Italiano, africano o de América
Una decena de cardenales encabezan la lista de sucesores de Ratzinger
La renuncia de Benedicto XVI
da paso a un nuevo cónclave, en el que 117 cardenales se enfrentarán a
la papeleta (nunca mejor dicho), de elegir al nuevo Papa. Por supuesto,
en este centenar largo de purpurados hay personalidades que representan
fuerzas importantes en el interior de la Iglesia, y hay simples peones,
bien situados, pero peones al fin, cuya única misión es entregar su voto
al jefe de filas, por decirlo así. ¿Quién será el elegido para suceder a
Joseph Ratzinger? ¿Será un latinoamericano, como tantas veces se señaló
en el anterior cónclave? ¿Un africano? ¿O volverá el poder vaticano a
manos de un italiano, como piensan muchos?
Entre los candidatos iberoamericanos con más posibilidades están los brasileños João Braz de Avis, de 65 años, y, sobre todo, Odilo Pedro Scherer, de 63 años y arzobispo de São Paulo. Un hombre conservador pero con un notable conocimiento de los problemas locales. Brasil es la gran reserva de católicos del mundo, junto a México. También el argentino Leonardo Sandri, de 69 años, es una opción. Sandri es conocido en la curia, porque fue sustituto del secretario de Estado vaticano entre 2000 y 2007, es decir, el número tres de la curia. Primero con Ángelo Sodano y después, brevemente, con su sucesor, Tarsicio Bertone.
Pero, ¿y si hubiera llegado el momento de dar un salto revolucionario en la Iglesia inclinándose por un africano? En este caso, el ghanés Peter Turkson, de 64 años, sería el elegido. Dirige la Oficina Vaticana para la Justicia y Paz, y es portavoz de la Iglesia en asuntos sociales. Sería un importante rearme del catolicismo en África, donde progresa el islam.
No es descartable que el cónclave se incline por un timonel de perfil bajo, con muchos apoyos entre los movimientos religiosos. Y en ese caso la persona perfecta sería el actual arzobispo de Milán, Angelo Scola, miembro de Comunión y Liberación, uno de los movimientos conservadores más activos del catolicismo actual. Scola es italiano y tiene 71 años, dos detalles importantes. El primero, porque los italianos, que han dominado la Iglesia durante la mayor parte de su historia, llevan más de 30 años sin un representante en la silla de Pedro. El segundo, porque es la edad perfecta. Benedicto XVI, elegido en abril de 2005, a los 78 años de edad, ha sido un Papa de transición, lo que, en términos vaticanos, significa un Papa breve. No tan breve como Juan Pablo I, que duró poco más de un mes, pero, desde luego, en las antípodas de Juan Pablo II, que reinó más de cinco lustros para desesperación de los papables, algunos de los cuales se murieron esperando su oportunidad.
Después de un Pontificado que ha durado apenas ocho años, sería lógico pensar en un sucesor joven para Ratzinger. Los tiempos exigen energía y nuevas ideas. Joven, para la Iglesia, significa no superar (o superar muy poco) los 70 años. Scola está en el límite. Como lo está Marc Ouellet, canadiense de 68 años, prefecto de la Congregación para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina. Ouellet viene de Quebec, la zona católica del país norteamericano, que ejerce un poder discreto en el mundo. Y al mismo tiempo está acostumbrado a la transparencia y al estilo directo.
Si la edad fuera el requisito esencial, el arzobispo de Viena, Cristoph Schoenborn, de 67 años, podría sumarse a este listado. Pero Schoenborn tuvo su momento de gloria en el cónclave de 2005, y es poco probable que la situación se repita en este. Además sería excesivo otro papa de cultura germana.
No hay lista de papables en la que no figure algún cardenal estadounidense, un país ajeno a la complejidad y retorcimiento habitual en la curia romana. Entre los más citados está el arzobispo de Nueva York, Timothy Dolan, de 62 años. Dolan es un hombre de su tiempo, con cuenta en Twitter y un estilo directo. Pero, con 62 años, puede resultar un poco demasiado joven (Karol Wojtyla fue elegido a los 58 años y su pontificado resultó larguísimo). Por otro lado, a Dolan no le favorece haber nacido en Estados Unidos, un país que acumula demasiado poder en el mundo y en el que los católicos son minoría.
