Protesta y vandalismo
Octavio Rodríguez Araujo
Con los acontecimientos
callejeros del primero de diciembre, tanto en San Lázaro como en
Reforma y la avenida Juárez de la ciudad de México, no pude evitar el
recuerdo de Seattle (Estados Unidos) el 30 de noviembre de 1999. Ese
día, hace 13 años, se expresaron decenas de miles de personas, sobre
todo jóvenes, para evitar la cumbre de la Organización Mundial de
Comercio. La diversidad de los opositores era tal que llamó la atención
que estuvieran juntos los anarquistas (principalmente del Black Block)
con los neonazis del Anti-Globalism Action Network (AGAN), además de
fuerzas sindicales y grupos ecologistas. El común denominador de los
manifestantes fue su rebeldía en contra de los grandes capitales y el
neoliberalismo, además del rechazo del mundo que se les imponía y se les
impone desde los grandes centros de poder económico y político. Cuando
la policía en Seattle, resguardada por cercas metálicas y vehículos
antimotines, comenzó a disparar balas de goma y granadas de gases
lacrimógenos, lo que era una manifestación pacífica y festiva se
convirtió en violencia, y especialmente los anarquistas iniciaron actos
vandálicos en contra de comercios, hoteles, bancos y monumentos y
edificios públicos. A muchos nos pareció sorprendente que estuvieran
juntos anarquistas y neonazis, históricamente incompatibles y enemigos
por definición, pero así son algunos movimientos.
La globalización neoliberal ha logrado juntar (que no unir) a los
grupos más disímiles que podamos imaginar. La razón no es difícil de
entender: unos y otros, sobre todo jóvenes, han sido víctimas de las
grandes trasnacionales y de la enorme concentración de capital que ha
cerrado empresas y ha provocado una masa de desempleo sólo semejante a
la de la gran crisis del 29. Estos jóvenes y otros no tan jóvenes han
tenido dos puntos de identificación y coincidencia pese a sus marcadas
diferencias ideológicas: su rebeldía en contra de los grandes capitales y
el neoliberalismo, por un lado, y su rabia e indignación en contra de
las representaciones (para ellos) del poder: la policía y las empresas.
Contra la policía porque ésta simboliza a la autoridad y al gobierno y
contra las empresas porque éstas personifican a la burguesía, al capital
globalizado. Unos y otros de los inconformes son hijos de la clase
media depauperada, del desempleo, de las capas sociales que los poderes
económicos y políticos han dejado sin esperanza ni oportunidades. Son y
han sido los que en francés han sido llamados, desde la Revolución
Francesa, les enragés, entonces formados por los desclasados
igual que ahora. Son los que al no poder contra las empresas que les
niegan trabajo rompen sus vidrieras y les roban los objetos a la mano,
aunque éstos carezcan realmente de valor. Son los que pintarrajean y
destrozan edificios y monumentos aunque éstos sean de la ciudad en su
conjunto y no de sus gobernantes.En México, como en muchos otros países, gran cantidad de jóvenes no se identifica con los partidos existentes, y menos con los que al cambio de gobierno firman pactos con éste en lugar de ser opositores. Dichos jóvenes abrazan con facilidad el anarquismo o corrientes similares porque son ideologías elementales dirigidas sobre todo a los desclasados (al lumpenproletariat), a los justamente indignados, a los que tienen rabia, enojo y rencor de clase por la situación en que viven y de la que no tienen la culpa. Anarquistas o no, tienen razón en estar indignados.
importantes focos para el movimiento del antipoder, y así se expresan aunque sea mediante palos, piedras, tubos o bombas molotov. Tal vez piensen que están haciendo historia, que están cambiando el mundo sin tomar el poder y entiendan, quizá con razón, que alguien tiene que expresar su descontento y rechazo a la prepotencia-miedo del poder desplegado con vallas de 3 metros de altura, con miles de policías bien pertrechados, con la supresión del derecho de tránsito y de otras garantías individuales.
Sin embargo, nuestros descontentos del primero de diciembre (provocadores al margen) olvidaron que una cosa es oponerse y manifestar su rechazo y otra pasar al vandalismo y a la violencia estéril que, al día siguiente, se diluye en el aire y no deja nada para la continuidad y perseverancia de un verdadero movimiento de protesta, organizado y con objetivos concretos de corto y mediano plazos. A los anarquistas y similares, tan respetables como cualquiera, no les gustan las organizaciones ni plantearse objetivos (como sí lo hicieran Bakunin y Kropotkin, por ejemplo), razón por la cual sus acciones suelen ser aisladas, con una buena dosis de espontaneidad y, por lo mismo, efímeras y sin consecuencias reales en el poder que combaten. Lo que hemos visto, citando a Gramsci y tratando de ver con buenos ojos el vandalismo y la violencia del primero de diciembre, es la forma más elemental de la oposición de algunos miembros de la sociedad, que el italiano llamaba subversión, es decir
una posición negativa y no positiva de claseen la que los inconformes confunden a sus enemigos con quienes los personifican, individualizándolos y atacándolos. En otras palabras, lo que hemos visto fueron actos subversivos y no insurreccionales ni mucho menos revolucionarios. Dieron la nota, sí, pero Peña Nieto gobernará, si nada importante cambia, por seis años en los que hará de las suyas o, más precisamente, lo que quieran quienes lo llevaron al poder. En otras palabras, sustancialmente no alteraron nada y, todavía peor, no ganaron simpatías entre la población. Sin embargo, el Ministerio Público de la ciudad deberá tomar en cuenta las razones (incluso ideológicas) atrás de los disturbios y separar cuidadosamente la paja del trigo, es decir liberar a quienes simplemente actuaron siguiendo sus convicciones o por la rabia que da la impotencia ante un sistema de poder que inhibe su desarrollo como ciudadanos. Y, al mismo tiempo, investigar quiénes fueron los instigadores de la violencia, los provocadores infiltrados, y actuar en su contra con todo el peso de la ley.
PD: Lo de
ataques a la paz pública, usado como argumento por el procurador del DF, y que está contemplado en el artículo 362 del Código Penal para el Distrito Federal, es un
delito–más allá de la dogmática jurídica– de carácter político y para el control social. Es fascista y deberá suprimirse porque claramente denota la intención de criminalizar conductas que la gente realiza para hacer valer su voz en contra del gobierno y sus instituciones.
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