Dos tímidos precedentes de renuncias papales
La decisión Papa representa un cambio decisivo y sorprendente en la línea política de esta institución milenaria
La decisión de Benedicto XVI de dimitir
de su puesto al frente de la Iglesia Católica, poco antes de cumplir
los 86 años, representa un cambio decisivo y sorprendente en la línea
política de esta institución milenaria. A lo largo de toda su historia,
se cuentan con los dedos de la mano los ejemplos similares, y hay que
remontarse más bien a la protohistoria de la Iglesia para hallar estos
casos inauditos.
El primer Papa dimisionario sería, según los datos fragmentarios que nos han llegado, Clemente I, del siglo II, aunque ni siquiera se conocen con exactitud las fechas de su entronización. Un siglo más tarde, seguirán su ejemplo Ponciano y, casi un milenio más tarde, Celestino V, que murió en 1294. Ya en el siglo XV, se suele citar como dimisionario a Gregorio XII, aunque forzado por la situación de una Iglesia dividida en diversas lealtades a diversos Papas, en lo que se ha denominado el cisma de Occidente. Estos remotos y escuetos casos serían los únicos precedentes de la despedida de Benedicto XVI. En el caso de los dos primeros, las circunstancias de la Iglesia católica no podían ser más precarias.
La comunidad de fieles vivía en un estado de incertidumbre total, sometida a persecución, y las estructuras de la Iglesia eran débiles, Así, Clemente I renunció al trono de Pedro al saber que sería desterrado, y por lo tanto, se vería obligado a privar a los fieles de un pastor. El segundo, Ponciano, lo hizo con la intención de superar la ruptura producida por el cisma de Hipólito. Celestino, muerto en 1294, era un anacoreta, un monje que decidió regresar a este estado tras apenas cinco meses al frente de la Iglesia.
Por su parte, Gregorio XII, decidió dejar la tiara en 1415 para poner fin a la interminable disputa entre distintos papas, el llamado cisma de Occidente. Fue precisamente, el primero de los papas Borgia, Calixto III, que llegó a ocupar la silla de Pedro, en 1455, uno de los negociadores que contribuyeron a poner fin a este largo cisma.
Con todo, el de Celestino V, es uno de los ejemplos más curiosos de Papa dimisionario. Su nombre era Pietro di Morrone, fraile benedictino que vivía como un ermitaño en una cueva. Cuando le eligieron Pontífice, Pietro tenía ya la considerable edad de 79 años, aceptó la elección para sacar a la Iglesia del bloqueo en que se hallaba tras 27 meses, más de dos años, de un cónclave interminable. Tiró la toalla a los cinco meses de su elección. Su consejero se hizo elegir sucesor suyo con el nombre de Bonifacio VIII, tras lo que ordenó la detención de Pietro Morrone, que moriría en prisión.
Pero el caso no puede ser más ajeno al de la Iglesia actual. En el Código de Derecho Canónico se recogen la condiciones para poder acogerse a la renuncia papal. "Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie". Este es el texto incluido en el canon 332 del artículo 1º del Capítulo I del Código, promulgado por Juan Pablo II en 1983.
La decisión de Benedicto XVI, representa, además, una ruptura sorprendente con la línea de su predecesor, el polaco Karol Wojtyla, que pasó la última década de su Pontificado en un fragilísimo estado de salud, rodeado de rumores que daban por segura su dimisión, y obligado a desmentirlos continuamente.
Decenas de veces, los colaboradores de Juan Pablo II, señalaron públicamente, que el oficio de Papa nada tiene que ver con el de director de una empresa. Un Papa, insistían no puede dimitir porque su misión espiritual es totalmente ajena a las cuestiones de la efectividad empresarial.
Benedicto XVI, es evidente, no comparte este criterio.
El primer Papa dimisionario sería, según los datos fragmentarios que nos han llegado, Clemente I, del siglo II, aunque ni siquiera se conocen con exactitud las fechas de su entronización. Un siglo más tarde, seguirán su ejemplo Ponciano y, casi un milenio más tarde, Celestino V, que murió en 1294. Ya en el siglo XV, se suele citar como dimisionario a Gregorio XII, aunque forzado por la situación de una Iglesia dividida en diversas lealtades a diversos Papas, en lo que se ha denominado el cisma de Occidente. Estos remotos y escuetos casos serían los únicos precedentes de la despedida de Benedicto XVI. En el caso de los dos primeros, las circunstancias de la Iglesia católica no podían ser más precarias.
La comunidad de fieles vivía en un estado de incertidumbre total, sometida a persecución, y las estructuras de la Iglesia eran débiles, Así, Clemente I renunció al trono de Pedro al saber que sería desterrado, y por lo tanto, se vería obligado a privar a los fieles de un pastor. El segundo, Ponciano, lo hizo con la intención de superar la ruptura producida por el cisma de Hipólito. Celestino, muerto en 1294, era un anacoreta, un monje que decidió regresar a este estado tras apenas cinco meses al frente de la Iglesia.
Por su parte, Gregorio XII, decidió dejar la tiara en 1415 para poner fin a la interminable disputa entre distintos papas, el llamado cisma de Occidente. Fue precisamente, el primero de los papas Borgia, Calixto III, que llegó a ocupar la silla de Pedro, en 1455, uno de los negociadores que contribuyeron a poner fin a este largo cisma.
Con todo, el de Celestino V, es uno de los ejemplos más curiosos de Papa dimisionario. Su nombre era Pietro di Morrone, fraile benedictino que vivía como un ermitaño en una cueva. Cuando le eligieron Pontífice, Pietro tenía ya la considerable edad de 79 años, aceptó la elección para sacar a la Iglesia del bloqueo en que se hallaba tras 27 meses, más de dos años, de un cónclave interminable. Tiró la toalla a los cinco meses de su elección. Su consejero se hizo elegir sucesor suyo con el nombre de Bonifacio VIII, tras lo que ordenó la detención de Pietro Morrone, que moriría en prisión.
Pero el caso no puede ser más ajeno al de la Iglesia actual. En el Código de Derecho Canónico se recogen la condiciones para poder acogerse a la renuncia papal. "Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie". Este es el texto incluido en el canon 332 del artículo 1º del Capítulo I del Código, promulgado por Juan Pablo II en 1983.
La decisión de Benedicto XVI, representa, además, una ruptura sorprendente con la línea de su predecesor, el polaco Karol Wojtyla, que pasó la última década de su Pontificado en un fragilísimo estado de salud, rodeado de rumores que daban por segura su dimisión, y obligado a desmentirlos continuamente.
Decenas de veces, los colaboradores de Juan Pablo II, señalaron públicamente, que el oficio de Papa nada tiene que ver con el de director de una empresa. Un Papa, insistían no puede dimitir porque su misión espiritual es totalmente ajena a las cuestiones de la efectividad empresarial.
Benedicto XVI, es evidente, no comparte este criterio.
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