 14 de enero de 2011

¿Qué es la huella ecológica?/C. Alvarez.

Hace unos meses un informe de WWF aseguraba que la población mundial necesita al ritmo actual de consumo el equivalente a 1,5 planetas. Es una forma llamativa de expresar que los humanos utilizamos en un año recursos de la Tierra más rápido de lo que tardan en renovarse. Estas mediciones se realizan a través de la huella ecológica, un indicador de sostenibilidad con una metodología muy particular ideado en los años noventa por el profesor de la Universidad de Toronto (Canadá) William Rees y su entonces alumno Mathis Wackernagel. ¿Cómo se calcula una cuestión tan compleja?

La huella ecológica se suele medir en hectáreas globales (hag) por habitante y año. Es una estimación de la superficie que se necesita para producir los recursos consumidos: la superficie de campos para cultivar los alimentos y la fibra para ropa, la de los pastos para el ganado, la del mar para sostener las capturas de pesca, la de bosque para producir la madera y pulpa, o la utilizada para construir encima ciudades, carreteras o cualquier infraestructura. No tiene en cuenta el uso de agua u otros impactos generados por el consumo (como la contaminación o la pérdida de biodiversidad).

¿Qué pasa con la incidencia en la biosfera del consumo de bienes o de energía? Pongamos que hacemos caso de la campaña de marketing de una marca de automóviles que propone a sus clientes plantar árboles para compensar las emisiones de sus coches: ¿Qué superficie forestal tendría que haber en España para que absorbiesen todo el CO2que sale del tubo de escape de los coches en un año? Quizá a más de uno le parezca una solución un tanto extraña, pero así es exactamente cómo se calcula el uso de combustibles fósiles para llenar el depósito de gasolina o para producir los propios vehículos.

Como explica Manuel Calvo, consultor ambiental y uno de los mayores especialistas en España en huella ecológica (fue uno de los codirectores del estudio de la huella ecológica de los españoles realizado por el Ministerio de Medio Ambiente en 2008), lo que se mide es el área de bosque necesaria para absorber el CO2 generado por el consumo, ya sea por el uso directo de la energía o por la que se utiliza en la fabricación de los bienes consumidos en el país.

“Es un tanto controvertido calcular esto de esta forma, la huella ecológica se crea en Canadá dónde se sigue más este concepto de compensar emisiones y dónde hay muchos bosques para compensar”, comenta Calvo.

“Sería más lógico considerar la superficie de cultivos de biocombustibles que harían falta para obtener esa cantidad de energía equivalente, pero esta es la metodología que hay que seguir para poder comparar luego entre regiones o países”, cuenta este andaluz, que explica que cuando ha estimado la huella del consumo de energía de estas dos formas diferentes, los resultados en hectáreas han sido similares.

¿Qué pasa con el impacto de otras formas de obtener energía que no emiten CO2? Lo que se contabiliza entonces es la superficie ocupada por la instalación: el espacio ocupado por los aerogeneradores de un parque eólico o las placas fotovoltaicas (siempre que no estén colocados encima de un tejado, pues ya se habrá contabilizado antes esa superficie como área urbanizada).

El caso de una central nuclear resulta muy paradójico. Como explica este experto, la metodología estándar de la huella ecológica entiende que no es una tecnología sostenible y por ello se le da el mismo tratamiento que a la energía procedente de combustibles fósiles, imputando a estas centrales emisiones ficticias de CO2 que tendrán también que ser compensadas con árboles.

Los cálculos tienen una complicación añadida, aunque bastante interesante. Lo que se mide siempre en la huella ecológica es el impacto del consumo, no de la producción. Esto significa que si un televisor se fabrica en China y se vende luego en España, las emisiones de CO2 que habría que compensar con árboles por el uso de electricidad en la fabricación del aparato se imputan aquí, en España. “Este enfoque de la huella ecológica es bastante más justo que el de otros indicadores”, recalca este consultor andaluz.

De forma muy simplificada, esta particularidad de la huella ecológica obliga a realizar un balance de las importaciones y exportaciones de los diferentes productos y traducirlo en CO2 (una medición estimativa, pues no se tiene en cuenta que en cada país del que se importan productos se usa un tipo de energía con diferentes emisiones de CO2). De esta forma, se obtiene una determinada superficie forestal necesaria para compensar todas las emisiones de CO2, que hay que añadir al resto de espacio productivo usado en el territorio para extraer la madera, los cereales, el pescado, la leche, la ropa…

El resultado final de la huella ecológica es una cantidad de hectáreas globales por habitante y año. Claro que no es lo mismo una hectárea de bosque, una de árboles para compensar CO2, una de pastos o una de ciudad. Lo que se hace es ponderar cada tipo de superficie a través de un factor de equivalencia(1) y la suma se expresa en hectáreas globales. Como detalla Calvo, en realidad la hectárea global no existe en ningún sitio, pues representa la productividad biológica media en el planeta.

“Este indicador de sostenibilidad tiene sus fallos, pero como también lo tienen los otros, lo mismo ocurre con el PIB y se sigue de forma ciega”, recalca el consultor, que considera que lo más apropiado es “utilizar un cóctel de indicadores diferentes”. “Lo complicado no son los cálculos, sino disponer de la información”.

Después de todo esto, el resultado que se encuentra(2) es que España genera una huella ecológica de 6,4 hectáreas globales por habitante y año. Es decir, que de media cada español(3) necesitaría de 6,4 hectáreas globales para satisfacer todos sus consumos; una cifra algo mayor que la dada en el informe Planeta Vivo 2010 elaborado por WWF y Global Footprint Network, la organización del propio Mathis Wackernagel (ver la imagen primera).

Si se calcula también la biocapacidad de España, como la superficie productiva que realmente tiene el país (2,4 hectáreas globales por habitante año), lo que se deduce es que se están usando muchos más recursos de los que disponemos. Se produce un importante déficit ecológico.

Volvamos de nuevo al ejemplo del coche. Lo que vienen a decir estos resultados es que no hay espacio suficiente en el país para plantar todos los árboles necesarios para absorber el CO2 emitido por los coches y evitar así que esta gas de efecto invernadero se siga acumulando en la atmósfera.

¿Cuántos kilómetros se podrían realizar hipotéticamente en un coche de gasolina considerando sólo el espacio real que hay para plantar sumideros de CO2 en España (después de descontar el espacio necesario para comer, vestirnos…)? Aunque se trata sólo de elucubraciones teóricas, Calvo también lo ha calculado y su resultado es muy curioso: 1.500 kilómetros. Es decir, que de media cada español podría disponer de sólo 1.500 kilómetros en coche para todos sus desplazamientos a lo largo de un año (sin montarse en ningún avión u otro medio de transporte que genere CO2).

Como detalla este consultor especialista en movilidad, estos 1.500 kilómetros son una distancia bastante inferior a la que recorren de media en coche los ciudadanos en una ciudad como la suya, Sevilla. Y eso sólo para desplazamientos urbanos, sin salir de la ciudad. Según este experto, esta estimación es bastante conservadora, pues está calculada con un coche que emite unos 120 g de CO2/km y no se ha contabilizado el transporte necesario para desplazar también las mercancías.

“Estos 1.500 km demuestran que para conseguir una movilidad sostenible hay que reducir entre un 80 y 90% el tráfico de coches”, incide Calvo, que no cree que el vehículo eléctrico pueda bajar hoy en día de forma significativa el conjunto de las emisiones.

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