Pobres
Hay que luchar contra el sentimiento de humillación, que es la peor trampa, la más destructiva
La semana pasada, a raíz de un tuit de Zuriñe, una chica vasca que
pedía juguetes para los Reyes de sus hijos, a unas amigas y a mí se nos
ocurrió montar una campaña para el reciclaje de juguetes, http://nosinjuguetes.es/,
una idea desde luego poco original, aunque, tal como está el patio,
creo que viene bien reinventar la gaseosa. Y en estos primeros días de
agitación (gracias a todos), he observado que muchas de las personas que
necesitan juguetes se avergüenzan de tener que pedirlos, lo cual me
parece el más perverso efecto de la crisis. En esta sociedad enferma en
la que la única medida de valor es el dinero, la inmensa y creciente
oleada de parados, de contratados por sueldos de miseria y de jubilados
sin recursos sufre el doble castigo de la pobreza y la culpabilización.
Qué mundo tan absurdo: los máximos responsables de esta crisis carnicera
están tan campantes y aún no se han excusado por lo que han hecho, pero
las víctimas de sus desmanes se sienten culpables por pedir juguetes
para sus niños. Hay que luchar contra ese sentimiento de humillación,
que es la peor trampa, la más destructiva. El digno coraje de Zuriñe es
un ejemplo. Ser pobre es un problema, a veces una tragedia, pero desde
luego no es una indignidad. Por eso también me inquietó que algunos
dijeran: “¿No es una frivolidad regalar juguetes con la que está
cayendo?”, como si los pobres solo pudieran aspirar al extremo
utilitarismo del kilo de garbanzos más barato. A la caspa y la pena. Ni
hablar: hay que aspirar a todo. Como en el cuento del mercader árabe que
entró en una ciudad un día de mercado y le dio a un mendigo dos monedas
de cobre. Al irse, horas más tarde, se lo volvió a cruzar, y le
preguntó qué había hecho con el dinero. Y el hombre contestó: “Con una
moneda compré un pan, para tener con qué vivir, y con la otra una rosa,
para tener por qué vivir”. Pues eso.
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