Sin sorpresa no hay arte
José Cueli
Oscar Niemeyer, figura
central de la arquitectura moderna y fallecido esta semana, expresaba en
su vida profesional que el arte estaba en lo sorpresivo. Fue el maestro
de la curva, opuesto a la línea recta. Siguiendo al arquitecto creador
de la Brasilia, en la corrida de la tarde de ayer no existieron ni la
curva ni la sorpresa. Por tanto, el festejo se volvió, una vez más en la
temporada, anodino y aburrido hasta la melancolía. Qué lejos se escucha
ya aquello de que el toreo es un drama de cauce oscuro y luminoso en
que de golpe aparece la magia, el duende de los toreros. En otros es
rutina, monotonía, como sucedió con los novillos de Marrón, anunciados
como toros, débiles, rodando por la arena y tolerando con dificultades
el marcaje de un puyasito. Algunos era tal su mansedumbre que
defendiéndose dificultaban la lidia.
Así en esta corrida aburridísima, los aficionados oscilamos entre el oficio de años de Eulalio López El Zotoluco
(al que le obsequió dos orejas el juez de plaza, adelantándose a la
llegada de los Santos Reyes), la sombra que nos envió el torero
alicantino José María Manzanares, que pasó como un fantasma por el
redondel, y la novatez del nuevo valor Mario Aguilar, quien desaprovechó
un manso bobalicón que no tiraba una cornada, es decir, un torito para
haber levantado cabeza y pese haberle dado algunos redondos con
transmisión que calaron en el tendido, algo le pasaba que interrumpía la
faena al perder la muleta y ésta perdió el ritmo. Seguramente
contagiado del ambiente tedioso de la tarde que empezó luminosa.
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