El demérito de cierta prensa
La mujer objeto de la broma de una reportera que se hizo pasar por la reina Isabel II es una víctima colateral del mal periodismo
Cuando se conoció el embarazo de Kate Middleton, la esposa del
príncipe Guillermo de Inglaterra, muchos observadores giraron su foco
hacia la prensa. El anuncio coincidió con las recomendaciones de la
comisión presidida por el juez Brian Leveson para evitar los excesos de
periodistas que, como los de News of The World, no parecían tener
empacho en sobornar a las fuentes o interceptar las comunicaciones de
cualquier ciudadano; entre ellos las de una joven secuestrada y
asesinada después. ¿Respetaría ese tipo de prensa la intimidad de la
familia real? ¿Cómo haría el seguimiento del embarazo de la popular
pareja, llamada a subir al trono de una de las monarquías de mayor
alcurnia de Europa?
Como si el destino se hubiese empecinado en torcer vidas inocentes, los acontecimientos se han desarrollado de la manera más inesperada. El martes pasado una periodista llamó al hospital donde estaba ingresada la duquesa de Cambridge por los vómitos y mareos provocados por su embarazo para interesarse por su salud y obtuvo la información que buscaba.
El problema es que la periodista no respetó el código deontológico de la profesión y no solo no se identificó como profesional de la información, sino que se hizo pasar por la reina para lograr su propósito. El truco le dio resultado. Obtuvo los datos y, además, su conversación telefónica quedó grabada de manera que, en días posteriores, fue reproducida en todos los medios. Tres días más tarde, la persona que recibió la llamada, la que creyó estar hablando con Isabel II y pasó la llamada a otra enfermera que pudo darle cumplida cuenta del estado de la duquesa, ha sido hallada muerta.
Nadie dudaba ayer de que fuera un suicidio y de que este estuviera relacionado con la broma de la que fue objeto.
Jacintha Saldanha, la mujer muerta, se ha convertido así en una víctima colateral de un periodismo sin respeto por la propia profesión; lo que no es exclusivo de los medios británicos. De hecho, la broma partió de una radio australiana, a la que no se puede culpar de una muerte, pero sí de colaborar en el desprestigio de una cierta prensa incapaz de medir su poder y de ejercerlo con responsabilidad.
Como si el destino se hubiese empecinado en torcer vidas inocentes, los acontecimientos se han desarrollado de la manera más inesperada. El martes pasado una periodista llamó al hospital donde estaba ingresada la duquesa de Cambridge por los vómitos y mareos provocados por su embarazo para interesarse por su salud y obtuvo la información que buscaba.
El problema es que la periodista no respetó el código deontológico de la profesión y no solo no se identificó como profesional de la información, sino que se hizo pasar por la reina para lograr su propósito. El truco le dio resultado. Obtuvo los datos y, además, su conversación telefónica quedó grabada de manera que, en días posteriores, fue reproducida en todos los medios. Tres días más tarde, la persona que recibió la llamada, la que creyó estar hablando con Isabel II y pasó la llamada a otra enfermera que pudo darle cumplida cuenta del estado de la duquesa, ha sido hallada muerta.
Nadie dudaba ayer de que fuera un suicidio y de que este estuviera relacionado con la broma de la que fue objeto.
Jacintha Saldanha, la mujer muerta, se ha convertido así en una víctima colateral de un periodismo sin respeto por la propia profesión; lo que no es exclusivo de los medios británicos. De hecho, la broma partió de una radio australiana, a la que no se puede culpar de una muerte, pero sí de colaborar en el desprestigio de una cierta prensa incapaz de medir su poder y de ejercerlo con responsabilidad.
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