Las listas que se manejan son solo orientativas. Y los mecanismos del cónclave son lo bastante complejos como para que los pronósticos no se cumplan casi nunca. En el de 2005, y pese al abierto protagonismo asumido por el entonces decano del colegio cardenalicio, Joseph Ratzinger, pocos vaticanistas pensaron en él como sucesor de Wojtyla. Demasiado conocido, demasiado implicado en el pontificado del Papa polaco, demasiados años en el Vaticano. Casi nadie acertó.
Entre los candidatos iberoamericanos con más posibilidades están los brasileños João Braz de Avis, de 65 años, y, sobre todo, Odilo Pedro Scherer, de 63 años y arzobispo de São Paulo. Un hombre conservador pero con un notable conocimiento de los problemas locales. Brasil es la gran reserva de católicos del mundo, junto a México. También el argentino Leonardo Sandri, de 69 años, es una opción. Sandri es conocido en la curia, porque fue sustituto del secretario de Estado vaticano entre 2000 y 2007, es decir, el número tres de la curia. Primero con Ángelo Sodano y después, brevemente, con su sucesor, Tarsicio Bertone.
Pero, ¿y si hubiera llegado el momento de dar un salto revolucionario en la Iglesia inclinándose por un africano? En este caso, el ghanés Peter Turkson, de 64 años, sería el elegido. Dirige la Oficina Vaticana para la Justicia y Paz, y es portavoz de la Iglesia en asuntos sociales. Sería un importante rearme del catolicismo en África, donde progresa el islam.
No es descartable que el cónclave se incline por un timonel de perfil bajo, con muchos apoyos entre los movimientos religiosos. Y en ese caso la persona perfecta sería el actual arzobispo de Milán, Angelo Scola, miembro de Comunión y Liberación, uno de los movimientos conservadores más activos del catolicismo actual. Scola es italiano y tiene 71 años, dos detalles importantes. El primero, porque los italianos, que han dominado la Iglesia durante la mayor parte de su historia, llevan más de 30 años sin un representante en la silla de Pedro. El segundo, porque es la edad perfecta. Benedicto XVI, elegido en abril de 2005, a los 78 años de edad, ha sido un Papa de transición, lo que, en términos vaticanos, significa un Papa breve. No tan breve como Juan Pablo I, que duró poco más de un mes, pero, desde luego, en las antípodas de Juan Pablo II, que reinó más de cinco lustros para desesperación de los papables, algunos de los cuales se murieron esperando su oportunidad.
Después de un Pontificado que ha durado apenas ocho años, sería lógico pensar en un sucesor joven para Ratzinger. Los tiempos exigen energía y nuevas ideas. Joven, para la Iglesia, significa no superar (o superar muy poco) los 70 años. Scola está en el límite. Como lo está Marc Ouellet, canadiense de 68 años, prefecto de la Congregación para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina. Ouellet viene de Quebec, la zona católica del país norteamericano, que ejerce un poder discreto en el mundo. Y al mismo tiempo está acostumbrado a la transparencia y al estilo directo.
Si la edad fuera el requisito esencial, el arzobispo de Viena, Cristoph Schoenborn, de 67 años, podría sumarse a este listado. Pero Schoenborn tuvo su momento de gloria en el cónclave de 2005, y es poco probable que la situación se repita en este. Además sería excesivo otro papa de cultura germana.
No hay lista de papables en la que no figure algún cardenal estadounidense, un país ajeno a la complejidad y retorcimiento habitual en la curia romana. Entre los más citados está el arzobispo de Nueva York, Timothy Dolan, de 62 años. Dolan es un hombre de su tiempo, con cuenta en Twitter y un estilo directo. Pero, con 62 años, puede resultar un poco demasiado joven (Karol Wojtyla fue elegido a los 58 años y su pontificado resultó larguísimo). Por otro lado, a Dolan no le favorece haber nacido en Estados Unidos, un país que acumula demasiado poder en el mundo y en el que los católicos son minoría.
Las listas que se manejan son solo orientativas. Y los mecanismos del cónclave son lo bastante complejos como para que los pronósticos no se cumplan casi nunca. En el de 2005, y pese al abierto protagonismo asumido por el entonces decano del colegio cardenalicio, Joseph Ratzinger, pocos vaticanistas pensaron en él como sucesor de Wojtyla. Demasiado conocido, demasiado implicado en el pontificado del Papa polaco, demasiados años en el Vaticano. Casi nadie acertó.
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