Unos exhiben, otros miran
Gran Hermano regresa con una fórmula que explota por igual el exhibicionismo y el voyeurismo
Vuelve Gran Hermano. Un variopinto conjunto humano se ha
encerrado de nuevo en la casa de Guadalix de la Sierra para dar a
Telecinco la oportunidad de recuperar el liderazgo. Si tenemos en cuenta
que la última versión de Gran Hermano cerró con una cuota de
pantalla del 20,3%, se entiende que la cadena de Mediaset haya optado
por exprimir de nuevo una fórmula que, por lo mucho que se ha repetido,
debería haber dado ya signos de agotamiento. No parece ser el caso.
Esta 14ª edición lo convierte en el programa más longevo, pero su éxito tiene muy poco que ver con el pretendido “experimento sociológico” con el que su presentadora, Mercedes Milá, intentó dignificar el producto, y mucho en cambio con el hecho de que facilita una combinación perfecta de dos pulsiones muy extendidas: el exhibicionismo y el voyerismo. Sin un exhibicionismo a prueba de cualquier pudor no se explica que alguien sea capaz de mostrarse ante la cámara en situaciones tan degradantes. El que más de 60.000 jóvenes hayan acudido al casting para participar en el programa indica que no es una actitud escasa.
Pero para que el exhibicionismo pueda ser un negocio rentable, tiene que tener al otro lado de la pantalla una cultura voyerista muy arraigada. Con un promedio de 2,9 millones de espectadores en la última edición, está claro que esa cultura existe en nuestro país, aunque se oculte en las encuestas.
A ello hay que añadir la ambición de ganar dinero fácil. Ese maletín con 300.000 euros que se entrega al vencedor es una gran metáfora de una cierta cultura que ha dominado los años de la burbuja en España, basada en la idea de que se puede alcanzar el éxito, económico o de cualquier otro tipo, sin grandes esfuerzos. Pasar por la casa de Gran Hermano es visto como un atajo para salir, de la noche a la mañana, del más anodino anonimato e ingresar en el rutilante mundo de las celebrities.
De todo esto se nutre la fórmula de Gran Hermano y eso explica su larga permanencia. Pero conforme ha ido perdiendo frescura y novedad, ha ido extremando el friquismo de sus participantes. De los nuevos se ha dicho que son “jóvenes con afán de superación y aprendizaje”, pero el eslogan de la nueva edición no engaña: “Asómate y siente vértigo”.
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Vuelve Gran Hermano. Un variopinto conjunto humano se ha encerrado de nuevo en la casa de Guadalix de la Sierra para dar a Telecinco la oportunidad de recuperar el liderazgo perdido. Si tenemos en cuenta que la última versión de Gran Hermano cerró con una cuota de pantalla del 20,3%, se entiende que la cadena de Mediaset haya optado por exprimir de nuevo una fórmula que, por lo mucho que se ha repetido, debería haber dado ya signos de agotamiento. No parece ser el caso.
Esta 14ª edición lo convierte en el programa más longevo, pero su éxito tiene muy poco que ver con el pretendido “experimento sociológico” con el que su presentadora, Mercedes Milà, intentó dignificar el producto, y mucho en cambio con el hecho de que facilita una combinación perfecta de dos pulsiones muy extendidas: el exhibicionsimo y el voyeurismo. Sin un exhibicionismo a prueba de cualquier pudor no se explica que alguien sea capaz de mostrarse ante la cámara en situaciones tan degradantes. El que más de 60.000 jóvenes hayan acudido al casting para participar en el programa indica que no es una actitud escasa.
Pero para que el exhibicionismo pueda ser un negocio rentable, tiene que tener al otro lado de la pantalla una cultura voyeurista muy arraigada. Con un promedio de 2,9 millones de espectadores en la última edición, está claro que esa cultura existe en nuestro país aunque se oculte en las encuestas.
A ello hay que añadir la ambición de ganar dinero fácil. Ese maletín con 300.000 euros que se entrega al ganador es una gran metáfora de una cierta cultura que ha dominado los años de la burbuja en España, basada en la idea de se puede alcanzar el éxito, económico o de cualquier otro tipo, sin esfuerzo. Pasar por la casa de Gran Hermano es es visto como un atajo para salir de la la noche a la mañana del más anodino anominato e ingresar en el rutilante mundo de las celebrity.
De todo esto se nutre la fórmula de Gran Hermano y eso explica su larga permanencia. Pero conforme ha ido perdiendo frescura y novedad, ha ido extremando el friquismo de sus participantes. De los nuevos se ha dicho que son “jóvenes con afán de superación y aprendizaje”, pero el eslogan de la nueva edición no engaña: “Asómate y siente vértigo”.
Esta 14ª edición lo convierte en el programa más longevo, pero su éxito tiene muy poco que ver con el pretendido “experimento sociológico” con el que su presentadora, Mercedes Milá, intentó dignificar el producto, y mucho en cambio con el hecho de que facilita una combinación perfecta de dos pulsiones muy extendidas: el exhibicionismo y el voyerismo. Sin un exhibicionismo a prueba de cualquier pudor no se explica que alguien sea capaz de mostrarse ante la cámara en situaciones tan degradantes. El que más de 60.000 jóvenes hayan acudido al casting para participar en el programa indica que no es una actitud escasa.
Pero para que el exhibicionismo pueda ser un negocio rentable, tiene que tener al otro lado de la pantalla una cultura voyerista muy arraigada. Con un promedio de 2,9 millones de espectadores en la última edición, está claro que esa cultura existe en nuestro país, aunque se oculte en las encuestas.
A ello hay que añadir la ambición de ganar dinero fácil. Ese maletín con 300.000 euros que se entrega al vencedor es una gran metáfora de una cierta cultura que ha dominado los años de la burbuja en España, basada en la idea de que se puede alcanzar el éxito, económico o de cualquier otro tipo, sin grandes esfuerzos. Pasar por la casa de Gran Hermano es visto como un atajo para salir, de la noche a la mañana, del más anodino anonimato e ingresar en el rutilante mundo de las celebrities.
De todo esto se nutre la fórmula de Gran Hermano y eso explica su larga permanencia. Pero conforme ha ido perdiendo frescura y novedad, ha ido extremando el friquismo de sus participantes. De los nuevos se ha dicho que son “jóvenes con afán de superación y aprendizaje”, pero el eslogan de la nueva edición no engaña: “Asómate y siente vértigo”.
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Vuelve Gran Hermano. Un variopinto conjunto humano se ha encerrado de nuevo en la casa de Guadalix de la Sierra para dar a Telecinco la oportunidad de recuperar el liderazgo perdido. Si tenemos en cuenta que la última versión de Gran Hermano cerró con una cuota de pantalla del 20,3%, se entiende que la cadena de Mediaset haya optado por exprimir de nuevo una fórmula que, por lo mucho que se ha repetido, debería haber dado ya signos de agotamiento. No parece ser el caso.
Esta 14ª edición lo convierte en el programa más longevo, pero su éxito tiene muy poco que ver con el pretendido “experimento sociológico” con el que su presentadora, Mercedes Milà, intentó dignificar el producto, y mucho en cambio con el hecho de que facilita una combinación perfecta de dos pulsiones muy extendidas: el exhibicionsimo y el voyeurismo. Sin un exhibicionismo a prueba de cualquier pudor no se explica que alguien sea capaz de mostrarse ante la cámara en situaciones tan degradantes. El que más de 60.000 jóvenes hayan acudido al casting para participar en el programa indica que no es una actitud escasa.
Pero para que el exhibicionismo pueda ser un negocio rentable, tiene que tener al otro lado de la pantalla una cultura voyeurista muy arraigada. Con un promedio de 2,9 millones de espectadores en la última edición, está claro que esa cultura existe en nuestro país aunque se oculte en las encuestas.
A ello hay que añadir la ambición de ganar dinero fácil. Ese maletín con 300.000 euros que se entrega al ganador es una gran metáfora de una cierta cultura que ha dominado los años de la burbuja en España, basada en la idea de se puede alcanzar el éxito, económico o de cualquier otro tipo, sin esfuerzo. Pasar por la casa de Gran Hermano es es visto como un atajo para salir de la la noche a la mañana del más anodino anominato e ingresar en el rutilante mundo de las celebrity.
De todo esto se nutre la fórmula de Gran Hermano y eso explica su larga permanencia. Pero conforme ha ido perdiendo frescura y novedad, ha ido extremando el friquismo de sus participantes. De los nuevos se ha dicho que son “jóvenes con afán de superación y aprendizaje”, pero el eslogan de la nueva edición no engaña: “Asómate y siente vértigo”.
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